Entre todos los seres vivos, el ser humano ha sido, es y
será diferente a todos los demás por varias características que nos hacen
únicos. ¿La inteligencia? Podría ser pero, de un tiempo a esta parte, cada día
lo dudo más.
Hay, sin embargo, hechos indiscutibles en los que fijar
nuestra atención; el primero, con una ventaja abrumadora sobre los demás, es
nuestra capacidad casi infinita para hacer el gilipollas:
Atendiendo a la Ley que domina todas nuestras actuaciones
desde la noche de los tiempos: la Ley del Mínimo Esfuerzo, nos hemos pegado
unas auténticas palizas a trabajar para intentar hacer lo menos posible. Así,
desde los tiempos en que fuimos cazadores-recolectores cuando, si teníamos
hambre, salíamos de la cueva donde dedicábamos el tiempo a dormitar, follar o
hacer protografitis, y recogíamos frutos de la tierra o el primer conejo o algo
mayor que pasara por allí. Ahora, para conseguir algo parecido, hemos de
dedicar un montón de horas al día a ser infelices, soportar individuos tóxicos
con mando en plaza, dejarnos intoxicar el cerebro y, aún así, no terminamos de
dormir tranquilos. Evolución, dicen que lo llaman.
Invertimos muchísimo esfuerzo y recursos para tener un
agradable lugar donde vivir, tratamos que sea lo más cómodo posible, pintado de
colores que afecten positivamente a nuestro ánimo, procuramos que tenga una
temperatura agradable (hay quien entiende esto como ir en invierno por la casa
en ropa interior y en verano con un plumas), adquirimos electrodomésticos de lo
más peregrino y dudosa utilidad solo por estar de moda aunque cuesten un
dineral, consuman la misma energía que toda la NASA y no sepamos cómo utilizar
correctamente. Para lograrlo,
contribuimos inconscientemente a deteriorar sin remedio la Tierra, que era un
agradable lugar donde vivir, con todas las características que buscamos para
nuestra casa y que nos estamos cargando a velocidad de vértigo.
En los orígenes de las estructuras sociales, aparecieron
unos personajes con capacidades para embaucar a los demás en su propio
beneficio. Al principio achacaron las tormentas u otros fenómenos naturales a
la acción de un amiguete suyo, llamado el Dios de “o haces lo que yo quiera o
te vas a enterar”, que explotando algo tan poderoso como el miedo, consiguieron
hacerse con los mandos y dominarlo todo a su antojo. Sería tan prolijo como
inútil explicar como pasaron de ser el “espabilado de la tribu” al “líder
social/político/religioso X” pero seguimos creyendo a pies juntillas sus trucos
de vendedores de crecepelo y delegando en ellos algo de suma importancia: La
gestión de nuestra propia vida.
Demostrado, pues, que dedicamos gran parte de nuestra vida a
actividades nocivas e inútiles, que hemos encendido la mecha que hará
inhabitable nuestro planeta y que, además, lo hacemos para que esté contento el
“líder que todo lo puede”, convendría que volviéramos a hacernos la misma
pregunta: ¿Lo que nos distingue del resto de seres vivos es nuestra
inteligencia o nuestra infinita capacidad para hacer el gilipollas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario