El paisaje se repite cíclicamente, va desplazándose hacia la
derecha según mis pasos trazan una trayectoria circular hacia la izquierda
hasta llegar al punto de partida. Así una y otra vez, desgastando el pavimento rocoso,
paso a paso, en una gradual pero implacable erosión sin escape posible.
Los aditamentos de cuero, fijados a ambos lados de los ojos,
cierran el plano y lo reducen a una franja estrecha por la que discurren
edificios y personas, carteles y colores, palabras y silencios como un mosaico
secuencial e incompleto. Una grieta por la que se escapa la vida paso a paso.
El runrún cadencioso de fondo se rompe y recompone con
asombrosa precisión; gritos, mensajes, músicas y nada; gritos, mensajes,
músicas y nada, … un bucle infinito que adormece el cerebro y disuade cualquier
tentación de pensar en otra cosa que no sea el paso siguiente, soy otro
autómata más.
Una presencia rompe la rutina en otra rutina de círculo más
amplio, es el amo que trae el sustento vital; cuelga del ronzal un cubo lleno descuidadamente
de paja para que pueda masticar, tragar y rumiar sin oportunidad de perder el
paso. La noria debe seguir girando, hace falta mucha agua.
Agua para destilar licores, agua para flotar yates, agua
para solazarse en el spa, agua para regar campos de golf. Agua para ahogar
desheredados, agua para anegar esperanzas, agua para oxidar resistencias, agua
para apagar revoluciones. Solo agua,
tanta agua…
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