La bruma densa seguía reptando por las húmedas piedras que
formaban el suelo. Se desplazaba despacio, recreándose en envolver con
precisión cada pie y cada pierna hasta la rodilla, procurando la desagradable
escena de un ballet de amputados que se deslizaban sin ruido por la cueva. A cada
poco, un hilo picante ascendía hasta la nariz derramando lágrimas y ese
moquillo acuoso que se desborda sin avisar, poniéndolo todo perdido de nariz
para abajo. La mortecina luz de la lámpara de aceite adquirió un brillo fuera
de lugar, como unos focos intensos hasta el dolor que iluminaran la Edad Media
mostrando su esplendorosa miseria. El chamán alzó los brazos sin abrir los
labios.
“Habéis venido a mí…”, retumbó por las paredes hasta
aturdir. “…y sé lo que queréis”. La voz sin cara bajó abruptamente su intensidad
hasta desparecer. En contraste con las palabras de trueno, las del chamán
sonaron suaves y aterciopeladas, casi juveniles: “El tiempo te mece en sus brazos, te
ama y odia por igual y, te tratará según hayas merecido. ¿Cómo le has tratado
tú a él?”. La pregunta planteada, aparentemente simple, planteaba un enigma
doloroso por equívoco: ¿Preguntaba cómo había tratado yo al tiempo o cómo me
había tratado a mí mismo a lo largo del tiempo? Ninguno de los presentes teníamos
respuesta para ninguna de las dos pero, la segunda variable, obligaba a un ejercicio
de introspección que ponía patas arriba mi yo íntimo y los avatares de mi vida.
El chamán volvió a susurrar mirándonos a todos, uno a uno: “Tu
rostro delata el sufrimiento que padeces, dime a qué edad de tu vida quieres
viajar y yo te ayudaré a volver para hacerte justicia a ti mismo”.
Sintiéndose descubiertos, uno a uno también, fueron bajando
la cabeza y humillando la mirada ante los ojos inquisitorios del chamán. Yo le sostuve
las pupilas desafiante, mirando dentro de las suyas. “¿Tú no quieres viajar?”
Preguntó algo sorprendido. “No”, respondí de inmediato, “He vivido con intensidad,
ilusión, dolor o amor cada minuto de mi vida y no quiero ni puedo cambiarlos.
Si moviera de su sitio, aunque fuera una sonrisa, ya no sería el mismo, ni
sería feliz como lo soy, ni compartiría, quizá, mi vida con quien la comparto.
No quiero cambiar nada de lo pasado porque todo, bueno o malo, me ha moldeado y
condiciona el futuro que anhelo conquistar”. “¿Estás seguro?” preguntó por fin.
“Nunca he estado más seguro en mi vida”, sentencié…
…y la sombra trocó en luz, la oscura cueva mudó en verde
pradera, la bruma espesa en sol radiante y el chamán susurrante en rumor de pájaros
cantando en medio del bosque. La vida sigue adelante, conmigo dentro…
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