Con 58 años recién cumplidos, ETA ha decidido desparecer de
nuestras vidas. Dice el refrán que “nunca es tarde si la dicha es buena” pero
en este caso haremos un excepción; ha sido tarde, muy tarde. Aceptando a
regañadientes su lucha contra la dictadura, su final llega con 40 años de
retraso.
No obstante, no sé si su “planteamiento vital” habrá
cambiado mucho o poco en este tiempo porque no sé si tenían alguno más allá de
hacer daño por hacer daño, de lo que tengo la seguridad es de que, los bandazos
políticos dados desde el Estado, no han ayudado demasiado a convencerles de lo
necesario, conveniente, urgente, imprescindible y perentorio de su final.
Dicen que la generosidad es una condición propia de quien
tiene el poder y, una vez entregados a la realidad, desarmados y disueltos de
facto, debería ser el Estado quien, una vez constatada la certeza de su final,
emprendiera algún movimiento en la línea de demostrar grandeza, humanidad y
nobleza para con el enemigo vencido.
Tampoco es necesario llegar a los límites de autohumillación emprendidos
por Aznar cuando, tras referirse a ETA como Movimiento de Liberación Vasco,
acercó a un montón de presos a su tierra, incluso, liberó a buena parte de los
que no tenían delitos de sangre. Con evitar a sus familias el sufrimiento de
cruzar España de punta a punta para ver unas horas a los suyos, ya sería
suficiente y, después, dejar que ese proceso transcurra con normalidad.
Llega también el momento de que ETA desaparezca de los
programas electorales y dejar de instrumentalizar el daño, de hacer negocio con
el miedo (convendría conocer quién está detrás de algunas empresas que,
contratadas desde Madrid, han puesto guardaespaldas a dirigentes vascos,
facturando un dineral a las arcas públicas), de marear por propia conveniencia
a las víctimas (a las de la cuerda del PP, por cierto) y de gritar cada vez más
fuerte cuando lo necesario era el trabajo discreto y en silencio.
El pueblo vasco nos ha dado y sigue haciéndolo, un ejemplo
de cómo se aborda un proceso tan delicado, cómo la superación del miedo y la
convivencia con el dolor pueden hacerse desde la normalización y la mirada
hacia un futuro democrático y limpio de sangre de unos y de otros.
Habrá quien diga, y no le faltará razón, que no hay que
bajar la guardia porque, aunque haya desaparecido la amenaza de ETA, el
incesante goteo de atentados de corte yihadista en todo occidente, debe
tenernos alerta. De acuerdo, es más, los servicios de inteligencia y las
fuerzas de seguridad deben emplearse a fondo (como están haciendo) para evitar
atentados y poner a los terroristas a disposición judicial; pero hay otro
terrorismo cuyas víctimas superan, solo en España, la suma de las cerca de 900
de ETA en toda su historia y las 200 de aquel maldito 11 de marzo de 2004; se
trata del Terrorismo Machista. No estaría mal que los recursos que, por fin, el
Estado dejará de emplear en la lucha contra la sanguinaria banda criminal, se
dedicaran a proteger a las miles de mujeres amenazadas por machitos agresivos y
poner a buen recaudo a quienes no acepten que una mujer libre es una mujer
feliz.
A partir de ahora, ETA dejará de ser tal y volverá a ser
eta, el equivalente en euskera a nuestra “y”. Ya era hora.
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