No dudo de las buenas intenciones de Pablo Iglesias,
soportadas en una sólida ideología y unos conceptos metodológicos modernos y
cargados de pragmatismo. Hasta ahí, todo perfecto, de hecho, él y el completo
equipo fundador de Podemos, fueron capaces de seducir a millones de personas de
sesgo político similar que sabían que necesitaban algo, un cambio, pero no
sabían qué, y cuando les vieron y oyeron allá por 2014, se dijeron para su
interior: Por fin, esto era…
Las multicitas electorales que se sucedieron desde 2014:
Europeas, Municipales y Autonómicas de 2015, más la doble convocatoria a
Generales de 2015 y 2016, refrendaron esa confianza de una parte importante del
electorado, una tasa sólida de crecimiento y unas expectativas que, ayudadas
por el momento de debilidad del PSOE, llamaban al sorpasso en el voto de
izquierda e hicieron saltar todas las alarmas del mundo en la derecha política,
mediática y económica, valga la redundancia. Una locomotora morada avanzaba a
toda velocidad, se iba implantando con firmeza en todo el territorio nacional y
amenazaba con llevarse por delante cualquier obstáculo que encontrase. Eran los
tiempos de “asaltar el cielo” y otras sentencias, más o menos afortunadas, por
el estilo.
Ocurrió también, que se fueron sucediendo, uno tras otro,
grandes aciertos en materia de fichajes, tanto de alcance mediático como
intelectual y político: Carmena para Madrid, Colau en Barcelona, Kichi en Cádiz,
Ribó en Valencia y otra larga serie de personas relevantes que, unidas al
fenómeno Mareas, hacían de Podemos y sus aliados estratégicos, un constante
dolor de cabeza para la derecha en cualquiera de sus facetas. Buenas ideas,
magníficos nombres y respaldo popular eran los sólidos avales que lo
sustentaban. ¿Qué ha podido suceder para su sorprendente e inesperada caída?
Como cualquier partido político, Podemos tiene una legión de
seguidores fieles que lo defienden a capa y espada en cualquier foro donde se
suscite alguna crítica, en algunas ocasiones con mucho acierto, en otras no
tanto. También han permitido que su inicial pragmatismo vaya cediendo el paso a
un sectarismo que ha generado recelos entre teóricos cercanos primero, y
después abandonos de mayor o menor calado pero la sangría no se ha parado ahí. Es
cierto que la Política es un parque temático de Egos donde unos sobreviven y
otros perecen pero, si les añades otros ingredientes dañinos, como la soberbia,
el rencor o la envidia; has convertido cualquier reunión de su Dirección en una
potencial carnicería donde sabes cuántos entran pero no cuántos saldrán con
vida.
Cómo, si no, pueden explicarse las espantadas de Carmena,
Kichi, Bescansa, Errejón, Espinar o las Mareas, por citar solo algunos de los
más mediáticos aunque la lista es kilométrica. ¿Todos son traidores? Quizá esa
sea una explicación demasiado simplista para justificar de forma endogámica un
proceso mucho más complejo del que la actual dirección no es, en absoluto,
ajena y del que han tomado nota cientos de miles de votantes que han dejado de
serlo. Cualquier país civilizado necesita un partido fuerte de centro izquierda
y otro, también potente, situado más a su izquierda que se hagan mutuamente de
contrapeso. Ese espacio más a la izquierda lo ocupó durante 30 años Izquierda Unida,
antes el PCE, y durante el corto periodo reciente, Podemos. Si dejan de
esparcir culpabilidades hacia afuera y detectan y corrigen sus fantasmas
internos, tenemos Podemos para rato, si no, será Pudimos, con lo que todo eso
conlleva.