Hace no demasiados años, escuchar un determinado diagnóstico
era, en sí mismo, una condena: -¿Qué le pasa a fulanito?- -Tiene el Cólico
Miserere- -Pobrecito, tan joven…-.
Estas tres frases se repetían, palabra más o menos, por los distintos
rincones de España y no fallaban, el fulanito en cuestión terminaba falleciendo
a los pocos días de una…
apendicitis.
Afortunadamente, el Cólico Miserere y otros males de
parecida naturaleza, han desaparecido incluso de nuestra memoria por acción y
efecto de la medicina, cuyos avances se suceden a gran velocidad sin que seamos
verdaderamente conscientes de su eficiencia, que aumenta día a día de modo
exponencial.
Hasta anteayer mismo, un diagnóstico de cáncer significaba
una letal cuenta atrás que se ponía en marcha, que despertaba terror en el
enfermo y una pena infinita e indisimulada en su entorno más cercano. Los
tratamientos suponían un torturante vía crucis que, con mucho sufrimiento,
lograba alargar unos meses o años la vida del paciente para, siempre demasiado
pronto, acabar con su vida. Hoy esto ha cambiado.
Los porcentajes de curación de los diferentes tumores,
condicionados por circunstancias externas, han ido aumentando paulatinamente e
invirtiendo la tendencia. Donde antes había una proporción de supervivencia del
25 %, ahora es del 75 %. Los tratamientos se aplican después de estudiar caso a
caso y, en la mayoría de las ocasiones, además de minimizar el sufrimiento
demuestran una eficacia utópica hace solo una década. Y siguen trabajando en mejorar.
Con independencia del incontestable aumento de las cifras de
curación, en los casos en que aún no es posible, lo que se busca es la
cronificación de la enfermedad y la calidad de vida del paciente. Así, dentro
de poco tiempo, a medida que vayan encontrando solución a más patologías, las
irán aplicando, entrando en un “círculo virtuoso” que nos beneficiará a todos.
El aumento de la esperanza de vida tiene como consecuencia
un progresivo deterioro del organismo de cada persona. Este deterioro puede ser
detenido, incluso revertido, en algunos casos pero la idea de los científicos
que trabajan en ello es que vivamos los años que sea posible con las máxima
calidad de vida. Eso pasa por prevenir lo que sea posible y curar lo que no se
haya podido prevenir. El cáncer está entre sus principales objetivos y, paso a
paso, van inclinando la balanza hacia su derrota.
En un asunto tan delicado, están saturados los dos extremos:
El de los pesimistas recalcitrantes que convierten cada suspiro en un motivo
para alimentar su desesperanza en la desgracia y el de los optimistas
patológicos que se pasan el día empujándote para que te rías porque una buena
actitud emocional ayuda a la curación.
Ni lo uno ni lo otro.
Veamos: No somos máquinas, tenemos sentimientos y emociones
y, de lo bien o mal que sepamos gestionarlas, depende lo felices o infelices
que nos sintamos. Ante un diagnóstico de cáncer, la primera reacción y muy
normal por cierto, es notar que se te encoge el alma. No pasa nada, el secreto
está en obrar con naturalidad. También conviene hacer partícipe a tu círculo de
confianza e ir juntos por el camino que se abre, que puede ser difícil o muy
difícil, pero con alguien cerca se hace más llevadero. Ocultar las emociones puede
transmitir una imagen equivocada que ayuda poco, de nuevo la naturalidad nos
ayudará y, por último y no menos importante, afrontarlo con pensamiento
positivo; no porque ayude a la curación (en el mejor de los casos estaría por
demostrar), sino porque hará más llevadero todo el proceso y, lógicamente,
mejorará tu calidad de vida.
Ahora, mientras te doy un abrazo cálido y sincero, susúrrame
al oído: Sí, tengo cáncer pero es solo una enfermedad, yo soy más fuerte…
No hay comentarios:
Publicar un comentario