domingo, 25 de febrero de 2018

Esposado y bien esposado




Esto de las modas, las palabras mantra o las frases recurrentes se nos está yendo de las manos a velocidad de vértigo. Esta semana hemos disfrutado hasta la náusea de miles de invocaciones a la sacrosanta Libertad de Expresión. Empezamos con ese ejercicio lisérgico que Marta Sánchez usó para mear encima del escenario; el escarnio de un muchacho por poner su rostro a una figura de madera mediante Photoshop que, la verdad, daba el pego con el agravante de vivir en un estado aconfesional; la ultramoderna (en el S XVII) condena a tres años de prisión a un rapero, solo por tener mal gusto; el momento “entre todos lo censuraron y él solo se borró” perpetrado en un ARCO en el que se han echado de menos “los flechas”, así, en modo performance; el esperpéntico secuestro de un libro sobre el narcotráfico gallego, solo tres años después de su lanzamiento y del que se ha hecho hasta una serie de televisión y, entre otros muchos ejemplos, la nueva fórmula de evasiva-autocensura que triunfa en las redes: “Yo es que soy afiliado por Almería”.

La tristérrima noticia del pase a otra dimensión del inmarcesible Forges, me ha conducido por senderos de mi memoria en los que recordaba cómo empecé a recortar y coleccionar sus genialidades a rotulador, allá por los primeros 70, mi adolescencia a finales de esa década; los desatados 80, y un tenue pero imparable descenso, de los 90 en adelante, hasta este gris momento pre Gran Hermano orweliano que vivimos hoy.

Me recordaba en la radio, aquel vetusto Estudio 1 de la SER en la segunda planta del Gran Vía, 32; y los ratos buceando en la frenética sala de teletipos, a la espera de una noticia digna de ser tuneada. Hoy, treinta y tantos años más tarde, no podría hacer eso salvo que me apeteciera dar un garbeo turístico por los calabozos de la Audiencia Nacional. Aún conservo algunos guiones de entonces que, en defensa propia, he decidido digitalizar, poner a buen recaudo en la red oscura y hacer desaparecer en su formato físico, no vaya a ser que, cualquier día, me vea procesado por Enaltecimiento de la Mojigatería, la Gilipollez o haber ofendido los sentimientos facciosos de algún nostálgico de las falange (esos asesinos en serie legalizados que mataban señalando con el dedo), falangino (como su nombre indica, la Sección Femenina) y falanjetas (los que se hicieron, se están haciendo y se harán de oro usando los resortes creados en el tardofranquismo).

Observamos con estupefacción cómo el Gobierno, que debería ser de todos, está entregado al servilismo financiero y, sin el más mínimo rubor, nos usa como felpudo para no manchar de barro la carísima y espesa moqueta de los despachos de los grandes bancos y/o compañías energéticas. No cuenta que, entre unas cosas y otras, se nos han levantado más de 300.000 millones de aquel superávit de la época dorada de Zapatero, más de 100.000 de ayudas entre “bajo cuerda” y el rescate que no nos iba a costar un céntimo, ha permitido, tolerado y ¿alentado? El timo de las Preferentes pero, el día que trascienda la cifra de dinero perdido en osadas inversiones de los Planes de Pensiones, las dichosas Preferentes quedarán reducidas a una inocente partida de Monopoly, y todo esto con una deuda en el 100% del PIB, cuando cogieron este país en 2011 con un 67% o, en otro orden de cosas, somos el hazmereír del mundo civilizado porque pagamos la energía a precio de sangre de unicornio teniendo el mayor potencial de Europa para producir energías limpias.

La solución al insostenible sistema piramidal de las Pensiones Públicas pasa, sí o sí, por gravar en un mínimo porcentaje cada operación financiera que realizan los bancos (no olvidemos que con NUESTRO DINERO), lo demás es marear la perdiz mientras se llenan los bolsillos de pasta.

Allá por el 77-78 corrió como la pólvora una frase: “Atado y bien atado”. Hoy, 40 años después, la hemos modernizado con palabras, leyes y hechos: “Esposado y bien esposado”, se dice.

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