La prisa cierra el plano, la pupila enfoca la meta en un
vertiginoso “efecto túnel” y la única imagen lateral que recibes es tu posición
relativa respecto a los rivales o enemigos que, igual que tú, tratan de
alcanzar el objetivo antes que nadie.
Compites porque sí, porque así te enseñaron y porque llevas haciéndolo
toda la vida, porque la existencia no tendría aliciente sin degustar las mieles
de la victoria; no siempre, solo de vez en cuando aunque, si viene una buena
racha, terminas acostumbrándote a su sabor y, con indicios de hastío, empiezas
a buscar objetivos más ambiciosos. El viaje es solo el incómodo trámite para
llegar al destino marcado que, una vez alcanzado, pierde todo su valor y es
sustituido por otro más grande, más bonito, más complicado, más caro, … mejor.
¿Mejor?
El horizonte, por definición, es inalcanzable; se ve,
siempre está ahí pero siempre varía. La curiosidad te obliga a detenerte cada
dos pasos a observar una planta, un insecto, un contraste de colores o un grupo
de gente que ríe o llora. Da lo mismo, el horizonte siempre está a la misma
distancia y nunca va a estar mas cerca ni más lejos. Tienes una meta a la que
llegar, claro que sí, pero es la excusa perfecta para emprender la gran
aventura del viaje con todos los sentidos abiertos a la percepción de nuevas
sensaciones, emociones, sentimientos … de vida, lo llaman. Has de andar con cuidado
porque, a cada poco, pasa cerca de ti una persona a toda velocidad, mirando sin
ver y, si tienes la mala suerte de cruzarte en su camino, serás arrollado sin
contemplaciones entre amargos reproches por haberle hecho perder el tiempo. ¿el
tiempo se pierde? Según; hay personas que se lamentan de perder su tiempo y
otras se felicitan por haberlo sabido emplear.
Luego estamos los demás. Los que queremos correr, porque es
lo que hacen todos, pero nos paramos para aprender de lo que encontramos y,
claro, hemos perdido la posición ventajosa que habíamos alcanzado y, otra vez a
correr. No destacamos ni por nuestra velocidad ni por nuestra curiosidad. No
destacamos pero, como somos muchos, podemos hacer piña y decidir hacia qué lado
nos gustaría inclinar la balanza, hacia el de la búsqueda de la victoria o de
la sabiduría. Los que corren mucho y los que paran mucho nos miran como lo que
somos, el mal necesario. En cierto modo somos la “Partícula de Dios” de su
existencia, quienes con nuestros gustos o inclinaciones conferimos importancia
a su fulgurante y ciega consecución de objetivos o reposada reflexión
improductiva.
No son tan implacables como creen ni tan sabios como se
tienen porque aún no se han dado cuenta de nuestra importancia; todos somos
sustituibles pero también imprescindibles. Unos y otros nos consideran un
obstáculo, más o menos tolerable, en su trayecto vital, pero todavía no han
alcanzado, como presumen, el cenit de la evolución humana. Lo lograrán el día
que descubran que, sin nosotros, no son nada.
4 comentarios:
Amigo, nos pasamos toda la vida intentando ser el eslabón necesario para que se produzcan las cosas del buen hacer, pero se nos queda una cara... y resulta que los caraduras siempre son ellos los imprescindibles...jejejeje
Un abrazo
"Ellos" tienen que hacer mil diabluras para parecer imprescindibles, sin resultado. Nosotros no necesitamos hacer nada, solo con existir lo somos. Ni nos lo perdonarán ni me preocupa.
Gracias, Javier. Otro para ti.
Amen. Yo, con vosotros, #mapunto
Apuntada quedas...
#AsíEmpezóAtila
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