Me vais a mirar mal. Si no mal, al menos de forma rara; el
caso es que me he desengañado de eso de lo que todo el mundo habla con grandes
palabras acompañadas de gestos miserables: la Lucha.
Nací de izquierdas y me he ido haciendo rojo con los años.
He frecuentado, participado colaborado y militado en partidos (en realidad solo
uno) y sindicatos de clase (en realidad solo uno). Tengo la costumbre de
implicarme en todas las reivindicaciones y movilizaciones que considero justas
y, así en general, en todos los foros, colectivos, conciliábulos, grupos y
facciones siempre se hablaba de lo mismo: de la Lucha. Hay que luchar por esto,
por lo otro, sin lucha no hay victoria, si no luchamos nos pasarán por encima y
un largo catálogo de ejemplos del uso de la lucha como herramienta
imprescindible para la consecución de logros que, de otro modo, serían
impensables. Pues me he cansado.
Un factor acompaña de forma invariable cada lucha
emprendida: un líder o colectivo que lidera, diseña la estrategia, los
movimientos, lo que merece la pena y lo que no, qué resultados son aceptables y
cuáles intolerables y, siempre, siempre, siempre ha sucedido lo mismo: esa
persona o colectivo ha salido beneficiada y los que nos hemos roto los cuernos
dando la jeta, hemos quedado, en el mejor de los casos, como estábamos. Suena
derrotista, lo sé, pero estoy hasta el gorro.
El mundo se va a la mierda, la ultraderecha está volviendo a
sacar la cabeza del lodazal donde dormita cuando la situación no le es favorable
y, lejos de preocuparles el brillo amenazante de sus afilados colmillos, las
clases más desfavorecidas, las que deberían estar a nuestro lado (o nosotros al
suyo, quizá), son quienes les apoyan y encumbran. Los que deberíamos ayudarles
estamos muy ocupados en desilusionarles, en discutir si son galgos o son
podencos, si hay que levantar más muros en no sé dónde, si los medios nos
engañan (¡claro! Eso es lo que determinan sus consejos de administración) y
hacernos los ofendiditos con gilipolleces, mientras la caverna va directa a lo
suyo, sin distraerse un milímetro de su objetivo.
En consecuencia, he decidido que me la suda todo y voy a ser
feliz. Intentaré disfrutar de la vida en la medida de mis posibilidades y
pondré distancia de los líderes tóxicos que lanzan sus seudópodos, como una
ameba, y fagocitan la energía, ideas y entusiasmo de todos los que están
alrededor en su propio beneficio. Viajaré lo que pueda, aunque sea a la ciudad
de al lado, e intentaré aprender de su gente; hablaré con todo el mundo que
tenga disposición a hacerlo y dejaré en paz a quien lo desee; si puedo, echaré
una mano en lo que alcance y a quien alcance y, cuando yo lo necesite, pediré
ayuda; por qué no.
¿Crees que soy un derrotista? No opino lo mismo pero no te
lo voy a discutir ¿Me llamas traidor a la clase trabajadora? Tus propias
palabras gruesas te descalifican pero tampoco entraré al trapo. Solo sé que el
mundo que conocemos que va por la alcantarilla y, lamentablemente, unos y otros
hemos puesto de nuestra parte para que sea así sin remedio, de modo que te
deseo que seas feliz. Yo lo intentaré con todas mis fuerzas.
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