Durante los años de opulencia no desperdiciaste una
oportunidad de despreciar a todo el que no estuviera de acuerdo contigo,
desobedeciese esas órdenes tuyas nunca pronunciadas que debían ser adivinadas
o, incluso, envalentonado con vapores que entontecen la voluntad, faltando
gravemente al respeto de quien, real o figuradamente, había osado mirarte mal.
Un oscilante coro de palmeros, de a tanto el abrazo, reía tus gracias, jaleaba
tus bravuconadas y volvías a casa zigzagueante, agachándote a cada poco para no
enganchar tu ego en los tendidos eléctricos. Yo también estaba ahí y, con
viento de cola, no supe o no quise avisar.
Los extremos del vaivén ciclotímico donde te mecías en
privado tenían un denominador común, el de la buena persona que luchaba por
aflorar en un mundo implacable. Con el tiempo, y quién sabe si el cansancio, el
buen tipo acabó perdiendo fuelle y rindiéndose a la evidencia: La apariencia de
ser vulnerable es un lujo que no te podías permitir en un mundo de depredadores
y presas. Ese mundo primitivo y binario está vedado a quienes exteriorizan
debilidades; mejor enterrarlas bajo toneladas de altanería. Gran error, no solo no han muerto sino
que, fuertemente arraigadas, han adquirido pujanza en la profundidad y
aflorarán cuando menos te lo esperes. No será malo, simplemente incómodo.
Aun así, por esos misterios que hacen tan apasionante la
naturaleza humana, hay gente que te quiere; que ha optado por mirar para otro
lado cuando tu frustración se expresa mediante espumarajos de odio evanescente,
solo por no tener la dolorosa experiencia de mirarte a los ojos y ver todo el
sufrimiento que tratan de esconder. Es triste ver pedir auxilio en silencio, a quien
ya es una parte de ti mismo, y no poder hacer nada por darle el calor que pide
porque, como ese león herido en una trampa, matará de un certero zarpazo a todo
el que se acerque a socorrerle. El orgullo mal entendido y la cerrazón a
reconocer los errores, también son propios de la naturaleza humana y con ellos
hay que vivir.
Lo reconozco, no sé qué hacer, no sé cómo acercarme, estoy
muy cansado para atravesar a nado ese océano de lava ardiente que nos separa y
creo que debería intentarlo pero, puedes llamarlo hartazgo, pereza,
agotamiento, … , quizá, espíritu de supervivencia, puedes llamarlo como quieras
porque el resultado es el mismo, estamos ambos, quietos, mirándonos desde ambas
orillas sin atrevernos siquiera a mojarnos los pies y la inacción es nuestro
peor enemigo. No sé si me
necesitas, puedo sospechar que sí. Sé, a ciencia cierta, que soy demasiado
pobre como para poder permitirme el lujo de tirar una amistad tan valiosa,
labrada durante años.
En una carpeta archivada en una caja, que guardé en un
mueble, que almacené en una sala, que hay en ese sótano, que cerré bajo siete
llaves, tras una escalera tapiada; escribí Ofensas
y no recuerdo ya lo que metí. Sobre
la mesa tengo otra carpeta vacía y abierta, en cuya portada he escrito Mañana.
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