No
es la primera vez que lo digo ni creo ser el primero que lo dice,
pero no ser original no significa no tener razón:
Yo
también me quiero independizar.
Me
quiero independizar de un grupo de impresentables, ya veremos con el
tiempo si también delincuentes, que han avalado con su acción u
omisión desde el Gobierno una estafa de dimensiones cósmicas, a la
sombra de la mal llamada crisis, que ha hecho desaparecer 300.000
millones de euros por el sumidero de la banca, entre rescates tácitos
y explícitos, que no vamos a volver a ver. La gracia de volatilizar
un 30% del PIB nos da un síntoma de la fortaleza de este país, que
todavía no se ha hundido, y de la docilidad ovina de sus habitantes
que, desconozco por qué oscuro sortilegio, siguen votando a esta
gentuza y de la sumisión de la Justicia que ha sumado a su
tradicional venda en los ojos, unos tapones para los oídos y una
mordaza para la boca, no se sabe si por impericia (malo) o
connivencia (peor).
La
desaparición de ese dineral se ha llevado por delante como un
huracán de fuerza 5, a todas las pequeñas y medianas empresas que
trabajaban con la administración en cualquiera de sus escalas. Como
un pez que se muerde la cola, el frenazo en seco de los créditos
paralizó la financiación de la construcción, con millones de
empleados con poca o nula formación que fueron a la calle y que se
unieron a los despedidos por el cierre de empresas, dibujando un
desolador panorama que se acercó a los 5 millones de desempleados en
los años más duros.
El
resto de países de nuestro entorno, con una banca menos cleptómana
que la nuestra, también sufrió el revolcón de la crisis financiera
pero, según tocaron fondo, se recuperaron con fuerza. España no,
aquí la CEOE dictó al oído de Rajoy una reforma laboral
(involución laboral) que liquidó innumerables derechos, consolidó
la precariedad como modus operandi habitual de chantaje al trabajador
que, o traga con la miseria que le ofrecen, o se queda parado de por
vida, y tuvo la desfachatez de presumir de crear puestos de trabajo
cuando, lo único que hizo, fue convertir cada empleo de calidad en 3
o 4 precarios por la mitad del salario.
Pagar
sueldos de miseria tiene dos consecuencias palmarias: Tener trabajo
no significa dejar de pasar hambre y, además, las cotizaciones a la
seguridad social son ridículas, con lo que el sistema público de
pensiones, muy deficitario por su estructura piramidal, queda al
borde del colapso. El Gobierno, como es su costumbre, lejos de
arbitrar medidas que corrijan el déficit gravando el sistema
financiero con un minúsculo porcentaje por cada operación bancaria
o bursátil, cierra el círculo de la infamia promocionando unos
ruinosos planes privados de pensiones, que suponen otra inyección de
dinero para quien causó el agujero por el que se despeñó nuestra
economía: La Banca.
Ya
de paso, como las cuentas del Estado están bajo mínimos, el sistema
público de salud es sometido a una cura de adelgazamiento brutal,
del tipo “las vacas flacas se declaran en huelga de hambre”, cómo
no, favoreciendo la apuesta por las compañías privadas de servicios
sanitarios, muy prestas a poner la mano para cobrar al usuario y a la
administración y más rápidas aún para derivar a la pública
cualquier patología que no se resuelva con una radiografía y un
tratamiento médico al uso.
La
enseñanza pública ha sido otra víctima de el expolio sufrido, con
despidos multitudinarios de profesorado, que han propiciado ratios
propias de los años 70, desinversión flagrante y, como
contraposición, un aumento descarado del dinero de todos para la
enseñanza privada y concertada con una importante parte del pastel
en manos de una Iglesia Católica insaciable cuando se trata de
devorar recursos públicos.
Buena
parte de ese rico dinerito que voló, lo hizo hacia bolsillos de los
propios gestores que debían velar por su buen uso, propiciando el
mayor ejemplo de transversalidad que podamos conocer: Pillaron pasta
de la obra pública, obra privada, empresarios, sanidad pública,
sanidad privada, enseñanza pública, enseñanza privada, medios de
comunicación, compañías energéticas, y, sobre todo, la Banca.
Pues
de todas estas tropelías son de las que me quiero independizar.
Presumir y sacar pecho de haber nacido en no sé qué país, región,
provincia, ciudad, barrio, calle, número o piso tiene poco que ver
con la racionalidad y mucho con las vísceras, da lo mismo si nos
referimos al ansia de latrocinio perpetrado desde Madrid, Cataluña,
Andalucía, Asturias, Baleares, Murcia o cualquier otro rincón donde
habiten los aficionados a la rapiña.
No
quiero independizarme de la buena gente, me da igual donde viva o que
idioma hable; no quiero independizarme de quien se gana la vida
honradamente porque las banderas no dan de comer. Quiero ser
independiente de todos los chorizos que en este país pululan por
cada rincón susceptible de llevarse algo entre las uñas, y no
quiero hacerlo yéndome yo, lo que pretendo es echarles. Así, sin
contemplaciones.
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