Quién no tiene un amigo o amiga que, en un afán desmedido de
hacerse el moderno o seguir la última tendencia, se nos coloca una ropa
estrafalaria, un maquillaje de payaso daltónico o un peinado mezcla de Tino
Casal e Iñaki Anasagasti o todo a la vez. Bajas la mirada cuando estás en su
presencia y tratas de evitar cualquier contacto visual que, antes o después,
acabaría derivando en carcajada. No le dices nada -nadie le dice nada- porque
es de piel sensible y se ofende con cualquier cosa y, en tu fuero interno, te
preguntas si en su casa hay espejos y si estos son de feria.
Lo mismo sucede con Esperanza Aguirre.
Después de su clarividencia selectiva, detectando con
precisión quirúrgica pajas microscópicas en ojos ajenos sin percibir el grosero
tráfico de vigas de gran tonelaje en su propio ojo; después de constatar que
sus superpoblados equipos de trabajo devinieron en una anfifactoría industrial
que ha surtido de batracios orondos y ciclados a los todos restaurantes especializados
del hemisferio norte; después de haber provocado una ponencia en la última
conferencia mundial sobre el cambio climático por lo espeso, copioso,
concentrado y frecuente de sus cortinas de humo; después de haber amparado
amorosamente a los más selecto de la chacinería madrileña con la premisa de, si
te pillan, no te conozco de nada; después de haber mostrado al mundo su
soberbia y altanería en el célebre encontronazo con los agentes de movilidad,
del que consiguió salir sin pasar la prueba del alcoholemia; después de haber
actualizado el arcaico término “mamandurrias” y poner a nuestra disposición
numerosos ejemplos en su entorno más cercano y familiar; después de todo eso,
monta el numerito de posar en medio de un carril cortado al tráfico privado en
la Gran Vía madrileña, anunciando una denuncia en los juzgados a la actual
corporación, por hacer lo mismo que han hecho las anteriores o que se hace en
otras grandes ciudades. ¡Homérico!
En serio, alguien debería decirle algo o poner un enorme
espejo, sin distorsiones, a la puerta de su casa para que ella se viera al
salir. No sé, cualquier cosa que evite la imagen de una señora entrada en años
haciendo el ridículo más espantoso porque nadie se atreve a avisarla.
1 comentario:
Jajaja, muy buen artículo. Has dado en el clavo
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