Es curioso que, quienes más se beneficiaron de la afluencia
de inmigrantes durante los años de las vacas gordas, fueran quienes pusieran el
grito en el cielo contra una “invasión” de personas que venían atraídas por el
efecto llamada de nuestro excelso nivel de vida y los servicios públicos
universales de los que, decían, abusaban.
Todo falso.
Desde que un ciudadano español nace, hasta que alcanza la
edad de incorporarse al sistema productivo, le cuesta al Estado una media de
60.000 euros. Si multiplicamos esa
cantidad por, aproximadamente, tres millones de personas jóvenes, sanas y con
ganas de trabajar que llegaron de fuera de nuestras fronteras, España se ahorró
alrededor de 180.000 millones de euros durante esos años de frenesí
económico. Además, estas personas
dieron un importante empujón a las cotizaciones de la Seguridad Social y, al
haber llegado con una mano delante y otra detrás, tuvieron que hacer un
importante desembolso en gasto de consumo y vivienda para adecuarse al modus
vivendi que encontraron a su alrededor.
A eso se le llama “hacer caja”.
Sin tener en cuenta el enriquecimiento en materia social y
cultural que aportaron y únicamente atendiendo a su incidencia económica,
podemos afirmar sin ningún género de dudas que la Inmigración, en los primeros
años del S XXI, fue una bendición para nuestro país.
La terrible influencia de la crisis mundial desatada en 2008
y la desastrosa gestión de la misma en nuestro país los últimos seis años, se
han llevado por delante los modos de supervivencia vital y las ilusiones de
millones de conciudadanos que perdieron su trabajo y, en el caso de las
personas que llegaron de fuera, una gran cantidad ha regresado a sus países de
origen o se ha ido a buscar la vida honradamente en otro lugar. Resumiendo:
Llegaron, produjeron riqueza (de la que participaron) y, en los momentos
de escasez, se están yendo.
Conclusión: La
demagogia contra los inmigrantes, el inexistente o poco significativo abuso de
nuestros servicios públicos y la cacareada y falsa delincuencia que les
acompañó, no son sino los mensajes apocalípticos que profirieron quienes más se
beneficiaron de su venida.
El asunto ahora es otro:
Aunque la situación en Europa no es buena y en España todavía peor, es
un paraíso comparado con la vida, por llamarle de algún modo, que le espera a
quien tuvo la desgracia de nacer en el África Subsahariana. Miseria endémica, hambrunas, crueles
conflictos armados perpetuados por regiones, mortales epidemias incontroladas y
una situación de neocolonialismo económico que esquilma sus recursos naturales
sin que la población autóctona vea un solo céntimo, preparan una oleada
migratoria sin precedentes, esta vez si, por motivos puramente humanitarios.
La llamada Civilización Occidental, tiene mucha
responsabilidad en lo que allí sucede y, pudiendo poner los medios para
corregirlo, no hace nada a nivel económico e institucional. Solo el titánico, nunca bien ponderado,
trabajo de múltiples ONGs trata de paliar mínimamente el drama humano que se
sufre en esa región del planeta.
La pregunta es: ¿Se
va a hacer algo en serio por cambiar el rumbo de esta dantesca situación? ¿Estamos preparados para asumir las
consecuencias de seguir como hasta ahora?
Lo demás es palabrería vacía, hipócritas voces de alarma y
condescendencia sonrojante que solo pretende mantener el estatus mientras se va
llenando la caja registradora.
1 comentario:
Buena entrada. Cuando las cosas se ponen feas, el primer recurso es siempre el mismo: 'Los inmigrantes a la hoguera'.
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