La independencia de Cataluña era una buena noticia para unos
y una mala noticia para otros pero que, tras un proceso discutido y discutible
y un simulacro de votación que dejó mucho que desear, la hoja de ruta
independentista tenga freno y marcha atrás por culpa, única y exclusivamente, de
los movimientos del entramado financiero, no es una buena noticia para nadie.
Podemos hablar de la racionalidad como el bien más escaso en
ambos bandos, de la visceralidad como el triste y solitario argumento de los
vendedores de banderas, del oportunismo como elemento más buscado a la hora de
esconder el futuro penal de unos y de otros por su afición de meter la mano en
la caja, de la inocencia de quienes han “comprado” con ilusión la (falsa) idea
de controlar su propio futuro, de la rentabilidad de una posición estratégica
para hacer valer sus propuestas minoritarias con rango de ley o de un
equivocado sentido de la autoridad para usar una fuerza desmedida para disimular
su falta de criterio democrático. Podemos hablar de todo eso pero la auténtica
verdad nos la chivó un tal Bill Clinton hace 25 años: “es la economía, estúpido”.
Podemos constatar todas nuestras sospechas: vivimos una
distopía donde, bajo la apariencia lustrosa de una democracia formal, es el
dinero el auténtico amo y señor de nuestros destinos, vidas y haciendas. A quienes se nos encendieron todas las
luces de alarma con la celebrada caída del Muro de Berlín, nos sirve de poco
tener razón pero, al menos, tenemos la certeza de que nuestra capacidad de
análisis crítico no está atrofiada del todo.
Que, quien controla las llaves de la caja de caudales, haya
decidido que no le gustan las aventuras pretendidamente identitarias solo
significa una cosa: que considera amortizados a unos fieles servidores que se
pasaron un poquito de la raya fijando la cuantía de sus comisiones y, por
tanto, como han atentado gravemente contra la gallina de los huevos de oro, ya
pueden ir eligiendo un penal de 5 estrellas donde cumplir sus testimoniales condenas.
El resto del llamado “Proces” quedará dentro de pocos años
en una anécdota con dos trayectorias, como la famosa cornada de Paquirri:
Apenas supondrá una mínima reseña en los libros de historia que desaparecerá
con el tiempo y habrá hecho ricos a los fabricantes y vendedores de “esteladas”
mediante contenedores de billetes de curso legal europeo que ya viajan ufanos
hacia destinos orientales.
Los imaginativos creadores de “memes” se equivocaron de
personaje, sacralizaron a Piolín cuando el protagonista era el Tío Gilito…
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