Cada pocos meses, coincidiendo con la publicación del saldo
que resta en el Fondo de Reserva, cobra protagonismo mediático el asunto de las
pensiones, maltratadas e ignoradas, igual que sus perceptores, durante los
meses de opacidad periodística: Sólo es noticia una cantidad menguante a gran
velocidad y la cuenta atrás para su agotamiento. De lo insostenible del modelo
y las fórmulas para actualizarlo con éxito, ni palabra.
Desde su creación en 1909 hasta su evolución al germen
desarrollado del sistema que tenemos ahora, allá por la década de los 60, la
geometría demográfica era muy
favorable. Se consolidó un modelo piramidal y de reparto que contaba con una
media de 20 cotizantes por cada pensionista y garantizaba una salud a prueba de
crisis del sistema por muy mal que se pusieran las cosas. El “baby boom” de los 60 no hizo sino
mejorar las previsiones y, la crisis del petróleo de los 70, causó un frenazo
en seco de las tasas de natalidad que se vio refrendado durante las décadas de
los 80 y 90.
Con un conocimiento básico del sistema y una calculadora,
cualquier persona con un mínimo de interés habría fijado la fecha de caducidad
del mismo con un tolerable margen de error pero, si alguien se molestó en
realizarlo, no lo hizo público. Ya
con las iniciales luces de alarma encendidas, se optó por favorecer la
inmigración para suplir con mano de obra de procedencia externa el menguante
número interno de cotizantes, hasta que la Crisis de las Subprime, magnificada
en España por la burbuja inmobiliaria y agravada por el despilfarro y expolio
de los recursos públicos a manos de dirigentes sin escrúpulos, terminó con la
prórroga de la validez del sistema.
Una caída brutal del empleo y, a su vez, de las condiciones
laborales y salarios, desplomó la cifra de cotizaciones que se vieron gravadas,
además, por la alta cuantía de las últimas pensiones calculadas y el desastre
de las jubilaciones anticipadas en grandes empresas con pingües
beneficios. Afortunadamente, los años
de bonanza propiciaron la creación y engorde de un Fondo de Reserva de
Pensiones que ha servido para parchear los agujeros que iban apareciendo hasta
que, como todo, está cerca de su fin.
¿Qué hacer?
Las medidas adoptadas, hasta la fecha, sólo han mostrado una
sangrante falta de respeto hacia quienes han cotizado sin rechistar a la
Seguridad Social, durante toda su vida laboral, con los porcentajes que les han
pedido: Han aumentado la edad de
jubilación y han trucado la fórmula de cálculo para que las cantidades sean
notablemente inferiores. Además,
la creciente (y nefasta) influencia de las entidades financieras en los poderes
del Estado, han llevado a que el Gobierno promueva descaradamente la
suscripción de Planes Privados de Pensiones que, hasta la fecha, sólo han
demostrado su eficiencia en una faceta, son una máquina perfecta de perder dinero;
hasta tal punto, que cuando se hagan públicas las millonadas “volatilizadas”, el
escándalo de las Preferentes quedará en una inocente travesura infantil.
Mucho se habla de cómo cambiar (entiendo que a mejor) el
sistema: Aumentar las cotizaciones artificialmente, sacar algunas prestaciones
no contributivas del sistema, reforzar con impuestos especiales u optar por un
sistema mixto público/privado que aporte lo que le falte (modelo sueco).
Desde aquí les propongo que estudien (pongan en marcha
cuanto antes), un sistema similar al francés de sobrada sostenibilidad y que
beneficia a todos (casi): Una tasa que grave con un porcentaje razonablemente
pequeño las operaciones financieras pero que, sumadas todas y añadidas a las
cotizaciones, supondría un montante suficiente para abonar todo lo necesario,
recuperar el poder adquisitivo perdido y sobrar dinero para contribuir a financiar
otras facetas del depauperado Estado del Bienestar como, por ejemplo, la
Dependencia.
Ya sé que a los bancos no les va a hacer gracia pero a los
contribuyentes tampoco nos hizo reír la aportación, por diferentes conceptos de
300.000 millones al mundo financiero (que fundieron el superávit del estado),
desde 2008 hasta hoy.
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