“Hay que hacer algo con ese abuelo de blanco, lleva
durmiendo desde que abrimos esta mañana y no tiene pinta de querer despertarse”,
afirmaba por el teléfono con voz nasal,
muy de teleoperadora, la dependienta de la sección de electrónica. Cuando ella
entró de turno ya estaba ahí, en una discreta butaca, al lado de los
ordenadores portátiles, con unos cascos por los que no salía sonido alguno, enchufados
a los oídos. “OK, allá voy”, terminó de escuchar y colgó el auricular.
Se acercó muy profesional y lo zarandeó suavemente, como
evitando hacerle daño. El anciano abrió tímidamente los ojos y parpadeó
repetidamente, buscando acostumbrarse a la luz, la clásica luz indirecta de los
grandes almacenes. Miró desconcertado a la muchacha primero y a su alrededor
después; no sabía dónde estaba, ni cómo se llamaba, ni qué día era y se le
notaba en la cara de estupefacción. Instintivamente, trataba de abrir mucho los
ojos, que habían ido empequeñeciéndose con los años, para que le entrara más
información y poder ubicarse correctamente. Ojalá hubiera sido tan fácil,
intentó hablar y ni siquiera eso podía.
La vendedora no pudo ocultar su preocupación, no sabía qué
hacer y volvió a llamar pidiendo ayuda y, haciendo honor a su fama merecida, el
equipo de socorro no tardó en aparecer más allá de dos minutos.
Para preservar su intimidad, desplegaron un biombo portátil
que les permitía trabajar a salvo de las miradas indiscretas de los curiosos
que se iban reuniendo alrededor. Al cabo de media hora, recogieron sus bártulos
y dejaron al hombre sentado en el mismo sillón pero en actitud más despierta;
algo lento de reacciones quizá, pero plenamente consciente de la realidad, la
suya y la ajena.
El responsable del equipo de socorro mandó a sus compañeros
a la base y se quedó en el mostrador, con la dependienta, rellenando el parte
de trabajo. Ella, aún asustada, preguntó qué había sucedido. “Nada”, respondió
él, “que este es un modelo que se nos había quedado perdido en un rincón del almacén
durante varios años, sin sacarlo de su embalaje original, y ha ido quedándose
obsoleto con la memoria vacía y la batería en stand by. Cuando llegó aparentaba
ser un hombre joven pero su interfaz ha envejecido con él. Tiene intactas todas
sus cualidades de fábrica pero no tiene las prestaciones de los modelos
actuales, por eso está muy rebajado de precio. Si yo tuviese sitio en casa me
lo llevaba, es ideal para cuidar a los niños o mandarle a hacer recados y está
tirado de precio; imagino que lo vendrás enseguida, porque por ese dinero es un
regalo”
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