Iba a empezar ese artículo señalando lo asombroso de este
gobierno de Rajoy, cómo ha sido capaz de superar con holgura mi amplia
capacidad para la sorpresa y, atendiendo a la gestión de los conflictos en
general y a la huelga de vigilantes del aeropuerto del Prat en particular,
constatar su patente incapacidad y torpe ejercicio de sus teóricas
responsabilidades; para rematar el texto, en un alarde de ingenio, calificando
como Bobierno al gabinete del Registrador con ínfulas que rige nuestros
destinos pero, ¿tendría razón o yo también habría sucumbido a su engaño?
Veamos, para acusar al ¿Bobierno? de dejación de funciones,
habría que conocer previamente cuales son estas. Si, como determina la
Constitución, su objetivo es velar por el bienestar de los españoles, sin
distinción de ningún tipo, tendríamos certeza para asegurar que incumplen
sobradamente su cometido, que son unos incapaces de manual y que su atribulada
gestión no hace sino minar el escaso bienestar que nos pueda quedar (en el
pasado tampoco alcanzamos cotas tan altas pero la sensación subjetiva era
positiva) y va tirando por un desagüe sin retorno todos los derechos
conseguidos en décadas de lucha, tanto en el ámbito laboral como ciudadano.
Ahora bien, ¿qué sucedería si su objetivo fuera poner el
tobogán a favor de la clase más favorecida, de, mediante subterfugios (poco o
nada disimulados), poner los fondos públicos y nuestro patrimonio al servicio
del mejor postor, de garantizarse un blindaje económico personal a través de
gabelas (mamandurrias, lo llamó la ínclita Aguirre) de las que dispondrían sin
límites en otras latitudes menos exigentes (y ya es decir) en materia de
impuestos? Sucedería que tardaríamos un par de horas en ser capaces de volver a
parpadear porque, lejos de lo que pensamos, no son nada tontos, son
especialmente listos; su gestión sigue a rajatabla el guion establecido por la
gran patronal, el entramado financiero y los lobbys internacionales, en
definitiva, los diseñadores de estrategias de vaciado salvaje de las arcas
públicas. Serían fieles lacayos de sus amos y, nosotros, unos simples
figurantes sin frase que, como aquellos desgraciados porteadores de las
películas antiguas de Tarzán, estamos destinados a despeñarnos con nuestro
fardo sobre la cabeza, a poco que la cámara nos enfoque.
Entonces, el regalo de un órgano tan rentable como AENA, a
manos privadas ansiosas de hacer caja (de seguir haciendo caja), no fue un
torpeza, fue una jugada. La concesión
de la seguridad de los aeropuertos (asunto sensible donde los haya hoy día) a
la empresa que haya hecho la oferta más ruinosa (para sus trabajadores) y más
ventajosa (para los propietarios) no es una casualidad, obedece a una
causalidad. Ahora hablamos de Eulen pero hay ejemplos calcados en cientos de
edificios públicos y, desde aquí, mi apoyo más entregado y solidario con sus
trabajadores. Es más, sé que es una molestia para los viajeros que, además,
están sujetos a horarios rígidos pero, si por mí fuera, me iría ahora mismo al
Prat a hacer unas cuantas horas de cola y contribuir a visibilizar las
precarias condiciones laborales que sufren los trabajadores de Eulen. Por
cierto, lo de mandar a la Guardia Civil como comando esquirol sí puede
considerarse una torpeza de dimensiones cósmicas. Se han cabreado hasta ellos.
Lo habrán hecho, seguramente, para mantener esa imagen de
Bobierno que tanto les conviene y de la que tanto jugo han sacado. No tienen
engañados y nos dejamos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario