Un dicho africano reza que, “si los leones contaran la
historia, los cazadores de los safaris no aparecerían como héroes” ¿Qué habría sucedido si las mujeres
hubieran escrito la Historia? Que todo sería muy distinto.
Somos “hijos” de determinados atavismos que se han ido
fraguando a los largo de los siglos y, en nuestra sociedad, están muy
emparentados por los juegos de dominio y poder que hay detrás de todas las
religiones en general y, en el Cristianismo en particular, del desprecio a la
mujer y su relegación a espacios de servidumbre. La primacía del varón ha venido motivada por su
incomprensión a los códigos de conducta, infinitamente menos violenta y más
taimada, empleados por la mujer y en una respuesta basada en la superioridad
física del macho para minimizar su escandaloso complejo de inferioridad cuando
se trataba de ejercer de homo sapiens sapiens. Además, aun siendo fundamental
para la supervivencia de la sociedad, la maternidad y el cuidado de la prole
condenaron a la mujer a permanecer fuera de los círculos del poder.
Durante cientos de años, educación judeo-cristiana mediante,
se ha considerado normal, incluso necesario, que el hombre someta a la mujer
por la fuerza: Él tenía que procurar el sustento familiar fuera de casa y no
podía distraerse con menudencias domésticas y perturbaran su valiosa atención
y, menos aún, permitir que una histérica le calentara la cabeza con problemas
según entraba por la puerta; un gruñido, un grito o, si no obedecía, unos
golpes lograban el efecto necesario para vivir en un remanso de paz.
La segunda mitad del S XX, propiciada por las labores de
retaguardia desarrolladas en la Segunda Guerra Mundial, abrieron poco a poco
las puertas de la mujer al mundo laboral y, como consecuencia, a la
independencia económica; algo muy temido por el macho dominante que perdía un
baluarte básico en su estrategia de dominación: “Yo, que gano el dinero, mando
y tú, que solo gastas, obedeces”. La popularización de los anticonceptivos,
desde la década de los 60, volatilizó la pesada losa de la maternidad que
llevaba asfixiando los deseos de libertad femeninos durante siglos y, solo era
cuestión de tiempo, los movimientos feministas recogieron banderas aisladas que
habían ido logrando derechos tras muchos años de lucha (las sufraguistas serían
un buen ejemplo), las aunaron en un único movimiento y se dieron a conocer al
mundo. La Revolución de las Mujeres se puso en marcha y no parará hasta que no
logre un mundo de igualdad real en todos los aspectos.
El siglo XXI se presenta lleno de paradojas en este aspecto:
En el ámbito legislativo (en nuestra sociedad, no en otras) existe una igualdad
formal que sitúa a la mujer en el mismo plano que el hombre, en la realidad
cotidiana no, todavía queda mucho camino:
En lo doméstico quedan hombres (y mujeres) que consideran
las tareas de la casa como territorio exclusivamente femenino (aunque la mujer
trabaje fuera las mismas o más
horas que el hombre) e, incluso, algunos consideran “afortunada” a su pareja
porque tengan a bien ayudar realizando alguna tarea menor. No, amigos, ese no
es el criterio, el bienestar de ambos pasa por un reparto al 50%, lo demás son
excusas pobres.
No voy a dedicar demasiado tiempo a hablar de la violencia
hacia las mujeres: Son Terroristas. Usan tácticas terroristas, tratan de
aterrorizar a sus víctimas para que cumplan sus caprichos y, si no lo hacen,
recurren al castigo físico o la muerte. A largo plazo, terminar con esta lacra
pasa por una educación en condiciones de igualdad real en todas las fases de la
vida pero, a corto plazo, un sistema eficaz y dotado de recursos suficientes
para ayudar a las víctimas y la aplicación de la Ley Antiterrorista a sus
verdugos minimizaría sus efectos.
Creo, además, que los medios de comunicación no aciertan en el
tratamiento: Cada vez que al dar la noticia de un asesinato machista, dan
detalles sobre el modus operandi y otros datos prescindibles, dan ideas al
violento de turno al que le viene rondando su vacía cabeza, hace tiempo,
perpetrar una salvajada. Dos sugerencias:
1º, honrar a la víctima sin recrearse en detalles y dar el nombre y los datos
del agresor para avergonzarle (ya veríamos como encajarlo en el respeto a la
presunción de inocencia) y 2º, una vez condenado a la pena de prisión que le
corresponda, internarlo en una cárcel de mujeres.
La situación laboral, aunque ha mejorado en los últimos 50
años, dista mucho de ser la ideal. Lo más importante es la aplicación de un
criterio palmario: A igual trabajo, igual salario y, por supuesto, mismas
posibilidades de acceso a todos los puestos. La eliminación brutal de derechos
que ha supuesto la maldita Reforma Laboral, ha atrasado 30 años el calendario
de avances logrados por la mujer a base de lucha permanente, hasta tal punto
que, solo con estar en edad de ser madre, estigmatiza a la mujer y la condena a
no acceder a puestos que merezca por méritos o capacidad. Debemos recuperar lo
desandado y seguir hacia delante.
Queda mucho por avanzar pero, mirando atrás y viendo todo el
camino recorrido, hay esperanzas de poderlo conseguir en plazo breve de
tiempo. Lo que nos hace distintos
y mejor dotados es lo que tenemos dentro de la cabeza, no de cintura para
abajo.
Si la historia la hubieran escrito las mujeres, estoy
convencido que los hombres no habríamos sufrido tanto como ellas lo han hecho
hasta hoy, es más, creo que el mundo sería hoy un lugar mejor.
2 comentarios:
Gracias por decirlo tan claro.
La pregunta es:
¿Quién da las gracias a quién?
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