Que tenga que existir un día Internacional de la Eliminación
de la Violencia hacia la Mujer es una mala noticia. Muy mala. Vivimos en una
sociedad avanzada en materia de derechos sociales; sobre el papel, hombres y mujeres gozamos de los mismos derechos e
iguales obligaciones y eso, insisto, teóricamente, está plenamente asumido por
personas e instituciones.
Aún así, esa igualdad es sólo formal y, en la práctica, no
se cumple más que en porcentajes de diferente cuantía, casi nunca en su
totalidad. En materia de violencia hacia la mujer, que es la lacra que se
visibiliza este día, además de la violencia física existen muchos otros tipos:
Violencia verbal, sexual, sicológica, discriminación laboral, sueldos
inferiores para tareas iguales, estigmatización de funciones naturales,
maternidad proscrita, etc., y cada mujer afectada lo sufre en su cuerpo y en su
mente sintiéndose maltratada, humillada, anulada y en peligro cierto, no
pudiendo ni siquiera intentar llevar una vida plena y feliz.
Pero, si estamos hablando de un Día Internacional ¿Qué
sucede en otros lugares menos avanzados en materia social? El horror convertido
en algo cotidiano: Esclavitud real, tratamiento peor que al ganado, asesinatos
masivos, constantes abusos sexuales a menores, con frecuencia niñas de
primaria, carencia absoluta de libertades, palizas diarias o crueles castigos
con ácido para deformar sus cuerpos o caras, sometimiento al varón en todas las
facetas de la vida, jornadas de trabajo extenuantes por una miseria literal,
analfabetismo como arma, falta de los recursos más elementales para la
supervivencia, como el agua, y un eterno y sobrecogedor etcétera.
Un dato que hiela la sangre es que estamos hablando de 3.200
millones de mujeres en situación de precariedad absoluta, potencialmente
sometidas a unas cuotas de violencia intolerables que, no sólo no está mal
vista socialmente, sino en muchos casos promovida por las tradiciones,
religiones y decisiones políticas de sus estados. La población femenina en el
primer mundo está estimada en alrededor de 800 millones de mujeres, de modo que
supone un escaso 20% de la población femenina mundial.
Las oscuras sociedades patriarcales, ancladas en estructuras
milenarias, necesitan tener sojuzgada a la mujer para mantener su estatus de
poder. En un mundo globalizado podemos y debemos hacer todo lo posible por
desterrar estas conductas al olvido y no se trata de imponer nuestra fórmula de
civilización occidental, en absoluto, se trata de ir renovando tradiciones
dañinas con otras que tengan en la consideración que merecen a todas las
mujeres. Al fin y al cabo, “sólo” suponen más de la mitad de la población
mundial.
El mundo es tan grande o tan pequeño como queramos verlo,
pero está compuesto por infinitos mundos individuales que creamos cada persona que
lo habitamos. Desterremos para siempre la violencia contra las mujeres de
nuestro mundo y estaremos un paso más cerca de erradicarlo del planeta Tierra.
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