Esto de las modas, las palabras mantra o las frases
recurrentes se nos está yendo de las manos a velocidad de vértigo. Esta semana
hemos disfrutado hasta la náusea de miles de invocaciones a la sacrosanta
Libertad de Expresión. Empezamos con ese ejercicio lisérgico que Marta Sánchez
usó para mear encima del escenario; el escarnio de un muchacho por poner su
rostro a una figura de madera mediante Photoshop que, la verdad, daba el pego
con el agravante de vivir en un estado aconfesional; la ultramoderna (en el S
XVII) condena a tres años de prisión a un rapero, solo por tener mal gusto; el
momento “entre todos lo censuraron y él solo se borró” perpetrado en un ARCO en
el que se han echado de menos “los flechas”, así, en modo performance; el
esperpéntico secuestro de un libro sobre el narcotráfico gallego, solo tres
años después de su lanzamiento y del que se ha hecho hasta una serie de
televisión y, entre otros muchos ejemplos, la nueva fórmula de
evasiva-autocensura que triunfa en las redes: “Yo es que soy afiliado por
Almería”.
La tristérrima noticia del pase a otra dimensión del
inmarcesible Forges, me ha conducido por senderos de mi memoria en los que
recordaba cómo empecé a recortar y coleccionar sus genialidades a rotulador,
allá por los primeros 70, mi adolescencia a finales de esa década; los
desatados 80, y un tenue pero imparable descenso, de los 90 en adelante, hasta
este gris momento pre Gran Hermano orweliano que vivimos hoy.
Me recordaba en la radio, aquel vetusto Estudio 1 de la SER
en la segunda planta del Gran Vía, 32; y los ratos buceando en la frenética
sala de teletipos, a la espera de una noticia digna de ser tuneada. Hoy,
treinta y tantos años más tarde, no podría hacer eso salvo que me apeteciera
dar un garbeo turístico por los calabozos de la Audiencia Nacional. Aún
conservo algunos guiones de entonces que, en defensa propia, he decidido
digitalizar, poner a buen recaudo en la red oscura y hacer desaparecer en su
formato físico, no vaya a ser que, cualquier día, me vea procesado por
Enaltecimiento de la Mojigatería, la Gilipollez o haber ofendido los
sentimientos facciosos de algún nostálgico de las falange (esos asesinos en
serie legalizados que mataban señalando con el dedo), falangino (como su nombre
indica, la Sección Femenina) y falanjetas (los que se hicieron, se están
haciendo y se harán de oro usando los resortes creados en el tardofranquismo).
Observamos con estupefacción cómo el Gobierno, que debería
ser de todos, está entregado al servilismo financiero y, sin el más mínimo
rubor, nos usa como felpudo para no manchar de barro la carísima y espesa
moqueta de los despachos de los grandes bancos y/o compañías energéticas. No
cuenta que, entre unas cosas y otras, se nos han levantado más de 300.000
millones de aquel superávit de la época dorada de Zapatero, más de 100.000 de
ayudas entre “bajo cuerda” y el rescate que no nos iba a costar un céntimo, ha
permitido, tolerado y ¿alentado? El timo de las Preferentes pero, el día que
trascienda la cifra de dinero perdido en osadas inversiones de los Planes de
Pensiones, las dichosas Preferentes quedarán reducidas a una inocente partida
de Monopoly, y todo esto con una deuda en el 100% del PIB, cuando cogieron este
país en 2011 con un 67% o, en otro orden de cosas, somos el hazmereír del mundo civilizado porque pagamos la energía a precio de sangre de unicornio teniendo el mayor potencial de Europa para producir energías limpias.
La solución al insostenible sistema piramidal de las
Pensiones Públicas pasa, sí o sí, por gravar en un mínimo porcentaje cada
operación financiera que realizan los bancos (no olvidemos que con NUESTRO
DINERO), lo demás es marear la perdiz mientras se llenan los bolsillos de
pasta.
Allá por el 77-78 corrió como la pólvora una frase: “Atado y
bien atado”. Hoy, 40 años después, la hemos modernizado con palabras, leyes y
hechos: “Esposado y bien esposado”, se dice.
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