domingo, 12 de marzo de 2017

Todo mentira


A veces, viendo un informativo, da igual la cadena, tengo la sensación de estar contemplando una reedición de aquellas películas de saldillo, de spaguetti western, donde los pueblos eran solo fachadas de madera mantenidas verticales mediante un entramado de postes y andamios. En más de una ocasión, una fuerte ráfaga de viento las tumbaba igual que, con menos frecuencia, la irrupción de una verdad descarada y desafiante echa por tierra una campaña hueca y falsaria.

Todos sin excepción, aunque con diferentes grados de intensidad y entusiasmo, repiten el mantra de nuestros días haciendo bueno aquello de que una mentira repetida mil veces acaba convirtiéndose en verdad. Hablamos del hipermanoseado concepto de la Participación.

De qué participación hablamos:

¿De la de poner unas migajas de gobierno en manos de la población, para tenerla entretenida, mientras se hace y deshace a voluntad con la parte mollar de las decisiones?

¿De aleccionar, cada uno a los suyos, para tener un “ejército” de fieles que voten la opción que previamente les ha sido dictada?

¿De quejarse amargamente, con gran reverberación mediática, de que la gente no participa cuando se diseñan adrede campañas anodinas y farragosas para evitar la tentación de implicarse en algo?

¿De ignorar otras fórmulas de participación multitudinaria por su “no oficialidad” casi siempre contraria a los intereses de quien decide?

¿De, en el otro extremo de la diagonal, buscar refrendos oficiales, tocando la víscera y previamente teledirigidos, para legitimar medidas de dudoso valor para el grueso de la población pero de valor incalculable para una selecta minoría beneficiada?

El Comité de Rasgado de Vestiduras que esté hoy de guardia, reaccionará rápidamente y evaluará si este texto tiene potencial para ser leído, con lo que será denostado con alharaca, fuegos artificiales, tambores de guerra y gran ruido mediático o si, por el contrario (lo más probable), pasará desapercibido y solo será atendido por cuatro gatos sin voz ni representatividad alguna, en cuyo caso será ignorado con desdén.  Una u otra opción no restan valor objetivo, si lo tuviere, a una reflexión sobre lo que se ve venir: Una inflación de consultas, referéndum, preguntas, votaciones y plebiscitos con resultados decididos de antemano y la falsa sensación entre usuarios de urnas de que, ahora sí, se les escucha y se les tiene en cuenta.

Después de dar carta de protagonismo a una barbaridad como la “posverdad” y comprobar estupefactos cómo se asume con naturalidad la más infame de las mentiras, solo porque suena como le convenga a mis oídos; nos dirigimos con paso firme hacia el abismo oscuro y mortal de la “poshistoria” y ahí, aunque todos miren hacia otro lado, ya hemos estado en la primera mitad del siglo pasado, con el desastroso resultado que conocemos.






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