El ser humano en general, con honrosas excepciones, siente
una aversión fatal a reconocer un error, pedir disculpas por ello, corregirlo y
aprender de la experiencia. Con
frecuencia, y en estos tiempos de locuacidad cibernética a cada rato, se hace
un derroche de energía descomunal para defender una opinión, propuesta, crítica
o lapidación pública (que de todo hay) pero, cuando se demuestra que eso que
hemos defendido con tanta pasión y ahínco, está equivocado, se produce un
silencio de tal tamaño y densidad, que serviría para envolver el sol para
regalo.
Cuando alguna vez, en la carretera, nos hemos cruzado con un
vehículo que venía dando bandazos imprevisibles y peligrosísimos, nos hemos
echado a un lado de la vía a la vez que hacíamos ostensibles llamadas de
atención al otro conductor para que corrigiera su actitud. De acuerdo, lo único
que diferencia a Trump al volante de EE.UU., de ese conductor, es que no
podemos darle las luces. Cualquier habitante del planeta con una cifra mínima
de neuronas útiles, comparte con nosotros una profunda preocupación por las
consecuencias que pueda tener el irreversible proceso de enajenación mental que
sufre el mandamás de los USA. Recuerdo con nitidez, como si fueran de ayer
mismo, los apocalípticos mensajes que, los investidos de pureza, lanzaban para
que, quienes podían, no votaran a Hillary Clinton (Killary, la llamaban) por su
condición de asesina, cuando su elección, siendo repudiable, suponía claramente
el mal menor. No he visto, sin
embargo, ni un solo mensaje de estas mentes preclaras, alertando del peligro
cierto para la supervivencia de la humanidad, los seres vivos y el planeta en
general, que supone tener a un orate con las claves del maletín nuclear. Cri-cri, cri-cri, cri-cri, …
Silencio.
Especial mosqueo me producen los “abrazagatitos” cuando se
rasgan las vestiduras con pasión en cuanto alguien les nombra el intolerable
crimen que nuestra “civilizada sociedad occidental” está cometiendo con los
refugiados que, a la carrera, han debido dejar atrás toda su vida y abandonar
Siria, Libia, Irak, … Esos
sensibles “abrazagatitos” son los mismos que se hincharon a hacerle el juego a
la CIA, para desestabilizar países que eran potenciales polvorines, mediante
aquella patraña tan estúpida que nos vendieron con el título de “Primaveras
Árabes”. Yo no deseo el mal a
nadie pero, así les llamen a todos durante la siesta, el resto de su vida, para
contratar un operador de telefonía, por ser tan torpes. No he visto a nadie, sin embargo,
entonar el mea culpa por haber apoyado, aunque haya sido testimonialmente, que
pacíficas poblaciones en franca inferioridad, se levantaran en armas para
convertir toda la ribera sur del Mediterráneo en un avispero, a mayor gloria de
los fabricantes de armas y sus menguantes stocks. Cri-cri, cri-cri, cri-cri, … Silencio.
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