Una vez puesto perezosamente en pie, se despojó de las
gafas, nariz y bigote postizos que había empleado para que nadie le reconociera
al entrar y confesó: “Me llamo David Pérez y soy feminista”.“Te queremos,
David”, Respondió a coro el resto de presentes en la sala.
Era una sala oscura, de aire dulzón, pesado y angustiante,
como diciendo “estás aquí por tu mala cabeza, procura no tener que volver”; los
cuatro fluorescentes del techo producían una luz mortecina que tan pronto
parecía que la emitían como que se la robaban al ambiente. Era el sótano
secreto de Génova, 13; lo que eufemísticamente llamaban el “Rincón de Pensar”.
David calmó a sus compañeros de terapia con un gesto de su
mano derecha –cómo no- y continuó: “Desde que empecé la terapia llevo ya tres
meses insultando a las mujeres, llamándoles rabiosas, frustradas, asesinas de
niños y todas las burradas que me vienen a la cabeza pero… me cuesta, a veces
tengo tentaciones de ponerme a fregar los platos y todo…”. “Ánimo, David, tú puedes. Eres más
fuerte que todo eso” Se escuchó entre tímidos aplausos y gestos de apoyo y
cariño.
Se abrió la puerta situada al fondo de la sala y, sin hacer
ruido, entró Loli con una taza de té en las manos, se sentó en la última fila
sin llamar la atención y escuchó pacientemente la confesión/desahogo/catarsis
del alcalde de Alcorcón. Una vez que éste guardó silencio y volvió a sentarse,
Loli llamó la atención de la sala con un leve carraspeo. Todos se volvieron a
mirarla lo que aprovechó para hablar:
“Amigos, antes o después, todos hemos tenido motivos para
estar aquí; que si no me gusta robar, que si cómo le voy a quitar sus ahorros a
los viejos, que si la cocaína me sienta mal; un montón de justificaciones y
excusas que nos distraen de lo verdaderamente importante: Sacarle a este país
todo el jugo que sea posible antes que vengan otros y nos enchironen. Esas
cosas hay que hacerlas y hay que hacerlas bien, como los magníficos
profesionales que somos y no podemos consentir que nadie flaquee porque, si
falla uno, perjudica a todos. Así que, David, ponte las pilas y no dejes en pie
una sola de esas arpías, nos va la vida en ello”.
Hipnotizados por la arenga de su referente moral, todos se
pusieron en pie al unísono estallando en gritos de júbilo y muestras de
energía contagiosa. Entre todas ellas, se oyó fuerte y clara la voz de David:
“Parece mentira, que tenga que venir una tía a ponernos las pilas, por muy
buena que esté”. Loli se dirigió a
él, le dio dos besos, le abrazó y, con una sonrisa abierta y francachona, le
susurró al oído: “No te pases ni un pelo, gilipollas. Vuelve a faltarme al
respeto y me hago una ensalada con tus pelotitas cherry de gatito capón ¿te
enteras?”.
La reunión se disolvió espontáneamente y cada quién marchó a
sus obligaciones con renovados bríos. Aún quedaba mucho trabajo por delante…
(Éste podría ser, perfectamente, el comienzo de una novela y,
como tal, una ficción)
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