Sucede periódicamente, porque la naturaleza se ha encargado
que así sea: En cuanto llega el
invierno, en los lugares proclives para ello, en el breve espacio de unos pocos
días se congela todo el agua que está en contacto con el frío. Distintos ríos,
arroyos, lagunas o pequeños acuíferos se solidifican en un bloque único,
compacto, monolítico e intercomunicado que trasmite la sensación de que toda la
tierra es hielo, todo el agua es hielo, hasta el cielo parece de un hielo que
contagia y congela todo lo que toca o se le acerca pero no; bajo la superficie,
de más o menos grosor, el agua sigue corriendo y la vida continúa, protegida
eficazmente de las inclemencias exteriores.
El agua que sigue discurriendo bajo la capa congelada no
tiene por qué ser limpia, aunque gran parte lo es; no tiene por qué ser pura,
la pureza es algo que en la naturaleza, sencillamente, no existe; el agua que
sigue discurriendo bajo la capa congelada es la misma que había antes de la
glaciación, con sus defectos y sus virtudes, con su contaminación y sus
pececillos. La de siempre.
Sucede también que, cuando la atmósfera comienza a
templarse, el manto helado se debilita, fracciona, diluye y, salvo algunos
rincones de umbría donde muestra una resistencia inútil y sólo tarda un poco
más, acaba desapareciendo. También pasa que, del mismo modo que los seres que
han hecho del hielo su hábitat natural, no hicieron ninguna fiesta para
celebrarlo, el deshielo no va acompañado de señal de duelo alguna. Ocurre sin más.
La naturaleza es sabia, ha tenido millones de años para
aprender. Así, no se concibe la
eclosión de habitantes del hielo que desprecien y denuesten a los “seres
cálidos” y tampoco se da que, cuando en el deshielo comienza su decadencia,
reaccionen violentamente contra la vida que resurge tratando de arrastrarla en
su caída sin darse cuenta que es un fenómeno cíclico y, al cabo de unos meses,
se invertirá la tendencia y el hielo volverá a ser dominante, al menos en
apariencia. No olvidemos que, de toda el agua que hay en el planeta, el hielo
solamente supone alrededor de un 1%, el resto es agua líquida... o gaseosa.
En su momento, saludamos la aparición, asentamiento y
consolidación de Podemos como una nueva forma de aprovechar los recursos,
diferentes a lo acostumbrado, que el crudísimo invierno de la crisis puso ante
nuestros ojos. Sembró de ilusión y ganas de cambio lo que no era más que un
páramo inhóspito de hielo estéril, pero todo apunta a que el deshielo ha
comenzado y es imparable. Los que viven
de sus recursos se niegan a reconocer esta realidad y se rebelan contra la
naturaleza; reclaman su sitio y gritan a los cuatro vientos que es el tórrido
verano cuando más se agradece la presencia de productos congelados. No les falta razón pero tampoco estaría de
más tener en cuenta que, por muy agradable que resulte, la congelación en
verano es consecuencia de un proceso artificial que en su producción y
mantenimiento, además, consume gran cantidad de energía que podría emplearse
para objetivos menos fugaces.
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