Pocos discrepan en que, de modo circunstancial, el PSOE no
va a impedir la investidura de Mariano Rajoy. No digo que estemos, que ellos
mismos estén de acuerdo pero, en las condiciones socialistas actuales,
cualquier otra alternativa sería opositar a fuerza extraparlamentaria tras el
suicidio colectivo ejecutado la semana pasada. No obstante, el abanico de posibilidades que se abre ante
nuestros ojos es variadísimo y no especialmente bueno en casi ningún caso.
Podría resumirse en:
Rajoy forma gobierno e, igual que Aznar en su 1ª
legislatura, cede lo que haga falta, pacta con tirios y troyanos, deshace,
cambia o crea las leyes que le pidan, incluso, si alguien se pone “exquisito”,
mete en el Gobierno algún miembro de otro partido. El caso es que, con esos mimbres y la débil memoria de pez
de los españoles, se garantiza una plácida legislatura y quién sabe si un
tercer mandato.
El partido socialista comprobará lo difícil que es hacer
oposición ingresado, como está, en la “Unidad del Dolor”. Sus militantes y simpatizantes se
recluirán en sus cuarteles de invierno esperando a que amaine la tormenta
interna y externa que les asola y su tarea parlamentaria estará marcada por las
constantes miradas al retrovisor; por donde ven aproximarse a gran velocidad un
bólido morado y algo más lejos otro naranja; más que en atacar con saña a un PP
que, con la política conciliadora y de pactos que emprenderá, estaría mal visto
y peor comprendido.
Lo que depare el futuro a Podemos está condicionado y mucho
por las vías de agua abiertas en el Consejo Ciudadano celebrado este fin de
semana. O no. En sus escasos tres
años de vida hemos visto como la estrategia de la muchachada morada viene
definida por la teoría política y estructurada por prestigiosos guionistas de
suspense. Cada decisión, línea estratégica o toma de postura responde a
sorprendentes “giros de guión” que, en muchas ocasiones, lo acercan más al
postureo que a la acción política.
Como consecuencia ya se ha oído alguna voz desde dentro del monolito que
señala que, quizá, se pasaron de frenada en marzo y debieron apoyar a Sánchez
en su intento de investidura. Lo que ahora trasciende, no sabemos si real o
impostado, para recuperar el voto más radical, es que se debaten entre dos
fórmulas: La de guante de seda en puño de hierro, que defiende Errejón, y la de
guante de hierro en puño de hierro, que propugna Pablo Iglesias. Veremos.
Albert Rivera está desolado, después de llevar todo el
verano, con el calor que ha hecho, abrazando gente; ahora resulta que su
concurso no va a ser apenas necesario para mantener a Rajoy en La Moncloa, con
la ilusión que le hacía. Es verdad
que lastrado por su papel en este folletín, que es el del secundario gracioso
que casi siempre palma y nunca se lleva a la chica. Habrá que estar atentos
porque, humoradas aparte, su concurso es fundamental para mantener en el poder
a otros partidos en administraciones autonómicas y municipales y, un cabreo mal
digerido, puede terminar con el ejercicio de gobierno de figuras aparentemente
muy fuertes.
Se avecinan malos (peores) tiempos para la lírica y peores
para hacer humor con la política. O no…
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