Me gusta el sol de noviembre
porque se esfuerza.
Se esfuerza en atravesar el cristal para compartir el calor que le queda, se pone de puntillas para compensar su imparable caída, sonríe conocedor de su decadencia y dice "aquí estoy, no pasa nada"
Se esfuerza en atravesar el cristal para compartir el calor que le queda, se pone de puntillas para compensar su imparable caída, sonríe conocedor de su decadencia y dice "aquí estoy, no pasa nada"
Y disfruto su aire engañoso.
Aparenta ser pesado pero tiene un punto de rebeldía que
arranca las hojas muertas. Te envuelve en su languidez para despertar el yo
romántico que escondemos bajo los cojines del sofá.
Y me asombran sus colores desafiantes.
Tienen algo de primavera con final triste. Cada hoja un arco iris, cada planta un
mosaico enterrado en Pompeya, cada jardín un tratado de melancolía, cada
arboleda la paleta estampada de un pintor cansado.
Y adoro su olor dulzón.
Pasear envuelto en la atmósfera húmeda de respiración
tímida, temerosa de empaparse de frío incipiente, que señala el mapa trazado
por el aliento, cuando un seductor aroma a castañas asadas te invade y te guía.
No puedes resistirte a sus sabores.
Firmar la tesis de los caldos espesos con cuchara pertinaz.
Hozar en el humus terroso de hongos tersos y dulces. Sorprender de nuevo al
paladar con la chispa de las bayas y frutos delicados de la mañana.
Me gusta sentarme a ver pasar noviembre en paz.
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