Transcurridos ya 36 años y un día desde la aprobación de la Constitución de 1978,
parece un tiempo más propio de una condena que de un régimen democrático, pero
no ha sido así.
Observada bajo la luz de 2014, podemos percibir que en
traje se nos ha quedado pequeño y, de un momento a otro, va a reventar por las
costuras. Quizá. Sin embargo,
tengo presentes las palabras de mi admirado Julio Anguita cuando proclamó que,
el acto más revolucionario que se podía dar en España, era cumplir la
Constitución. No iba
desencaminado.
Es problema, los problemas, más bien; reside en que, algunos
preceptos contemplados en ella, se han tomado como si de un bonito decorado se
tratase: La igualdad de todos ante
la ley, la separación de poderes, el derecho al trabajo y a una vivienda digna
o la aconfesionalidad del Estado, entre otros, han quedado en una ingenua
declaración de intenciones más que en unas máximas de obligado cumplimiento.
Los diferentes gobiernos habidos desde el 78 para acá, se
han aplicado con entusiasmo a la sentencia del Conde de Romanones: “Dejad que
ellos hagan las leyes, que yo haré los reglamentos”. De este modo, sucesivas reformas legislativas han ido
descafeinando lo previsto en la Constitución, desnaturalizando los derechos en
ella contemplados en beneficio de la clase dominante, empresarial y financiera,
que, por cierto, sigue siendo la misma desde principios del siglo XX. La auténtica, genuina e imperturbable
casta.
Vivimos una época de cambios vertiginosos en todas las
escalas, desde la global a la individual y la Constitución, que es el marco
legislativo que determina qué se puede o no hacer dentro de la legalidad, debe
ser una herramienta no un obstáculo.
Debe dotarse de unos mecanismos que le otorguen capacidad de adaptación
y flexibilidad que, dada la situación política y social del 78, eran
impensables.
No nos debe extrañar, por tanto, la inclusión del Derecho a Decidir de los pueblos y, dentro de él, someter al criterio de la ciudadanía
cuestiones tan importantes como la Jefatura del Estado, la Organización
Territorial, la Laicidad del Estado o la Ley Electoral, entre otras muchas.
Además, ahora existe un organismo, empleado con frecuencia
como arma arrojadiza, que vela porque las leyes aprobadas se sitúen dentro del
marco constitucional pero, echo de menos la existencia de otro que haga un
seguimiento del cumplimiento de todas las normas previstas en la Ley de Leyes y
determinen qué iniciativas se alejan grosera o sutilmente de su espíritu.
Del mismo modo que no voy a denostar la Constitución del 78;
el contexto en que se desarrolló y, por qué no, la generosidad con que se hizo;
considero que urge un cambio radical (desde la raíz) para que sea la Ley la que
se adapte a los tiempos y no el anacronismo de adaptar los tiempos a la Ley.
Amigo Fermín yo lo resumo como una consecuencia de la Transición No Transitada (TNT)
ResponderEliminarUn abrazo