La oscuridad de la noche sólo era ensuciada por tenues
sombras a la luz del cuarto muy menguante. La mano de ella apretó la de él con
fuerza, con miedo, con desesperación, …, sin esperanza. Él la rodeó con su
brazo tembloroso de frío y de pavor.
Ella era valiente, él la seguiría donde quiera que fuese.
La humedad esponjaba sus huesos que únicamente mantenían su
rigidez por efecto de la congelación. El vaivén de las olas, ahora violento,
había vaciado sus estómagos hace días y sólo se permitían estirar el escaso
contenido de la endeble cantimplora de lata, mojándose los labios y
compartiendo esa gota con un beso.
Él era prudente y a ella le gustaba su inseguridad.
Un dolor intenso, de otra vida con prisa por llegar, iluminó
el interior de sus párpados con un flash insoportable. Ella gimió levemente y
calló, notó rodar dos lágrimas por sus mejillas ásperas de salitre y crujir los
huesos de la mano de él cuando concentró sus energías, fugaces como la luna, en
no llamar la atención.
Ella iba a ser madre, él odiaba verla sufrir.
La naturaleza se abrió paso en la estrechez de la lancha de
goma. Los compañeros de viaje, sin verlo, sabían qué sucedía y, sin ser vistos,
volvían la cabeza para ofrecer un gesto intimidad. El oleaje se acompasó a sus
jadeos y un estertor desgarrado sobrecogió la noche cuando sucedió.
Él y ella, ella y él se abrazaron a su fruto latiente e
indefenso.
Nadie lo supo, nadie lo cantó, nadie lo celebró a lo largo
de los siglos. Un despojo de goma gris, teñido de anónima sangre diluida en el
Mediterráneo, iba y venía hacia la playa nunca alcanzada. La verdad, el amor,
la valentía, el esfuerzo, la prudencia, la inseguridad, el miedo y la nueva
vida se habían echado en la mullida arena del fondo marino en busca de un
merecido descanso.
Era Navidad
1 comentario:
Me ha encantado, gracias.
Las historias tristes también pueden ser bellas.
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