El Cine Palacio fue un edificio situado en el centro histórico de la ciudad española de Getafe. Estaba situado en el número 5 de la calle Ramón y Cajal. Construido en estilo racionalista e inaugurado en 1935, fue la primera sala de cine estable de la ciudad de Getafe. El recinto, que podía albergar a 750 espectadores, cerró en la década de 1990, fue derribado en julio de 2016. |
GOL, ponía, torpemente serigrafiado, en las bolsas de
palomitas. El del GOL era un concepto
que no tenía nada que ver con el cine, si me apuras, era su peor enemigo o esa
era la razón que esgrimía Lorenzo para no comerlas nunca pero, en compensación,
la botella de Pepsi no la perdonaba.
Cuando se cortaba la película y encendían tímidamente las luces, el
cartel de “Visite nuestro bar”, fijo en la pantalla, ya evocaba el burbujeo de
la Pepsi en su paladar.
-¡Vaya rollo de película!- le espetó Ros, que añadió: -mira
que me gustan poco las películas de catástrofes- A Ros, que se llamaba Rosendo
pero le daba vergüenza decirlo, le gustaban mucho las películas de risa,
insustanciales y entretenidas, pero detestaba cualquier tema que despertara su
ansiedad y el cine de catástrofes le agobiaba especialmente. Ver gente que lo
pasa mal sin encontrar cómo escapar de un edificio que se derrumba le producía
un desagradable sudor frío que le corría desde la nuca por toda la espalda. A Lorenzo, sin embargo, le excitaban esas
emociones y ver sufrir a los protagonistas, le procuraba un tipo de placer que
alguien podría confundir con sadismo, aunque no lo era, sabía que eran actores
y, en realidad, no les pasaba nada.
-Hola chicos ¿Qué os pongo?- Preguntó el camarero para quien
esos dos chicos eran como de la familia.
-Yo quiero una Pepsi- Pidió Lorenzo, fiel a sus costumbres.
-A mí me pones una palomitas y un Trina.- Replicó Ros
-¿De naranja?- Se aseguró el camarero
-Claro, si es Trina, es Trina ranjus, o sea, de naranja. Si
lo quisiera de limón habría pedido un Trili, de Trili monus...- Vaciló Ros con
la confianza que da el trato de años.
Echaron un vistazo alrededor buscando chicas a las que
acercarse pero era un recorrido visual de carácter funcionarial, sin esperar
nada nuevo, sólo lo hicieron porque siempre lo hacían, porque había que hacerlo
y ya está. Las mismas caras de siempre, las mismas conversaciones de siempre,
incluso, tenían la sensación de que todos llevaban la misma ropa de
siempre. Tomaron su refrigerio
estudiando los marcos que lucían afiches de películas antiguas pero,
lógicamente, esas eran con absoluta seguridad las mismas de siempre.
Sonó el timbre y dejaron las botellas de cristal vacías
sobre el mostrador de mármol blanco, pasaron al servicio a restablecer el
equilibrio entre líquido ingerido, líquido excretado y, pausadamente, volvieron
a la sala. El acomodador, hombre solícito, acompañó con la linterna el camino a
sus butacas y la película continuó en el mismo punto que se interrumpió: Cascotes que caían como una lluvia
torrencial sobre los inocentes habitantes del edificio, rostros asustados,
impregnados de polvo y pequeños trozos de ladrillo, que buscaban inútilmente un
rincón seguro donde refugiarse y...
¡Oh, eso era nuevo! El martilleo constante de la piqueta y el ronroneo
industrial de una máquina escavadora que hacía su trabajo. No se trataba de una catástrofe natural, ahí
mediaba la mano del hombre, la mano destructora del hombre.
Ros y Lorenzo, inconscientemente, estaban hechos un ovillo
sobre el ajado terciopelo rojo de las butacas, y estaban asustados como nunca
lo habían estado antes. Sus temores se
hacían realidad y lo experimentaban con sensaciones vívidas. Cualquiera hubiera sentido como el polvo se
derramaba sobre sus cabezas y, al mirar hacia arriba, contemplaron alarmados
como el techo desaparecía por momentos: El brazo articulado de la excavadora
iba abriendo un hueco cada vez mayor y se miraron aterrados cogiéndose de la
mano. La película había trasmutado en
realidad y dolía...
Un gran estruendo precedió el derrumbe y éste a un fundido
en negro que apagó todas las percepciones de sus sentidos, hasta las
reminiscencias del sabor a palomitas que quedaban en el paladar, se olvidaron
cuando las grandes piezas de la bóveda se desplomaron sobre sus cuerpos
desmadejados e inconscientes. Era el
fin.
GOL, ponía, torpemente serigrafiado, en las bolsas de
palomitas. El del GOL era un concepto
que no tenía nada que ver con el cine, si me apuras, era su peor enemigo...
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