Con un gesto imperceptible desde la primera fila de público,
separó un centímetro el telón de la pared lateral y echó un discreto vistazo:
Lleno absoluto, una leve cucaracha no encontraría hueco para entrar en la sala
entre los pies de los asistentes. Es cierto que se habían volcado con la
publicidad, empapelando de esos acertados carteles toda la ciudad, pero la
respuesta general superó las expectativas más optimistas. Ya en la prueba de
sonido, hace más de dos horas, se anunció el éxito cuando, los que esperaban
impacientes para entrar, aullaron de gozo al escuchar su voz entre acoples y
variaciones de tono y algún gallo estridente que delataba una garganta sin
calentamiento. Estaba en la cresta
de la ola y debía exprimir su popularidad hasta la última gota.
Aún recordaba cuando, hace seis años, su nombre comenzó a
sonar entre los grandes, aún recordaba el nudo en el estómago que sentía al
leer las encarnizadas soflamas en contra de sus primeros haters, aún recordaba
las noches de insomnio atenazado por el miedo escénico y las pastillitas
milagrosas que le pasaron los compañeros de la banda. ¿Ver unicornios,
dicen? Y sonreía para sus adentros
rememorando lo mal que le sentaba el tutú al ornitorrinco protagonista de su
particular versión de “El lago de los cisnes”. Aún recordaba, entre brumas, el
momento de caer dormido, o anestesiado, entre risas lisérgicas.
El corto, pero intenso, periodo de experimentación con la
“potenciación química”, que llamaba él a sus coqueteos con las drogas, tocó prácticamente
todas la teclas al menos una vez
y, a pesar de eso, o quizás por eso, decían, no se enganchó a ninguna. Decían también
que su férrea voluntad no lo permitiría, que nada podía con él y otras leyendas
inventadas de similar pelaje y todas falsas; en su carga genética había dos
rasgos definitorios: la predisposición a una alarmante ausencia de empatía,
bien disimulada mediante clases de interpretación, y un gen dominante que
evitaba someterse a adicciones de cualquier tipo. Cosas de la bioquímica.
UN MINUTO, sonó una voz metálica a su espalda, cada quien
ocupó su puesto con precisión, el pesado telón comenzó a abrirse parsimonioso a
la vez que, gradualmente, iban bajando las luces de la sala e iban adquiriendo
intensidad las del escenario.
Atusó, con un tic, sus rizos en la nuca, desplegó su mejor sonrisa y
apareció en escena saludando con ambas manos en alto. El Spanish Presupuestos
Tour 2017 había llevado a Cristóbal Montoro hasta Las Palmas de Gran Canaria,
donde ahora desgranaría las inversiones millonarias que llevarán a cabo a
cambio de un voto. The show must go on…
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