domingo, 15 de septiembre de 2019

¿Era Murphy un influencer sin saberlo?



Todos hemos oído alguna vez las sentencias indiscutibles que pusieron en el mapa a la Ley de Murphy; llegó el momento de evaluar cómo les ha ido con este vertiginoso paso del tiempo y la evolución de nuestros avatares diarios, desde su lanzamiento en 1997 hasta hoy.  Empezaremos por sus enunciados más emblemáticos:

La tostada siempre cae por el lado de la mantequilla”, es un hecho que no admite discusión, ahora bien, cuando veo por la calle a gente, cada vez con más frecuencia, que va hablando por el teléfono móvil como si fuera a comerse una tostada, me imagino que si se le cae al suelo en ese momento, aterrizará por el lado del cristal. Esta verdad justificaría la proliferación de comercios con ofertas en la sustitución de pantallas rotas de teléfonos inteligentes (smartphones) que cada día demuestran ser más listos que sus atolondrados propietarios.

No se puede saber cuál es la profundidad de un charco hasta que no se ha metido el pie en él”; deberíamos empezar por definir el concepto de charco, y con más motivo ahora, con fenómenos meteorológicos cada vez más extremos en que cualquier llovizna corriente se ha convertido en una catarata de caudal ingobernable. Podríamos entonces concluir que, para conocer la profundidad de un charco, nos ayudará mucho observar hasta qué piso llega el agua.

Si consigue mantener la calma cuando todo el mundo ha perdido la cabeza, es que no se ha enterado del problema”, aunque el alcance de este adagio es universal, sus aplicaciones en materia política son las que le han concedido una trascendencia brutal; basta con observar las caras de los ¿responsables? de distintos partidos en un barrido de cámara en el Congreso, para constatar su patente infalibilidad.

Nada es tan bonito de cerca como de lejos”. Pienses en lo que pienses y lo intentes con lo que te de la gana, nunca falla, incluida la interpretación con personas y sus caracteres. Como tantos otros, debería estar tallado en piedra.

Si usted desmonta una cosa, la vuelve a montar y repite el proceso varias veces, al final tendrá dos cosas”; estamos ante uno de los principios fundamentales de la ingeniería moderna: la sencillez es imprescindible para que algo funcione y la complicación es imprescindible para que algo sea infinitamente caro. Combina con acierto ambos principios y tendrás un floreciente negocio hasta que llegue otro, lo enrede todavía más y te levante los clientes.

Y por último, 7 palabras que encierran toda la sabiduría de la humanidad: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”, refrendado por el siguiente corolario leído en una pared cualquiera: “Todo me male sal”. Nada más que añadir.



viernes, 31 de mayo de 2019

¿De Podemos a Pudimos?



No dudo de las buenas intenciones de Pablo Iglesias, soportadas en una sólida ideología y unos conceptos metodológicos modernos y cargados de pragmatismo. Hasta ahí, todo perfecto, de hecho, él y el completo equipo fundador de Podemos, fueron capaces de seducir a millones de personas de sesgo político similar que sabían que necesitaban algo, un cambio, pero no sabían qué, y cuando les vieron y oyeron allá por 2014, se dijeron para su interior: Por fin, esto era…

Las multicitas electorales que se sucedieron desde 2014: Europeas, Municipales y Autonómicas de 2015, más la doble convocatoria a Generales de 2015 y 2016, refrendaron esa confianza de una parte importante del electorado, una tasa sólida de crecimiento y unas expectativas que, ayudadas por el momento de debilidad del PSOE, llamaban al sorpasso en el voto de izquierda e hicieron saltar todas las alarmas del mundo en la derecha política, mediática y económica, valga la redundancia. Una locomotora morada avanzaba a toda velocidad, se iba implantando con firmeza en todo el territorio nacional y amenazaba con llevarse por delante cualquier obstáculo que encontrase. Eran los tiempos de “asaltar el cielo” y otras sentencias, más o menos afortunadas, por el estilo.

Ocurrió también, que se fueron sucediendo, uno tras otro, grandes aciertos en materia de fichajes, tanto de alcance mediático como intelectual y político: Carmena para Madrid, Colau en Barcelona, Kichi en Cádiz, Ribó en Valencia y otra larga serie de personas relevantes que, unidas al fenómeno Mareas, hacían de Podemos y sus aliados estratégicos, un constante dolor de cabeza para la derecha en cualquiera de sus facetas. Buenas ideas, magníficos nombres y respaldo popular eran los sólidos avales que lo sustentaban. ¿Qué ha podido suceder para su sorprendente e inesperada caída?

Como cualquier partido político, Podemos tiene una legión de seguidores fieles que lo defienden a capa y espada en cualquier foro donde se suscite alguna crítica, en algunas ocasiones con mucho acierto, en otras no tanto. También han permitido que su inicial pragmatismo vaya cediendo el paso a un sectarismo que ha generado recelos entre teóricos cercanos primero, y después abandonos de mayor o menor calado pero la sangría no se ha parado ahí. Es cierto que la Política es un parque temático de Egos donde unos sobreviven y otros perecen pero, si les añades otros ingredientes dañinos, como la soberbia, el rencor o la envidia; has convertido cualquier reunión de su Dirección en una potencial carnicería donde sabes cuántos entran pero no cuántos saldrán con vida.

Cómo, si no, pueden explicarse las espantadas de Carmena, Kichi, Bescansa, Errejón, Espinar o las Mareas, por citar solo algunos de los más mediáticos aunque la lista es kilométrica. ¿Todos son traidores? Quizá esa sea una explicación demasiado simplista para justificar de forma endogámica un proceso mucho más complejo del que la actual dirección no es, en absoluto, ajena y del que han tomado nota cientos de miles de votantes que han dejado de serlo. Cualquier país civilizado necesita un partido fuerte de centro izquierda y otro, también potente, situado más a su izquierda que se hagan mutuamente de contrapeso. Ese espacio más a la izquierda lo ocupó durante 30 años Izquierda Unida, antes el PCE, y durante el corto periodo reciente, Podemos. Si dejan de esparcir culpabilidades hacia afuera y detectan y corrigen sus fantasmas internos, tenemos Podemos para rato, si no, será Pudimos, con lo que todo eso conlleva.

miércoles, 6 de febrero de 2019

Un relator en la corte de Felipe VI



El relator, como llamaban ahora al secretario de toda la vida, estaba hasta las mismísimas gónadas de la tropa con la que le estaba tocando lidiar un día sí y otro también (usaba tanto el lenguaje inclusivo que, en vez de decir testículos u ovarios, había optado por el genérico gónadas que recogía ambos). La última reunión se había zanjado con un puñetazo en la mesa por parte de ambos bandos y, además de recoger los bolígrafos que habían quedado desperdigados por ahí, no tenía un mal acuerdo que llevar al acta. Por no tener, no había ni una propuesta decente, ni un saludo cordial siquiera.

Los contendientes, como gustaban autodenominarse con una pose de fanfarronería algo fantasma, permanecían enrocados en sus posturas desde hacía semanas y el relator no encontraba la fórmula para lograr un mínimo acercamiento, aunque solo fuera físico. Llegaban, eso sí, puntuales, a la hora de la reunión, cruzaban un gruñido a modo de saludo, se sentaban en ambos extremos de la mesa y ahí terminaba todo. El relator, ejerciendo su función, relataba el proceso que les había llevado hasta allí, las propuestas iniciales de cada una de las partes, antagónicas entre sí y la posición inmovilista de los negociadores. A partir de ahí, silencio, acompañado de algún gesto de desaprobación, pero silencio absoluto.

Hizo varios intentos, baldíos todos, de encontrar algún punto en común aunque fuera en la parcela técnica, pero ni por esas. Los procesos, la metodología, los resultados y su evaluación eran diametralmente opuestos; no hablemos ya de los contenidos y sus pautas de aplicación, que se parecían lo mismo que una trucha y una bicicleta.

La octava reunión inútil discurría por la senda frustrante de las siete anteriores y fue el momento sin retorno que colmó el vaso del relator; en una actitud sin precedentes, se puso en pie levantando la voz: “¡Me voy a cagar en la hostia ya!”, los dos polos de la mesa quedaron petrificados por la sorpresa. Y continuó: “Tú, Felipe, si Letizia se quiere afiliar a Esquerra Republicana de Catalunya, tiene derecho, como ciudadana que es; que se afilie y punto. Y Tú, Letizia, me vas a ir quitando las esteladas que has ido colgando por todo el palacio, que a este hombre le va a dar un perrenque”. Trataron de balbucear una respuesta, pero el relator les paró en seco con un gesto de su mano. “Y sanseacabó. A la próxima gilipollez, me autoproclamo rey y se os cae el pelo”.

Esa es la razón por la que Felipe y Letizia tienen esa cara de estreñidos y por la que nunca visten de rojo y amarillo.  Así se escribe la historia…

martes, 5 de febrero de 2019

Alzheimer



“Tengo la cabeza como para echar cuentas”, pensaba Manuel mientras miraba sin ver la estantería colgada frente a él. Llevaba días con una extraña sensación, la de notar que iban desapareciendo libros del anaquel de arriba. No se había puesto a contarlos, ni mucho menos, y de hacer un inventario exhaustivo ya ni hablamos pero, y cada día estaba más seguro, el fondo negro iba creciendo contra el mosaico policromado que formaban los lomos colocados vertical y horizontalmente.

A la vez, el despacho también parecía menguar, las paredes iban tomando una inclinación hacia dentro que aún no era amenazante pero ya inquietaba un poco. Del mismo modo, los archivadores habían encogido hasta el punto de haber perdido incluso una fila de cajones y las sillas, de esas tapizadas en tela que hay en todas las oficinas, empezaban tímidamente a tomar las dimensiones de una casa de muñecas. Una oficina de muñecas, para ser más preciso.

Se acordó de Alicia en el País de las Maravillas e hizo memoria para comprobar si había comido o bebido algo que aumentase o redujese su tamaño. Tras un momento de duda, llegó la certeza, que le hubiera aumentado a él de tamaño, ya que todo parecía encoger. Pero no, era imposible ya que el sillón donde se sentaba seguía igual y el asunto empezaba ya a dejar de tener gracia y ser agobiante.

Las palabras, igual que los libros, iban desapareciendo sin hacer ruido. Hoy, sin ir más lejos, se había volatilizado la palabra que define ese cajón de plástico, colgado de las farolas o montado sobre una patas, donde la gente que va por la calle tira sus desperdicios. Ayer fue el nombre de la tienda que vende pinturas y productos químicos y anteayer la palabra para referirse a la ausencia de ruido. Quizá no era Alicia el libro de referencia, quizá debía fijarse más en La Historia Interminable, donde la Nada va ganando terreno al mundo conocido y lo que desaparece no deja registro de su existencia anterior.

Las caras, sospechosamente,  iban perdiendo sus rasgos definitorios y adquiriendo una uniformidad, quizá con algún sentido estético, ya que diluía deformidades o gestos histriónicos paro, a cambio, dificultaba la tarea de asociar rostros con personas concretas. Ante tal dilema, y siendo como siempre fue, un tipo resolutivo, le iba poniendo un nombre al azar pero según se igualaban carecía de sentido establecer distinciones.  Llegó un momento en que ya ni siquiera tenía claro si se trataba de una persona, de dos  o de cuántas y decidió ignorarlas a ellas también para evitarse problemas.

Con tanta complicación sobrevenida, paradójicamente, la vida se fue simplificando y Manuel, o así era como parecía llamarse, dejo de fijarse en el mundo o, no lo tenía claro del todo, fue el mundo el que dejó de fijarse en él. El caso es que el tiempo disolvió su existencia ya todo fue nada.