domingo, 9 de octubre de 2016

¿Y ahora, qué?


Pocos discrepan en que, de modo circunstancial, el PSOE no va a impedir la investidura de Mariano Rajoy. No digo que estemos, que ellos mismos estén de acuerdo pero, en las condiciones socialistas actuales, cualquier otra alternativa sería opositar a fuerza extraparlamentaria tras el suicidio colectivo ejecutado la semana pasada.  No obstante, el abanico de posibilidades que se abre ante nuestros ojos es variadísimo y no especialmente bueno en casi ningún caso. Podría resumirse en:

Rajoy forma gobierno e, igual que Aznar en su 1ª legislatura, cede lo que haga falta, pacta con tirios y troyanos, deshace, cambia o crea las leyes que le pidan, incluso, si alguien se pone “exquisito”, mete en el Gobierno algún miembro de otro partido.  El caso es que, con esos mimbres y la débil memoria de pez de los españoles, se garantiza una plácida legislatura y quién sabe si un tercer mandato.

El partido socialista comprobará lo difícil que es hacer oposición ingresado, como está, en la “Unidad del Dolor”.  Sus militantes y simpatizantes se recluirán en sus cuarteles de invierno esperando a que amaine la tormenta interna y externa que les asola y su tarea parlamentaria estará marcada por las constantes miradas al retrovisor; por donde ven aproximarse a gran velocidad un bólido morado y algo más lejos otro naranja; más que en atacar con saña a un PP que, con la política conciliadora y de pactos que emprenderá, estaría mal visto y peor comprendido.

Lo que depare el futuro a Podemos está condicionado y mucho por las vías de agua abiertas en el Consejo Ciudadano celebrado este fin de semana. O no.  En sus escasos tres años de vida hemos visto como la estrategia de la muchachada morada viene definida por la teoría política y estructurada por prestigiosos guionistas de suspense. Cada decisión, línea estratégica o toma de postura responde a sorprendentes “giros de guión” que, en muchas ocasiones, lo acercan más al postureo que a la acción política.  Como consecuencia ya se ha oído alguna voz desde dentro del monolito que señala que, quizá, se pasaron de frenada en marzo y debieron apoyar a Sánchez en su intento de investidura. Lo que ahora trasciende, no sabemos si real o impostado, para recuperar el voto más radical, es que se debaten entre dos fórmulas: La de guante de seda en puño de hierro, que defiende Errejón, y la de guante de hierro en puño de hierro, que propugna Pablo Iglesias. Veremos.

Albert Rivera está desolado, después de llevar todo el verano, con el calor que ha hecho, abrazando gente; ahora resulta que su concurso no va a ser apenas necesario para mantener a Rajoy en La Moncloa, con la ilusión que le hacía.  Es verdad que lastrado por su papel en este folletín, que es el del secundario gracioso que casi siempre palma y nunca se lleva a la chica. Habrá que estar atentos porque, humoradas aparte, su concurso es fundamental para mantener en el poder a otros partidos en administraciones autonómicas y municipales y, un cabreo mal digerido, puede terminar con el ejercicio de gobierno de figuras aparentemente muy fuertes.

Se avecinan malos (peores) tiempos para la lírica y peores para hacer humor con la política. O no…



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