Quizá no se aprecie a simple vista pero está ahí, siempre ha
estado y siempre estará: Somos buena gente.
Basta con que alguien lo necesite para que aflore, para que
se pongan en marcha los resortes que articulan nuestra esfera más íntima y el
ser humano muestre, esta vez sí, los mimbres de la escucha, la empatía y la
ayuda desinteresada de que estamos hechos.
No hablo de nadie en particular, ni del círculo que me
rodea, ni de mi pueblo, ni de mi país; con independencia de nuestras diferencias
culturales, de estatura o latitud, el ser humano está dotado de un atributo que
le hace merecedor de tal calificativo: El gen de la solidaridad que,
afortunadamente, se activa de modo automático es cuanto se detecta su
necesidad.
Ahora, cierra los ojos y evoca esas imágenes que han venido
al primer plano de tu memoria sólo con leer estos dos parrafitos de nada… Efectivamente, no es necesario poner
ningún ejemplo porque tenemos miles de ellos guardados en nuestro interior,
cada quién los suyos y todos igual de válidos. Eso, y no la bomba atómica, es lo que nos hace grandes como
especie.
Es verdad, ya lo sé, también han asomado la patita los que
están esperando a ver qué os quiero vender o buscan explicaciones a esos
comportamientos dentro del egoísmo personal (ese momento de placer que sentimos
cuando hemos ayudado a alguien) o miran escépticos al horizonte interpretando
que no son más que una sofisticada reacción darwiniana que persigue la
pervivencia de la especie.
Sinceramente, me da igual, me satisfacen como persona y me hacen creer
que no todo está perdido y, excepciones aparte y todas en círculos de poder,
somos unos individuos que merecemos la pena.
Porque es verdad que hay excepciones y también hemos
rememorado alguna que otra; son una pequeña minoría pero muy escandalosa. No podemos hacer nada más que saber que
existen y tratar de minimizar sus daños.
Es gente que ha nacido con un defecto de serie y no es que sean malos,
es que son de mala calidad (no busques lecturas torticeras a esta afirmación,
no la hay).
Ayer, visitando la villa conquense de Belmonte (un lugar
delicioso que, por cierto, recomiendo visitar), se me acercó un lector y me
dijo que, aunque le divierte lo que escribo, siempre se queda con un amargo
sabor de boca porque son asuntos desagradables. Le respondí que tenía razón
pero que es lo que vemos al mirar alrededor y, sabiamente, me dijo: “Pues
escribe de lo que no se ve”. Aquí
lo tienes, Jose. Muchas gracias por traerme de vuelta al mundo.
1 comentario:
Un poco ñoño para lo que acostumbras pero tampoco está mal. Seamos optimistas, total, no vamos a salir vivos de esto.
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