A veces, viendo un informativo, da igual la cadena, tengo la
sensación de estar contemplando una reedición de aquellas películas de saldillo,
de spaguetti western, donde los pueblos eran solo fachadas de madera mantenidas
verticales mediante un entramado de postes y andamios. En más de una ocasión,
una fuerte ráfaga de viento las tumbaba igual que, con menos frecuencia, la
irrupción de una verdad descarada y desafiante echa por tierra una campaña
hueca y falsaria.
Todos sin excepción, aunque con diferentes grados de
intensidad y entusiasmo, repiten el mantra de nuestros días haciendo bueno
aquello de que una mentira repetida mil veces acaba convirtiéndose en verdad.
Hablamos del hipermanoseado concepto de la Participación.
De qué participación hablamos:
¿De la de poner unas migajas de gobierno en manos de la
población, para tenerla entretenida, mientras se hace y deshace a voluntad con
la parte mollar de las decisiones?
¿De aleccionar, cada uno a los suyos, para tener un
“ejército” de fieles que voten la opción que previamente les ha sido dictada?
¿De quejarse amargamente, con gran reverberación mediática,
de que la gente no participa cuando se diseñan adrede campañas anodinas y
farragosas para evitar la tentación de implicarse en algo?
¿De ignorar otras fórmulas de participación multitudinaria
por su “no oficialidad” casi siempre contraria a los intereses de quien decide?
¿De, en el otro extremo de la diagonal, buscar refrendos
oficiales, tocando la víscera y previamente teledirigidos, para legitimar
medidas de dudoso valor para el grueso de la población pero de valor
incalculable para una selecta minoría beneficiada?
El Comité de Rasgado de Vestiduras que esté hoy de guardia,
reaccionará rápidamente y evaluará si este texto tiene potencial para ser
leído, con lo que será denostado con alharaca, fuegos artificiales, tambores de
guerra y gran ruido mediático o si, por el contrario (lo más probable), pasará
desapercibido y solo será atendido por cuatro gatos sin voz ni
representatividad alguna, en cuyo caso será ignorado con desdén. Una u otra opción no restan valor
objetivo, si lo tuviere, a una reflexión sobre lo que se ve venir: Una
inflación de consultas, referéndum, preguntas, votaciones y plebiscitos con
resultados decididos de antemano y la falsa sensación entre usuarios de urnas
de que, ahora sí, se les escucha y se les tiene en cuenta.
Después de dar carta de protagonismo a una barbaridad como
la “posverdad” y comprobar estupefactos cómo se asume con naturalidad la más
infame de las mentiras, solo porque suena como le convenga a mis oídos; nos
dirigimos con paso firme hacia el abismo oscuro y mortal de la “poshistoria” y
ahí, aunque todos miren hacia otro lado, ya hemos estado en la primera mitad del siglo pasado, con
el desastroso resultado que conocemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario