Tan ocupados como estamos en denunciar las atrocidades que, cada día, se perpetran en honor al dios Dinero y sus profetas, los Mercados, no prestamos la atención que merece el preocupante repunte del Terrorismo Machista.
En mi opinión, alguien que se dedica a maltratar con saña, amedrentar de forma caprichosa e infundir un miedo atroz en una mujer con su sola presencia con el único objetivo de que viva aterrorizada y, cuando su mente enferma lo decide, asesinarla sin más; no merece otro calificativo que el de Terrorista ya que comparte métodos y acciones con quienes la sociedad ha convenido definir con ese término.
El terrorista al uso goza de la complicidad explícita de quienes, de manera directa, ayudan a que sus actos repugnantes se lleven a cabo y, aunque no apreten el gatillo, son colaboradores imprescindibles sin cuya participación la acción terrorista sería más difícil de ejecutar. En el terrorismo machista sucede algo similar con las personas que, siendo plenos conocedores de casos concretos, los alientan amparados en un dudoso concepto de empatía, cercanía o amistad o no los denuncian y, lo que es peor, tratan de convencer a la víctima de que merece lo que le ocurre y debe cambiar de actitud para satisfacer los deseos del “hombre”. Determinados miembros de la Iglesia saben de lo que hablo aunque, afortunadamente, cada día son menos.
Del mismo modo que un acto terrorista “convencional” despierta apoyos tácitos en algunos sectores sociales que, aunque minoritarios, existen; rara es la ocasión en la que el asesinato de una mujer a manos de su pareja o ex pareja no provoque el despreciable comentario “algo habrá hecho” que suele producirse en grupos de machotes de barra de bar, acompañado de comentarios hirientes, pretendidamente ingeniosos, que son salpicados de gruesas risotadas entre libación y libación.
Existe la errónea apreciación que atribuye los actos de terrorismo machista a un sector concreto de nuestra sociedad compuesto, en su mayor parte, por personas de una edad por encima de 50 años, con pocos estudios y escaso nivel económico. La casuística, lamentablemente, ha demostrado que todos los estratos sociales están contaminados por este misterioso elemento que convierte a un individuo, aparentemente normal, en un subhumano agresivo hasta el paroxismo en presencia de su pareja. Convendría no desdeñar el número creciente de casos entre adolescentes que, cerrando los ojos, echan la culpa a una pasión desmedida y, ni ellos ni quienes lo conocen, hacen nada por evitar y corregir estas actitudes. Grave error.
Los Medios de Comunicación, en un enfermizo afán competitivo, inciden de manera minuciosa en los detalles más sórdidos de cada crimen y, a mi juicio, le hacen un flaco favor a las mujeres con un potencial asesino cerca; les da ideas y, frecuentemente, tras un primer caso de ejecución concreta, se producen otros de la misma factura. Si dependiera de mí, visibilizaría al máximo la figura de la víctima, prescindiría de los detalles del asesinato, que no aportan nada a la noticia y procuraría que el asesino solo fuese recordado por los autos judiciales, cumpliendo su condena en una cárcel de mujeres…
Mujer, ningún hombre es tu dueño. Solo somos compañeros en igualdad de condiciones. Al menor síntoma denuncia, no lo dejes para mañana. Teléfono de atención 016.
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