Se considera, y por sobrados motivos, a Leonardo Da Vinci
como el “Hombre del Renacimiento” por antonomasia. Pintor, escultor, ingeniero,
inventor, matemático, filósofo y dominador de todas las ramas científicas que
fueron y después han sido. No se conciben conceptos normalizados hoy día sin su
influencia fundamental y sus diseños visionarios adelantados varios siglos en
el tiempo.
Si existieran parámetros mensurables, no me cabe la más
mínima duda que Federico Trillo sería el Leonardo da Vinci de las cloacas
judiciales. Pintor, con pigmentos innobles, de retratos monstruosos o
sospechosamente favorecedores de amigos/enemigos según conviniera a sus
intereses; escultor, con abundante materia fecal, de grandiosos monumentos a la
indecencia, la injusticia y la indignidad; ingeniero y muñidor de estrategias
judiciales sucias, bastardas y rastreras con el único fin de trocar acusador en
acusado y llenar de oropel o envenenar el tejido de las togas que se le acercaban;
preciso calculador de costes y beneficios e ideólogo de la infamia trasladada
al recurso inconstitucional. Una máquina sin alma al servicio ciego de La Obra
y su tablero de juegos.
62 muertes golpearían su conciencia, si la tuviera, cada
noche. Gran experto en Shakespeare, el espectro de su particular Banquo se le
aparecería en cada banquete para echarle en cara su traición a quienes debía
dirigir con nobleza y dignidad. Los números no cuadraban, la grosera diferencia
entre lo pagado y lo contratado debería llevar sus huesos a una celda y, por
eso, no aparecerán pruebas, facturas, justificantes o documento alguno que lo
pueda relacionar. El Partido Popular le debe mucho, demasiado, Trillo nunca será "ese exministro del que usted me habla".
Dando la razón a quien afirma que está hecho de carne
humana, los nervios lo traicionaron horas después del nada descabellado
accidente; había que echar tierra (literal y figuradamente) sobre él y las
repatriaciones, de los restos de los militares que volaron en esa mortaja
metálica, debían hacerse de inmediato, daba igual el contenido de los féretros,
las banderas ocultarían la trampa, arroparían al tramposo y, una vez
enterrados, el aire limpio disiparía el hedor.
Las brujas profetizaron que Federico no sería jamás herido
por ser vivo alguno y, él, abusó vehemente, soberbio y altanero de la seguridad
de sentirse impune. La profecía no falló, 62 cadáveres le rodean pidiendo
explicaciones y exigiendo una satisfacción. Igual que Macbeth fue muerto por
alguien no nacido de mujer, Trillo se desangrará por la acción de quienes debió
proteger, mandó morir de modo estéril e indigno y luego abandonó a su suerte en
la nebulosa ladera de un monte turco.
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