Hace 80 años se consumó la infamia: Las fuerzas
reaccionarias, viendo que por la vía democrática habían perdido su secular
poder, influencia, capacidad de mangoneo y libre disposición sobre vidas y
haciendas ajenas, prendieron la mecha de un golpe de estado que derivó en una
guerra entre hermanos.
Una guerra cruel, como todas las guerras, donde murieron
miles de contendientes de ambos bandos y se encarcelaron, torturaron y
asesinaron cientos de miles de ciudadanos por el único delito de defenderse de
un ataque intolerable.
Una guerra tramposa, muy tramposa, donde nuestra tierra y
nuestra gente hizo el papel de cobayas para afinar el desarrollo de armamento y
estrategias del ejército, aviación, marina y servicios secretos del desalmado
Adolf Hitler.
Una guerra, no tanto de vencedores y vencidos sino de
agresores y agredidos. De seres
cobardes, cegados por la maldad en estado puro, que se ensañaron con los
débiles y los desheredados sin mostrar un mínimo atisbo de humanidad.
Una guerra oscura que transformó un país que mostraba
grandes dosis de dinamismo, amparado en la Constitución más moderna de su
época, en un lodazal de crucifijos y camisas azules que sustanció su añoranza
de la edad media en una regresión sangrienta y altanera.
Una guerra eterna trasmutada en régimen represor durante 36
años en los que, salirse de los dictados del amo del establo, significaba un
automático ingreso en cárceles infectas, palizas interminables e ingreso en
listas negras que hacían insoportable una vida dura de por sí, sembrada de
hambre y privaciones.
Una guerra sucia que alfombró cunetas, descampados y zanjas
de cadáveres. Que escondió las
pruebas que ayudarían a localizar esos lugares para intentar, después de
arrebatarles la vida, borrarlos de la memoria de familiares que sufrían angustiados
su ausencia.
Una guerra de brutal continuación en una posguerra mísera,
tolerada por las potencias mundiales que, en virtud de la envidiable posición
geoestratégica de nuestro país, reían las gracias del dictador y miraban hacia
otro lado ignorando sus desmanes.
Una guerra heredada que malogró cuatro generaciones de
españoles, retrasó 40 años nuestra evolución social, abrió heridas cerradas en
falso donde sólo un bando puso de su parte para la necesaria reconciliación y
donde, siguiendo con sus usos y costumbres, el otro bando sigue robando
nuestros recursos en su propio beneficio, como ha hecho ininterrumpidamente
desde entonces.
Ahora: Recuperemos los derechos masacrados y la República
como régimen democrático que nos dimos, prohibamos y castiguemos la impúdica
exhibición de símbolos de la dictadura, hagamos justicia a los miles de
represaliados, asesinados y hechos desaparecer, devolvamos a sus familias los
restos que puedan recuperarse y honremos a todos como lo que son, HEROES que
dieron su vida en defensa del régimen democrático que regía en España y,
también, eliminemos todo vestigio público de memoria a verdugos y asesinos; una
vez hecho esto, vivamos en paz, resolvamos los problemas que ahora nos acucian
y abortemos cualquier tentación nostálgica que pueda romper el marco de
convivencia que alcancemos. No es
tan difícil, solo hay que querer hacerlo.
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