Cuentan que una vez invitaron a Filomeno a una boda; ya en
el banquete, y después de varias horas de saludos a la familia, ceremonia,
saludos a la familia, fotografías y más saludos a la familia, estaba dominado
por un hambre voraz. Cuando los camareros empezaron a servir aperitivos, canapés, entremeses y
menudeces varias, él se puso a devorarlas a dos carrillos y, para la hora de
servir el plato fuerte consistente en carne o pescado a elegir, estaba tan lleno que no pudo apenas probarlo, lo que le supuso un enorme disgusto. A la siguiente boda
acudió con la lección aprendida y cuando llenaron la mesa de bandejas con
embutidos, croquetas, queso del bueno y demás delicatessen, él se limitó a
probar un bocado testimonial a la espera del segundo plato mientras el resto de
comensales a su alrededor se ponía tibio. Al cabo de un interminable rosario de
platos, bandejas y fuentes de delicias varias, retiraron todo de la mesa para
empezar a servir… el postre. Un Filomeno desconcertado y famélico tuvo que
repetir cuatro veces la tarta al güisqui y el helado de tres gustos para saciar
su estómago y desbordar sus índices de glucemia. Esto de los banquetes modernos
era incomprensible para él.
En nuestro particular bestiario político, el papel de
Filomeno lo desempeña Pedro Sánchez con una entrega merecedora de mejor premio.
En su “primera boda” tomó la iniciativa y se lanzó antes que nadie a por las
bandejas de canapés que encontró tras las elecciones, habló con unos y con
otros, le dijo al Rey que tenía hambre y, cuando sirvieron el sabroso bocado de
la investidura, ésta se quedó en el plato sin nadie capaz de hincarle el
diente. En esta su “segunda boda”, ha visto como Rajoy se ha puesto a devorar
entrantes y se ha quedado tranquilo en su escaño repitiendo como un mantra “no es
no, no es no, no es no”. Está a la espera de que, tras las elecciones gallegas
y vascas, que decidirán si es carne o pescado, sirvan el segundo plato y, esta
vez sí, pueda degustarlo con fruición.
Todo apunta a que se trata en un restaurante diferente, de
estos modernos, que sirven lo que llaman un “plato corrido” consistente en
muchos pocos que, a la larga, hacen un mucho. El caso es que Pedro Sánchez, si
no espabila, volverá a quedarse con hambre, con el consiguiente choteo de sus
familia que, sentada a su misma mesa, espera un resultado adverso para señalarle su
inutilidad, inoportunidad, impericia o proverbial mala suerte, mientras que
Rajoy tiene un problema mayor; él podrá comer lo que quiera pero tiene una
familia muy larga, afectada de la “solitaria” que les infectó en el franquismo
y todo lo que coman es poco porque apenas les alimenta y siempre quieren más.
Se trate de la modalidad que se trate, los ciudadanos
seguimos con la cara apoyada contra la ventana del restaurante, contemplando la
jugada y babeando, esperando a ver si esta vez sobra algo y nos lo sacan por
la puerta de atrás.
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