sábado, 18 de noviembre de 2017

Tendrás que acostumbrarte, amigo


El agua llegaba, envolvía mis pies para regalo con su espuma blanquecina y volvía a marcharse. Así una vez y otra y otra… Los inocentes pececillos fueron cogiendo confianza y, al poco, ya jugueteaban entre mis dedos a ver quien era capaz de hacerme cosquillas, incluso, alguno más osado que los demás, emprendió pionero una operación de limpieza de pieles muertas.
Eran unos seres mínimos, de tonos irisados, que bailaban en perfecta armonía una coreografía con pequeños saltos aparentemente discordantes. Las uñas de los pies son duras por definición pero, al cabo de un rato, la humedad las había reblandecido y ponían a su disposición lo que, en términos gastronómicos, se llama elemento crujiente y cada micro bocadito requería de un esfuerzo añadido, que terminaba en retroceso, como las armas de fuego, pero con una pizca de sabrosa queratina asomando por sus escamosos labios.
Me hubiera gustado hacer un leve movimiento de tobillo que los espantara cuando traspasaron la piel y, profundizando, llegaron al músculo, pero fue imposible. Ya me lo habían avisado el resto de cadáveres de la playa Omaha: Tendrás que acostumbrarte, amigo.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Imprescindibles


La sintonía del programa venía ilustrada por de una sucesión de imágenes grandilocuentes jalonadas de premios, reconocimientos y sonrisas. El moderador, un ente de energía pura, saludó a la audiencia y les dio la bienvenida a una edición más de su programa favorito: “Imprescindibles”.

Cuando se abrió el turno de palabras, el fuego levantó la mano con insistencia como el niño empollón que se sabe todas las respuestas del libro. El moderador trazó un leve movimiento de cabeza que abarcó toda la mesa y, viendo que no había más peticiones, apuntó con el bolígrafo-batuta a la llama, que bailaba inquieta sobre su sillón ignífugo.

Llevo miles de millones de años sobre la tierra y nadie ha demostrado ser mejor que yo” arrancó su discurso flamígero con voz firme y decidida. Continuó “caliento lo que está frío, cocino lo que está crudo, mato lo que está vivo y doy calidez vital a lo que murió. A ver quién puede decir lo mismo”.

La electricidad, que le dirigía una mirada entre atenta y socarrona, se vio en la obligación de lanzar una centella de atención, casi en defensa propia, y el moderador, que esperaba esa reacción, atendió su demanda al instante.

Esa sí que es buena. A ver, abuelo, que parece que te falla la memoria y que, si no estuvieras tan ocupado en  presumir de méritos que no tienes, recordarías que el primer fuego sobre la tierra surgió como consecuencia de un rayo ¡UN RAYO! y los rayos son electricidad en estado puro; todo lo demás son devaneos de un actor secundario con ínfulas de estrellita”.

Limpiándose como podía los cristales de las gafas para poder ver algo, el moderador dio paso al agua antes que terminara de poner todo perdido de salpicones inquietos.

¿Nadie se acuerda ya que en mi seno se creó la vida, allí se desarrolló y diversificó en el origen de todas las especies? ¿Nadie tiene en cuenta que, si yo quiero, apago el fuego o conduzco la electricidad, o no? ¿Se os ha olvidado que tuve que cubrir completamente la tierra para que un paraje inhóspito se convirtiera en el paraíso que fue después? En serio, es triste que solo reparéis en mi existencia cuando falto…

Estos tres son un quiero y no puedo” Dijo la Tierra recostándose en el respaldo de su sillón “Parece mentira que la una, la otra y el de más allá no sepan a quién le deben todo lo que son, por qué están aquí y la tarea que les he encomendado a cada uno.  Estoy un poco harta de protagonismos vacíos y postureos de salón y me parecéis un poquito osados tirando a suicidas ¿Sabéis de lo que soy capaz y seguís tocándome las narices? Vais a conseguir que me cabree y entonces…

Sin mediar un mínimo gesto, la cámara enfocó al individuo que estaba en el otro extremo de la mesa, él solo susurró.

Soy el cocinero que domina el fuego, el bombero que lo extingue, el electricista que usa la energía en nuestro beneficio, el ingeniero que convierte el agua y la tierra en aliados y sirvientes dóciles, el científico que explora vuestras potencialidades y el informático que prevé vuestras reacciones, sin mí no sois nadie,  porque…”.


Ante las cámaras, décimas de segundo después, el hombre había desaparecido fulminado, calcinados sus restos, disueltos y enterrados. El moderador, con sonrisa meliflua, dio paso a publicidad.

lunes, 30 de octubre de 2017

D. N. I. (Definición Nítidamente Indefinida)


Soy un tipo con suerte: todos los días, en cualquier circunstancia, en toda situación, dudo. Dudo hasta cuando estoy seguro de algo y es de lo único de lo que estoy seguro, de mi compromiso con la duda.

Hace unos años, felizmente superados, afrontaba la vida rezumando seguridad, todo lo sabía y ejercía ese magisterio con generosidad, con la certeza del beneficio que mi sabiduría aportaría al devenir de la humanidad. Ya no.

Tampoco es una reacción enfermiza, no creas; sé que amanece cada día del mismo modo que soy consciente de que anochecerá; que, así como nacimos, moriremos y que respirar a cada poco es necesario.

Me importa que te importe, que me tengas en cuenta tal y como yo hago contigo, que tu influencia me mejore como ser humano y, confío, la mía contribuya algo a la hora de construir un mundo mejor.

Todo lo demás invita a pensar; quiénes son los buenos y quiénes los malos, suponiendo que el bien y el mal existan o, quizá, solo sean el reflejo llevado al extremo de lo que nos han enseñado en la infancia.

Creo que soy buen tío y me gusta estar rodeado de gente que parece mejor que yo; vivir en sociedad implica relacionarse con todo el mundo pero, pudiendo equivocarme, aparto de mi lado a quien lejos de sumar, resta.

Podré acertar o podré equivocarme, podré gustar o disgustar, intentaré transmitir buen rollo aunque, como todo el mundo, tenga mis días malos;  pero procuraré seguir una premisa: No hacer daño.

Cuando me toque dejar el sitio a otro, deseo ser recordado por lo que hice, lo que creé y la huella que hubiera dejado en los demás pero, siempre, invitando a la sonrisa. Para sufrir ya nos zarandean de sobra por ahí fuera.



sábado, 21 de octubre de 2017

No nos hagamos líos:


Que el PP vulnere sistemáticamente la ley no autoriza a hacerlo a otros, por muy autolegitimados por sí mismos que se erijan.
Que el PP sea un partido corrupto, especializado en cortinas de humo de distraigan las narices ajenas del tufo que desprenden, no significa que en Cataluña no exista una trama criminal, alrededor del célebre 3% para quienes la famosa "independencia" supone salvarse de un futuro judicial muy negro. Por eso la promueven.
Que seamos demócratas irreductibles no nos debe distraer de las garantías democráticas que debe tener cualquier votación y que se inclumplieron sistemáticamente durante la jornada del 1 de octubre, hecho que anula cualquier validez que se quiera dar a unos resultados falseados.
Que creamos y defendamos (desde hace años) la necesidad de la realización de un auténtico referéndum en Cataluña no lo legaliza. Lo legaliza que apoyemos (votemos) a quien propone un cambio legislativo que adopte ese y otros cambios en la Constitución.
Destesto que existan las cárceles por lo que conllevan, pero mis convicciones personales no santifican los delitos que otros puedan cometer y que están tipificados como tales y, en consecuencia, acarreen unas penas de prisión u otro tipo de castigos.
Que otros vociferen o susurren o canten o escriban sus ideas y opiniones no anula las mías. Somos lo suficientmente mayorcitos como para escuchar a unos y otros, analizar sus argumentos y sacar nuestras propias conclusiones que, a veces, coincidirán con las de otras personas y a veces no. No voy a comprar una opinión porque la diga fulanito ni voy a rechazar otra porque provenga de menganito.
Prefiero pensar yo y decir lo que pienso. Si te gusta, me vale; si no te gusta, también me vale. Lo único que te pido es que hayas llegado a tus propias conclusiones por ti mismo y que no te pierdas el respeto a ti mismo repitiendo consignas en las que no crees.
Todo lo demás es hacerle el caldo gordo a alguien, de los unos o de los otros, da igual. Nunca te tendrán en cuenta.

jueves, 12 de octubre de 2017

Un armario es un armario


“Un armario es un armario”, sentenció Felip con el gesto solemne como quien, sin darse importancia, ha soltado una de esas perlas filosóficas que perduran en el tiempo. Su frase igual valía para darle toda la relevancia que un armario pueda tener, en tiempos en que escasean los espacios donde colocar ordenadamente las cosas o, por el contrario, despojarle de todo valor por encima del que puedan atribuirse a unas cuantas tablas afortunadamente colocadas.

Quienes le conocen ya están acostumbrados a los arrebatos metafísicos de su amigo y, todo lo más, se limitan a arquear una ceja como acuse de recibo del mensaje. El caso es que, en cualquiera de sus interpretaciones, un armario era, sin duda, un armario y eso simplificaba mucho la vida. Podría usarse para guardar ropa, trastos, papeles, herramientas u otras cosas que, sueltas por ahí, mostraran tendencia al deterioro, el desorden o el extravío. También se usaban para separar ambientes en espacios muy grandes, a modo de muros móviles que podían colocarse ad-hoc o, incluso, una expresión útil para referirse a un bombero de espaldas. En todas las opciones “un armario era un armario” pero, a lo que aludía Felip, era a ese escondite figurado donde se parapetan quienes creen que tienen algo que ocultar al mundo, una realidad que piensan ominosa y que provocaría que el vulgo les señalase con el dedo. Es decir, por formular completo su razonamiento: “un armario es un armario y quien está dentro no está fuera”.

Todo este caudal de sabiduría desbordada venía al hilo del asunto de moda en todos los cenáculos, ágoras, cónclaves, conciliábulos y demás reuniones esdrújulas celebradas y por celebrar: Cataluña y su república con seis velocidades, freno y marcha atrás; y la postura adoptada por el jefe de Felip, un catalán, catalán, descendiente por línea directa de Guifré el Pilós, rodeado por tierra mar y aire de entusiastas patriotas del soberanismo, afiliado a la extinta CDC desde sus orígenes y conocedor por la vía directa del asuntillo del Tres Per Cent.

Biel, nombre por el que respondía el interfecto, tenía un secreto inconfesable: Le atraía todo lo español como la sangría infecta de chiringuito a un guiri borracho. Lógicamente evitó confesárselo a nadie aunque, los más cercanos, ya le habían sorprendido en más de una actitud sospechosa; tarareando inconscientemente a Manolo Escobar, tomando un rebujito en la Diada, cantando para sí los goles de la selección española o, lo más grave, moviéndose en el corro de la sardana con pasos de pasodoble.

Biel,  cuya traducción al castellano es Gabriel; tenía, buscándole tres pies al gato, el nombre más apropiado: Era Bi (prefijo que significa dos) y él, es decir, había dos él: el público, catalán de pura cepa y el oculto, más español que la catedral de Burgos. Entre ellos vivían en perfecta armonía y, aunque incurrían en pequeñas contradicciones, por lo general se complementaban como las piezas de un puzzle.  Su ambición secreta era la de trasladar al conjunto de la sociedad su experiencia interna y sacar todo el jugo posible a esa necesidad mutua inconfesada entre Cataluña y España. Fue avanzando metro a metro hacia el núcleo de los círculos de poder y ocupando discretamente puestos de creciente relevancia, hasta conseguir entrar el en Govenrn, Conselleria de Territori i Sostenibilitat, ahí es nada, justo lo que él, Biel, buscaba.

Armó su estrategia y fue estrechando contactos hasta tejer una red secreta de fieles que abarcaba a los ganaderos desde el Pirineo hacia el sur y los agricultores y regantes desde el oeste hasta la costa. Con todos ellos probó en persona su fórmula y comprobó su eficacia, a los pocos meses tenía a todos rendidos a sus pies. Era el momento de preparar su salida del “armario” y seducir a todos los catalanes con la revolucionaria idea de la convivencia y colaboración mutua. Cada ramader y cada pagès del país tenía en su poder una garrafa de 5 L de un líquido misterioso que, a la orden oportuna, debería verter en el caudal de agua más cercano, de modo que toda la población consumiera una cantidad, aunque fuera mínima de aquella sustancia, que despertaría en su cerebro el ansia de convivir y desterraría cualquier atisbo de conflictividad identitaria. Si sus pruebas de laboratorio eran acertadas, en el plazo de 30 días tendría de su parte a todos los catalanes que bebieran agua (se estimaba que cerca del 100%) y se terminarían los problemas… y utilizando su red secreta dio la orden.

La escasez de agua potable, provocada por una sequía que ya duraba demasiado y agravada por la evaporación excesiva de un calor sofocante, obligó a tomar decisiones drásticas: Había que poner en marcha el panel de desaladoras instaladas por toda la costa, llenar de agua desalada todo el conjunto de depósitos cercanos y no tan cercanos a la costa y usar el escasa agua corriente y embalsada para el regadío de una producción agrícola que agonizaba. Él mismo, forzado por la situación, las propuestas de sus técnicos y altos cargos y ordenado por el President, firmó la orden de ejecución del Protocolo de Sequía Extrema…

Treinta día más tarde, todos los vegetales que existían en Cataluña necesitaban integrarse en una sana convivencia con los que había en el resto de España, toda la cabaña ganadera balaba, mugía, gruñía o piaba siguiendo los acordes de la Marcha de Granaderos y los deliciosos frutos de la huerta leridana habían adquirido unos sospechosos tonos rojigualdas.

El 1 de octubre amaneció como estaba previsto en la Hoja de Ruta del Procés, y con Biel repitiéndose a sí mismo que, dentro del armario, no se estaba tan mal; se asomó a la ventana y vio una Meridiana sembrada de arriba a abajo de esteladas pero, eso, ya es otra historia.





domingo, 8 de octubre de 2017

10 flashes dominicales debidamente etiquetados


Una semana después de 1 de octubre, empiezan a sacar el cava de la nevera, hace falta sitio para guardar litros de tila. #Nervios

El “procés” ha tenido un efecto demoledor en nuestra visión de las cosas: Todo el mundo habla de Cataluña y nadie de corrupción. A ver si todo esto ha sido…
… no, no creo, es demasiado retorcido incluso para ellos.  #Vértigo

Como se sigan yendo empresas de Cataluña, España se va a llenar de xarnegos. #Sarcasmo

Nuestra particular Guerra de las Banderas solo puede tener un ganador: Los Chinos. #Negociantes

La tecnología se ha vuelto tan dominante en nuestras vidas que, si miras a alguien a los ojos, retrocede desconcertado. #Antisistema

El Ministerio de Hacienda se plantea recuperar el Impuesto sobre el Lujo y aplicárselo a la lluvia. #Desertización

Haber nacido en la década de los 60 tiene su coña: Ni fuimos los que hicimos la transición (éramos muy jóvenes) ni somos quienes pilotaremos los cambios que se esperan (somos muy viejos) pero los unos y los otros nos tienen como apoyo. Echar una mano es un acto revolucionario. #Reivindicación

He invertido un buen pellizco de mi sueldo en palomitas de maíz y me han regalado una entrada para el cine. #Abuso

Discutir acaloradamente (o llegar a las manos) por rivalidad futbolística es como pelearte por qué es mejor, el Nesquik o el Colacao. Ambos buscan ganar dinero sin importar el daño que hagan a nuestra salud (mental o física). #Calzador


Tres años después de su salida de Ferrari, Fernando Alonso ha conseguido durante este tiempo, exactamente, los mismos títulos que Sebastian Vettel.  #Números

sábado, 7 de octubre de 2017

Es la economía, estúpido


La independencia de Cataluña era una buena noticia para unos y una mala noticia para otros pero que, tras un proceso discutido y discutible y un simulacro de votación que dejó mucho que desear, la hoja de ruta independentista tenga freno y marcha atrás por culpa, única y exclusivamente, de los movimientos del entramado financiero, no es una buena noticia para nadie.

Podemos hablar de la racionalidad como el bien más escaso en ambos bandos, de la visceralidad como el triste y solitario argumento de los vendedores de banderas, del oportunismo como elemento más buscado a la hora de esconder el futuro penal de unos y de otros por su afición de meter la mano en la caja, de la inocencia de quienes han “comprado” con ilusión la (falsa) idea de controlar su propio futuro, de la rentabilidad de una posición estratégica para hacer valer sus propuestas minoritarias con rango de ley o de un equivocado sentido de la autoridad para usar una fuerza desmedida para disimular su falta de criterio democrático. Podemos hablar de todo eso pero la auténtica verdad nos la chivó un tal Bill Clinton hace 25 años: “es la economía, estúpido”.

Podemos constatar todas nuestras sospechas: vivimos una distopía donde, bajo la apariencia lustrosa de una democracia formal, es el dinero el auténtico amo y señor de nuestros destinos, vidas y haciendas.  A quienes se nos encendieron todas las luces de alarma con la celebrada caída del Muro de Berlín, nos sirve de poco tener razón pero, al menos, tenemos la certeza de que nuestra capacidad de análisis crítico no está atrofiada del todo.

Que, quien controla las llaves de la caja de caudales, haya decidido que no le gustan las aventuras pretendidamente identitarias solo significa una cosa: que considera amortizados a unos fieles servidores que se pasaron un poquito de la raya fijando la cuantía de sus comisiones y, por tanto, como han atentado gravemente contra la gallina de los huevos de oro, ya pueden ir eligiendo un penal de 5 estrellas donde cumplir sus testimoniales condenas. 

El resto del llamado “Proces” quedará dentro de pocos años en una anécdota con dos trayectorias, como la famosa cornada de Paquirri: Apenas supondrá una mínima reseña en los libros de historia que desaparecerá con el tiempo y habrá hecho ricos a los fabricantes y vendedores de “esteladas” mediante contenedores de billetes de curso legal europeo que ya viajan ufanos hacia destinos orientales.


Los imaginativos creadores de “memes” se equivocaron de personaje, sacralizaron a Piolín cuando el protagonista era el Tío Gilito…

miércoles, 4 de octubre de 2017

Yo también me quiero independizar


No es la primera vez que lo digo ni creo ser el primero que lo dice, pero no ser original no significa no tener razón:

Yo también me quiero independizar.

Me quiero independizar de un grupo de impresentables, ya veremos con el tiempo si también delincuentes, que han avalado con su acción u omisión desde el Gobierno una estafa de dimensiones cósmicas, a la sombra de la mal llamada crisis, que ha hecho desaparecer 300.000 millones de euros por el sumidero de la banca, entre rescates tácitos y explícitos, que no vamos a volver a ver. La gracia de volatilizar un 30% del PIB nos da un síntoma de la fortaleza de este país, que todavía no se ha hundido, y de la docilidad ovina de sus habitantes que, desconozco por qué oscuro sortilegio, siguen votando a esta gentuza y de la sumisión de la Justicia que ha sumado a su tradicional venda en los ojos, unos tapones para los oídos y una mordaza para la boca, no se sabe si por impericia (malo) o connivencia (peor).

La desaparición de ese dineral se ha llevado por delante como un huracán de fuerza 5, a todas las pequeñas y medianas empresas que trabajaban con la administración en cualquiera de sus escalas. Como un pez que se muerde la cola, el frenazo en seco de los créditos paralizó la financiación de la construcción, con millones de empleados con poca o nula formación que fueron a la calle y que se unieron a los despedidos por el cierre de empresas, dibujando un desolador panorama que se acercó a los 5 millones de desempleados en los años más duros.

El resto de países de nuestro entorno, con una banca menos cleptómana que la nuestra, también sufrió el revolcón de la crisis financiera pero, según tocaron fondo, se recuperaron con fuerza. España no, aquí la CEOE dictó al oído de Rajoy una reforma laboral (involución laboral) que liquidó innumerables derechos, consolidó la precariedad como modus operandi habitual de chantaje al trabajador que, o traga con la miseria que le ofrecen, o se queda parado de por vida, y tuvo la desfachatez de presumir de crear puestos de trabajo cuando, lo único que hizo, fue convertir cada empleo de calidad en 3 o 4 precarios por la mitad del salario.

Pagar sueldos de miseria tiene dos consecuencias palmarias: Tener trabajo no significa dejar de pasar hambre y, además, las cotizaciones a la seguridad social son ridículas, con lo que el sistema público de pensiones, muy deficitario por su estructura piramidal, queda al borde del colapso. El Gobierno, como es su costumbre, lejos de arbitrar medidas que corrijan el déficit gravando el sistema financiero con un minúsculo porcentaje por cada operación bancaria o bursátil, cierra el círculo de la infamia promocionando unos ruinosos planes privados de pensiones, que suponen otra inyección de dinero para quien causó el agujero por el que se despeñó nuestra economía: La Banca.

Ya de paso, como las cuentas del Estado están bajo mínimos, el sistema público de salud es sometido a una cura de adelgazamiento brutal, del tipo “las vacas flacas se declaran en huelga de hambre”, cómo no, favoreciendo la apuesta por las compañías privadas de servicios sanitarios, muy prestas a poner la mano para cobrar al usuario y a la administración y más rápidas aún para derivar a la pública cualquier patología que no se resuelva con una radiografía y un tratamiento médico al uso.

La enseñanza pública ha sido otra víctima de el expolio sufrido, con despidos multitudinarios de profesorado, que han propiciado ratios propias de los años 70, desinversión flagrante y, como contraposición, un aumento descarado del dinero de todos para la enseñanza privada y concertada con una importante parte del pastel en manos de una Iglesia Católica insaciable cuando se trata de devorar recursos públicos.

Buena parte de ese rico dinerito que voló, lo hizo hacia bolsillos de los propios gestores que debían velar por su buen uso, propiciando el mayor ejemplo de transversalidad que podamos conocer: Pillaron pasta de la obra pública, obra privada, empresarios, sanidad pública, sanidad privada, enseñanza pública, enseñanza privada, medios de comunicación, compañías energéticas, y, sobre todo, la Banca.

Pues de todas estas tropelías son de las que me quiero independizar. Presumir y sacar pecho de haber nacido en no sé qué país, región, provincia, ciudad, barrio, calle, número o piso tiene poco que ver con la racionalidad y mucho con las vísceras, da lo mismo si nos referimos al ansia de latrocinio perpetrado desde Madrid, Cataluña, Andalucía, Asturias, Baleares, Murcia o cualquier otro rincón donde habiten los aficionados a la rapiña.

No quiero independizarme de la buena gente, me da igual donde viva o que idioma hable; no quiero independizarme de quien se gana la vida honradamente porque las banderas no dan de comer. Quiero ser independiente de todos los chorizos que en este país pululan por cada rincón susceptible de llevarse algo entre las uñas, y no quiero hacerlo yéndome yo, lo que pretendo es echarles. Así, sin contemplaciones.

domingo, 17 de septiembre de 2017

Lo reconozco, SOY EQUIDISTANTE


Hace no demasiado tiempo, eran ilegales las reuniones con interés político, también lo eran las asociaciones con esos fines y, a los partidos políticos, mejor ni nombrarlos.

No hace muchos años que era ilegal que una mujer trabajase si estaba casada, vivir juntos sin haber pasado por la iglesia estaba penado por la ley, el divorcio no existía y el aborto, hasta prácticamente ayer, castigado con penas de prisión.

Cuando yo era niño, votar solo estaba permitido en “entornos controlados” que garantizaban una victoria segura para el convocante y, cualquier iniciativa que se saliera de ahí, conllevaba un paseo turístico por los sótanos de la Dirección General de Seguridad, donde te encontrabas con discrepantes del régimen, homosexuales apaleados y demás lumpen merecedor de un severo correctivo antes de ir unos añitos al “rincón de pensar” situado en la Cárcel de Carabanchel.

Todo eso y mucho más era ilegal… hasta que cambiaron las leyes.

Poner todo el peso del argumento contra el seudoreferéndum catalán en que es ilegal es despreciar un amplísimo abanico de motivos lógicos, razones meditadas y opiniones bien construidas que contraponer a los que el independentismo catalán coloca sobre la mesa. Que unas y otras ideas se enfrenten en el territorio dialéctico en igualdad de condiciones y, después, diriman su vigencia en la urnas, con todas las garantías que un Estado puede y debe poner, tiene un nombre: Democracia.

Todo lo demás es jugar con los sentimientos de la ciudadanía, de uno y otro signo, apelar a las vísceras en lugar de a su cabeza, tirar de motivos cerriles con los ojos cerrados y desembocar en un enfrentamiento deseado por quienes están a la cabeza de los unos y de los otros, llevando como rehenes involuntarios a todos los demás en un juego de intereses bastardos e inconfesables por ambas partes. Me niego a hacerles el juego.

No estaría a favor de que Cataluña se independizase por muchos motivos pero sí, y lo llevo pidiendo con mi minúsculo hilillo de voz desde hace 8 años, que se celebrara un referéndum legal y garantista en Cataluña donde el pueblo catalán manifestase libremente su parecer, con el compromiso asumido por ambas partes de respetar y acatar el resultado que se allí produjese.

Alegar que es ilegal es reconocer que no saben hacerlo mejor y, lo más chocante, es que lo hace gente que pertenece a algún partido político, mujeres casadas que trabajan, personas que, alguna vez se han divorciado o abortado, que han exigido votar y, en algunos casos, han sido duramente reprimidos por su condición sexual.


Si expresar estas ideas es ser equidistante, lo reconozco, SOY EQUIDISTANTE.

domingo, 3 de septiembre de 2017

10 cosas que no me gustan (y otras 10 que tampoco)


No me gustan las reacciones contra el terrorismo viciadas de sectarismo
Ni el juego sucio contra quienes están a nuestro lado

No me gusta la deriva ultraderechista que está tomando la sociedad
Ni la tibieza de quienes pueden pararla

No me gusta la violencia, de ninguna clase, contra nadie y contra nada
Ni quien dice combatirla mientras la apoya

No me gustan los seres superiores que imponen sus intereses como un credo
Ni sus ciegos seguidores, víctimas y verdugos a la vez

No me gusta que el dinero sea la ideología dominante en el mundo
Ni los que disfrazan su ambición ciega con bonitas palabras

No me gustan los que abusan de la confianza depositada en ellos
Ni quienes justifican lo injustificable con bastardos intereses

No me gustan los líderes irresponsables que no respetan nada
Ni su descaro malicioso disfrazado de osadía

No me gusta la tortura a que sometemos a nuestro planeta en nombre de la modernidad
Ni los apóstoles del regreso a las cavernas

No me gusta el manoseo, uso torticero y maltrato a que se someten las palabras
Ni quienes las retuercen en su propio beneficio

No me gusta estar de manos atadas para evitar todo lo anterior
Ni estarme quieto por creer que moverse no sirve para nada

martes, 15 de agosto de 2017

Del Bobierno, el Prat y Eulen


Iba a empezar ese artículo señalando lo asombroso de este gobierno de Rajoy, cómo ha sido capaz de superar con holgura mi amplia capacidad para la sorpresa y, atendiendo a la gestión de los conflictos en general y a la huelga de vigilantes del aeropuerto del Prat en particular, constatar su patente incapacidad y torpe ejercicio de sus teóricas responsabilidades; para rematar el texto, en un alarde de ingenio, calificando como Bobierno al gabinete del Registrador con ínfulas que rige nuestros destinos pero, ¿tendría razón o yo también habría sucumbido a su engaño?

Veamos, para acusar al ¿Bobierno? de dejación de funciones, habría que conocer previamente cuales son estas. Si, como determina la Constitución, su objetivo es velar por el bienestar de los españoles, sin distinción de ningún tipo, tendríamos certeza para asegurar que incumplen sobradamente su cometido, que son unos incapaces de manual y que su atribulada gestión no hace sino minar el escaso bienestar que nos pueda quedar (en el pasado tampoco alcanzamos cotas tan altas pero la sensación subjetiva era positiva) y va tirando por un desagüe sin retorno todos los derechos conseguidos en décadas de lucha, tanto en el ámbito laboral como ciudadano.

Ahora bien, ¿qué sucedería si su objetivo fuera poner el tobogán a favor de la clase más favorecida, de, mediante subterfugios (poco o nada disimulados), poner los fondos públicos y nuestro patrimonio al servicio del mejor postor, de garantizarse un blindaje económico personal a través de gabelas (mamandurrias, lo llamó la ínclita Aguirre) de las que dispondrían sin límites en otras latitudes menos exigentes (y ya es decir) en materia de impuestos? Sucedería que tardaríamos un par de horas en ser capaces de volver a parpadear porque, lejos de lo que pensamos, no son nada tontos, son especialmente listos; su gestión sigue a rajatabla el guion establecido por la gran patronal, el entramado financiero y los lobbys internacionales, en definitiva, los diseñadores de estrategias de vaciado salvaje de las arcas públicas. Serían fieles lacayos de sus amos y, nosotros, unos simples figurantes sin frase que, como aquellos desgraciados porteadores de las películas antiguas de Tarzán, estamos destinados a despeñarnos con nuestro fardo sobre la cabeza, a poco que la cámara nos enfoque.

Entonces, el regalo de un órgano tan rentable como AENA, a manos privadas ansiosas de hacer caja (de seguir haciendo caja), no fue un torpeza, fue una jugada. La  concesión de la seguridad de los aeropuertos (asunto sensible donde los haya hoy día) a la empresa que haya hecho la oferta más ruinosa (para sus trabajadores) y más ventajosa (para los propietarios) no es una casualidad, obedece a una causalidad. Ahora hablamos de Eulen pero hay ejemplos calcados en cientos de edificios públicos y, desde aquí, mi apoyo más entregado y solidario con sus trabajadores. Es más, sé que es una molestia para los viajeros que, además, están sujetos a horarios rígidos pero, si por mí fuera, me iría ahora mismo al Prat a hacer unas cuantas horas de cola y contribuir a visibilizar las precarias condiciones laborales que sufren los trabajadores de Eulen. Por cierto, lo de mandar a la Guardia Civil como comando esquirol sí puede considerarse una torpeza de dimensiones cósmicas. Se han cabreado hasta ellos.


Lo habrán hecho, seguramente, para mantener esa imagen de Bobierno que tanto les conviene y de la que tanto jugo han sacado. No tienen engañados y nos dejamos...

viernes, 11 de agosto de 2017

De Alberto Garzón, Gaspar Llamazares, de honestidad política y traiciones


Vaya por delante que Gaspar Llamazares nunca me pareció el mejor líder que podía tener Izquierda Unida, no obstante, uno no está afiliado a un partido político por la mayor o menor afinidad hacia quien lo encabece en cada momento (se han dado casos), sino por identificación con el proyecto político que representa. Mis 29 años de militancia en IU, desde su fundación hasta su final, aún no oficializado, han respondido a ese criterio y, con mayor o menor acierto, siempre he estado a disposición de la organización para lo que considerase oportuno encomendarme.

También debo reconocer que vi con buenos ojos la incorporación de Alberto Garzón a la dirección de IU y su meteórico ascenso desde las filas del 15M malagueño hasta el Congreso de los Diputados. Lo entendí como un acierto de un buen hombre a quien admiro y me duele que se le haya tratado tan injustamente, me refiero a Cayo Lara e, insisto, aunque el tiempo ha demostrado después que nos engañó a todos, Alberto Garzón pareció ser una figura valiosa que reforzara las filas de IU.

Este semana, Gaspar Llamazares, en compañía de otro Garzón, en este caso, Baltasar, y el compañero de Leganés, Rubén Bejarano, han presentado un nuevo partido que, imagino, nace con la noble intención de transformar la sociedad desde la óptica socialista a favor de los más desfavorecidos; Actúa, creo que se llama, y Garzón, esta vez, Alberto, se ha descolgado con un cariñoso artículo en Diario.es, dando la bienvenida a esta nueva formación de izquierdas y saludando de modo muy afectuoso a Gaspar Llamazares, aún compañero de filas en ese ente desconocido que dice llamarse IU. El Garzón Alberto, pone en solfa la honestidad política de Llamazares y lo tilda de traidor a la causa ¿a qué causa?

No deja de tener su gracia que sea, precisamente, Alberto Garzón; quien aprovechó la efervescencia y pujante subida de IU en intención de voto para descabezarla y entregarla como muestra de buena voluntad y sumisión a un Podemos muy necesitado de la infraestructura que aportaba IU, tanto en implantación nacional como en cuadros muy formados, expertos y capaces. Lo hizo de forma soterrada, mediante acuerdos nunca confesados, sometiendo a la organización a más de una humillación y desprecio públicos y haciendo una pública “renuncia a Satanás, a sus pompas y a sus obras” para poder acudir ¿diluir? conjuntamente a las elecciones. ¿Es eso honestidad política?

Como en tantas ocasiones, la entrega de IU a Podemos, ni fue tan unánime como dijeron a la prensa y ni tan dócil como dijeron a Podemos. Concretamente, en Madrid radicó la “aldea gala” que se resistía como gato panza arriba a la pérdida de identidad. No podía entregarse IU a Podemos si en la bandeja faltaba su buque insignia, Madrid. A grandes males, grandes remedios: Primero de “desfederaliza” a IUCM, se le vacía de representatividad jurídica, se toma posesión de su dirección, se “refunda” y aquí paz y después gloria. Perdón, se me olvidaba, como a ellos, un pequeño detalle: los 5.000 militantes de IUCM a quien se dejó en el limbo (en la práctica fuimos expulsados en bloque) para exigirnos una reafiliación, con aceptación explícita de la nueva realidad, si queríamos seguir siendo militantes. ¿Eso no es una traición?

Creo que, con sus antecedentes en IU, escasos pero intensos, Garzón, en este caso Alberto, debería ser más comedido a la hora de administrad adjetivos hacia quien ha optado por la única salida honrosa que ha visto para seguir defendiendo unas ideas políticas.


Para hablar de Honestidad Política y Traición, primero hay que mirarse en un espejo y ver qué imagen refleja.

jueves, 10 de agosto de 2017

Despacito


Vale, de acuerdo, como canción es una mierda. Una música ramplona, simple y repetitiva y una letra repleta de “ingeniosas” metáforas explícitas que buscan echar un polvo. Ya está.

No entiendo el tsunami de tinta dedicado a escribir sobre esta castaña musical, canción del verano lo suelen llamar. Me sobrepasan las toneladas de saliva malgastada en hablar de una tontería que ha tenido la suerte de aparecer en el momento apropiado en el lugar preciso y hacer multimillonario a su autor. Alucino con el debate sesudo (¿en este caso, cabría decir sexudo?) sobre el machismo descarado de su letra. Dudo del futuro del ser humano cuando soy testigo de encendidas discusiones sobre si la bazofia de marras es reggetón (del bueno, dicen algunos, que es como decir “ha tenido un infarto de primera calidad”) u otro estilo musical, cómo si nos importara, cuando lo único que queremos oír asociado a ese engendro es un “esta grabación se autodestruirá en 5 segundos”.

Vivimos en un país donde los empresarios regatean a sangre una mísera décima de subida salarial, cuando, por causa de la mal llamada Crisis, se están llenando los bolsillos con los mayores beneficios empresariales de la historia a costa de los riñones de los neoesclavos promovidos por la Reforma Laboral que nos llevó a los años 50... del S XIX. Pero hay que hablar de Despacito...

Estamos viviendo en una sociedad que, en todos los países, no solo en España, está sumergida en el profundo atavismo de emplear la violencia cuando no se tienen argumentos, sobre todo en casos de violencia machista o infantil, que son aprendidas e imitadas por individuos con un Cociente Intelectual similar a una ameba, y difundidas por las redes sociales sin más castigo que un “niño, eso no se hace”. Pero el debate está en Despacito.

Tenemos a dos enajenados peligrosos al volante de países con poder de destrucción nuclear, dos zumbados a quienes gusta la fanfarronería de vacilar y amenazar al otro y, como hemos visto tantas veces de chavales, por no ser el primero en recular delante de su clac, son capaces de llegar a las manos, en este caso, a apretar botones rojos que no deberían existir, con consecuencias fatales para toda la vida en el planeta, ya sea inteligente (eso estaría por ver) o no. Distraigamos la realidad con Despacito.


Y va el personal y entra al trapo...  es todo tan frustrante.

miércoles, 9 de agosto de 2017

Cómo escribir una historia de miedo:


Dicen que es más difícil hacer reír que llorar y no les falta razón: para hacer llorar basta con ponerse a picar cebolla, que hay gente que se ha deshidratado por los ojos y solo han encontrado un cuchillo encima de un charco sospechoso y han tenido que analizar el líquido para, mediante el ADN, determinar que se trata de fulanito, desaparecido desde el día de autos. Que esa es otra, cuál es el día de autos y qué se conmemora ¿tienes que hacerle un regalo a tu coche o basta con echarle gasolina de la buena? Bueno, a lo que iba, que hacer reír es difícil y ya está, salvo que quieras hacer una historia muy triste o de miedo y no te salga como debiera, que la gente se descojona y tú acabas disimulando y diciendo que lo has hecho aposta.

Yo, desde hace tiempo, tengo pendiente escribir una historia de miedo o, al menos, inquietante, pero no lo he hecho porque me da miedo. Paradójico ¿verdad? Hoy me he decidido y lo voy a intentar. Para no pillarme los dedos con lo de las carcajadas imprevistas, la empezaré como una historia de humor y luego, poco a poco, le iré dando un giro hasta llevarla al terreno del terror. O no, ya veré.

Definamos. Para dar miedo, como para hacer reír, hay que plantear elementos que distorsionen una situación convencional hasta sacar al lector de su zona de confort e irlo envolviendo en una atmósfera pesada y agobiante. Con los personajes sucede lo mismo, en principio deben ser de tipo normal y corriente, sin ningún rasgo visible que les haga especiales pero con algo oscuro y tortuoso, solo levemente sugerido, que anide en el cerebro del lector y vaya adquiriendo vida propia a medida que avance el relato. Solo así conseguiremos el efecto pretendido, sembrar una inquietud imperceptible e irla modulando a voluntad.

Hay unos contextos más cómodos que otros para lograrlo: normalmente, la oscuridad de la noche suele ser un buen caldo de cultivo para ese objetivo aunque, como he definido en el párrafo anterior, a plena luz del día y con todos los elementos que componen la historia a simple vista, los giros súbitos suelen ser más efectivos y sorprendentes; de noche te esperas algo, a las 11 de la mañana de un día soleado, crees que lo ves venir todo y un buen golpe, por inesperado, tiene secuelas dolorosas. Además, al contrario que en el cine, por ejemplo, un texto no va acompañado de música, salvo que la ponga el lector y va a ser difícil que acierte; ni efectos sonoros que predispongan el ánimo a favor o en contra de un personaje concreto o determinada situación; hay que trabajárselo con palabras y es complicado.

Una vez completado el catálogo de mimbres, hay que decidir qué hacemos con ellos ¿un cesto, una mesa, una funda para una botella, un sillón? Es la decisión más importante y la que marcará el devenir de tu relato, para bien o para mal.  Podemos decantarnos por el terror sicológico; tirar del bestiario clásico de monstruos o inventarnos uno que sea abyecto y cruel en cualquiera de sus dos opciones: bruto implacable o inteligente y refinado. También hay versiones que se decantan por lo desconocido, tipo extraterrestre, el más allá, o lo cotidiano, tipo vecino sicópata; da igual, lo importante es su efectividad y lograr ese difícil equilibrio entre las ganas reprimidas de abandonar la lectura, por las sensaciones desagradables que provoca, y las de devorarla ávidamente, preso de la emoción. Porque, no lo olvidemos, el miedo es la emoción más potente, el arma de que nos ha dotado la naturaleza para huir del peligro, conservar la vida y, por ende, preservar la especie.

Llega el momento de empezar a colocar las piezas en el tablero. Empezaremos por una mañana soleada de verano en un pueblecito costero. Durante las vacaciones, una madre se afana en aprovechar el ratito de paz que transcurre entre que ella se levanta y se despiertan los dos niños, para desayunar con tranquilidad, recoger un poco, quitar trastos de en medio y, si se le ha dado bien, leer unos minutos. Desde que enviudó, hace dos años ya, el tiempo parece que corre más lento y le cunde más. Qué remedio, ha de multiplicarse para poder atender a los críos como debe, ir a trabajar a diario, hacer compra, comidas y todas las tareas que antes hacían entre dos, pero en una versión resumida y optimizada. Ahora, durante las vacaciones, saca todo el partido posible a los ratos perdidos para dedicárselos a sí misma, su cuerpo, pero sobre todo su mente, aún zarandeada a ratos por el trauma que supuso la repentina muerte de su pareja, se lo agradecerán.

Para dar verosimilitud a cualquier relato, los personajes han de tener nombre. El nombre nos acerca a ellos, a su vida y su realidad, aunque sean inventadas, y prepara el terreno para establecer vínculos emocionales que, con personajes anónimos, sería mucho más difícil, por no decir imposible. La madre se llamará Inés ¿por qué? No lo sé, es el primer nombre que me ha venido a la mente. Los niños serán Sergio, el mayor, de 8 años, que se llama como su padre, y Tomás, de 6 años, que heredó el nombre de su abuelo materno, fallecido durante su embarazo, el perro, un callejero muy salao, se llama Godo, de Godofredo. El resto de personajes, si los hubiera, recibirá nombre según vaya apareciendo en la historia, que todavía no sé cómo se desarrollará y, como suelo hacer, irá creciendo hacia el lado que ella misma quiera ir, limitándome yo nada más que al papel de amanuense con galones.

Nos habíamos quedado en que era una soleada mañana de verano en un pueblecito costero, del Cantábrico que tiene más carácter. Como los niños acostumbran a levantarse tarde, Inés devora las páginas de su e-book con hambre, qué digo con hambre, con ansia. Uno de los momentos cumbre de la novela, cuando se va a desvelar la trama, es interrumpido por el estridente chirriar de la puerta de la habitación de los niños, por donde aparece Sergio frotándose los ojos con la mano derecha y rascándose el culillo con la izquierda.

-Mamá, quiero desayunar- dejó caer, a modo de saludo, con la voz ronca después de los gritos y risas de la noche anterior.
-Ahora mismo ¿se ha despertado ya Tomás?- Preguntó Inés mientras colocaba la tapa rosa del e-book.
-No, sigue dormido como una almohada, y Godo también- A Sergio le encantaba hacer comparaciones y se pasaba el día haciéndolas. A veces eran acertadas, a veces no.
-No te lo creas, Godo está detrás de ti moviendo el rabo; has hablado de desayunar y él dice que también quiere.
-Prepárame el colacao y Godo, si quiere, que coma pienso, que se está volviendo más señorito que un... señorito
-Vale, despierta a tu hermano mientras caliento la leche
-Voy

Inés se levantó del sillón con agilidad y entró directa en la cocina que, es lo que tienen los apartamentos de vacaciones, das tres pasos y te has pasado la cocina de largo. Sacó la leche de la mini nevera y dos tazones desportillados del mueble, los llenó casi hasta arriba y los puso a calentar en el microondas. En esas estaba cuando Sergio volvió a aparecer.

-Que no se despierta, mamá
-Cómo que no se despierta, ya verás tú si se despierta: ¡Tomás, te quiero en la cocina a la voz de ya, que son las 11 y media de la mañana!- Dijo con autoridad levantando la voz.

Ni Tomás ni Godo, que se había subido a su cama y apoyado la cabeza en sus piernas, movieron un músculo. La madre entró y se sentó en la cama del niño.

-Godo, baja de ahí ahora mismo, que te tengo dicho que no te subas en las camas, que me pones la colcha llena de pelos- Ordenó Inés. -Vamos, Tomi, remolón, levanta que se te va a juntar el desayuno con la comida- reclamó amorosa mientras acariciaba el pelo del niño, que no reaccionó. -¡Tomi! ¿Estás bien?- exclamó más que preocupada, y empezó a zarandear a la criatura que no respondía a estímulos.

El perro, solidario, comenzó a gemir y llorar lastimero, lo que no hizo sino poner más nerviosa a Inés, que lo echó de la habitación con un gesto. La madre trató de adoptar decisiones con frialdad pero no podía, le asaltó el recuerdo de su marido, sin pulso en la cama, también una mañana de verano, y rápidamente asió el brazo de la criatura, con firme delicadeza buscó los latidos junto a los tendones de la muñeca y exhaló un suspiro de alivio cuando notó las pulsaciones en la yema de los dedos. Estaba vivo pero ¿por qué no despertaba?

A Sergio, testigo de toda la escena, se le habían olvidado el hambre, el desayuno y las comparaciones; solo miraba en silencio apoyado en la puerta abierta del cuarto.

-Cariño, tráeme el móvil- Trato de pedir Inés impostando serenidad aunque un temblor ingobernable de la voz la delataba.

Escasos segundos tardó en aparecer el crío con el teléfono de su madre quien, en un gesto eléctrico, se lo arrancó de las manos y marcó varias veces hasta que acertó con el 112.

-112, buenos días, le atiende Sara ¿en qué puedo ayudarle?
-El niño, que no se despierta
-Cómo que no se despierta, sea más precisa, por favor ¿está dormido o ha sufrido un desvanecimiento?
-Está dormido, o lo estaba, no lo sé. He venido a despertarle y no reacciona, tiene pulso pero no...

Inés enmudeció. Tomás continuaba tumbado boca arriba, en la misma postura, sin hacer un solo gesto pero ahora con los ojos desmesuradamente abiertos fijos en un punto indeterminado del techo.

-... Ha abierto los ojos
-¿Ya ha despertado?
-No, no lo sé, no reacciona
-¿Qué edad tiene el niño?
-6 añitos
-Tiene toda la apariencia de ser un virus nuevo que está afectando a mucha gente. Denos su dirección y le enviamos un Equipo de Intervención Rápida.
-Aha...

Ya sin palabras, la mujer comprobó que el perro también permanecía inmóvil, hasta su cola inquieta, de latigazo incontrolable, estaba relajada sobre la alfombra. Trató de tragar saliva pero no pudo.

-El perro...
-¿Calle del perro?
-No, el perro también...  calle de la Montaña, número 3, bajo C. Dense prisa por lo que más quieran, esto pinta muy mal.
-No se agobie, señora. Ya van para allá. Si observa cambios reseñables, vuelva a llamar y pregunte por mí. Buenos días.
-Aha...

Sin desviar por un instante la mirada de su hijo pequeño, y su perro, inmóviles, con los ojos muy abiertos pero sin un mínimo parpadeo, Inés pidió a Sergio que le trajera del baño el frasquito de las lágrimas artificiales que usaba con las lentillas. Por una parte evitaría que se le resecaran los ojos a Tomás, también al perro, y de otra mantendría al otro niño ocupado para que no se relajara y, con la inactividad, corriera la misma suerte que su hermano.

-No las encuentro, mamá- Se oyó la voz del chico desde el cuarto de baño. Inés recordó que las había guardado en la parte de arriba del armarito para evitar que los niños jugaran con el frasco y se lo vaciaran, como ya había ocurrido antes. No le quedó más remedio que ir ella personalmente a buscarlo. -Ya voy yo, hijo- Respondió.

Fue y volvió como un torbellino en cuestión de segundos. A su regreso, con el mayor a su lado, comprobó que no había habido cambios en la situación de los “ausentes”. Vertió un generoso chorro de lágrimas en cada ojo de Tomás y, cómo no, los ojos de Godo también tuvieron su ración lubricante. Ninguno reaccionó al regalo recibido pero sus corneas, ya algo resecas, recobraron el brillo habitual.

Sergio, asustado por la inquietante inmovilidad de su hermano pequeño, se sentó a los pies de la cama e, inconscientemente, comenzó a acariciarle las piernas por encima de la sábana. Era un movimiento repetitivo y cadencioso que poco a poco le fue venciendo. Su madre miraba hipnotizada los ojos abiertos del pequeño de la casa y, a cada poco, ponía un par de gotas en cada ojo de la criatura, por un momento volvió la cabeza hacia Sergio y, ahí estaba, con la cabeza apoyada en la sábana que cubría las piernas de su hermano, pero completamente quieto ya.

-¡Sergio!- Exclamó Inés sin ninguna contención.
-¿Qué? Mamá- Respondió el hijo frotándose los ojos.
-¡Ahhh!- Suspiró la madre con alivio, y preguntó -¿Estás bien?
-Sí, tengo sueño
-Por favor, hijo, levanta de ahí y ni se te ocurra dormirte.
-Vale, mamá- Y con movimientos algo abotargados se incorporó.
-Ponte un rato la tele, hijo, así te entretienes.
-Vale, mamá- Contestó el niño, en un susurro dócil y pesaroso, mientras salía por la puerta.

Las situaciones de impotencia ponían de los nervios a Inés desde siempre, contemplar una escena que le preocupaba sin poder hacer nada, intentar resolver un problema cuya solución no estuviera en sus manos o no poder atajar una dificultad por encima de sus capacidades era algo por lo que le llevaban todos los demonios; si, además, en cualquiera de estos casos, se veía involucrado cualquiera de sus hijos, un velo rojo se posaba delante de sus ojos y su mirada se tornaba irracional e impulsiva. Este momento era todavía peor, no podía hacer nada pero es que no sabía qué hacer. Volvía a echarle gotas en los ojos abiertos de par en par, le tomaba el pulso de nuevo, ponía la mano en su frente por si hubiera cambios perceptibles en la temperatura, le zarandeaba suavemente mientras repetía su nombre en diferentes tonos, levantaba la ropa y rebuscaba por su hubiera algún bicho u otro animal que le hubiera picado, volvía a colocar amorosamente la ropa y vuelta a empezar. Todo mientras unas lágrimas silenciosas con sabor a desesperación resbalaban por sus mejillas.

Los minutos transcurrían a cámara lenta y llevaba ya 10 minutos esperando la asistencia médica que vendría con la ambulancia. Al fondo, en un runrún discreto, se oía la televisión que Sergio había puesto bajita, por no molestar, pero no se oía ningún sonido más. La madre se levantó de un brinco, sobresaltada, y salió al salón donde estaba puesto en la tele un canal de dibujos animados, de esos que le parecían todos iguales pero que sus hijos tenían perfectamente catalogados. Aparentemente, el niño, sentado en el sillón de espaldas a la puerta, miraba la pantalla pero algo raro pasaba, cuando llegó a su altura, confirmó sus peores sospechas; el cuerpo del niño estaba ahí, pero sus ojos completamente abiertos y sin la mirada vivaz de siempre, decían que dentro no había actividad alguna.

Inés se desplomó de rodillas, presa de una desesperación estéril, sin saber si llorar, gritar, dejarse llevar ella también por lo que quiera que fuese, luchar por no ceder o pensar alguna alternativa nueva que lo explicase. Optó por llamar al 112, como le habían recomendado y preguntar por Sara, que tan amablemente le atendió antes.

-Hola, soy Sara, qué sucede.
-Mi Sergio también está igual que el pequeño, no reacciona a nada.
-¿Cuándo ha sido?
-No sé, hace un minuto o dos.
-¿Ha hecho algo especial, algún movimiento o ruido o cualquier cosa distinta?
-Yo estaba en la habitación con el pequeño y él en el salón viendo la tele, me ha dado cuenta ahora que he salido.
-De acuerdo. El equipo de Intervención Rápida no creo que tarde, tiene la base un poco lejos de usted pero van a toda velocidad. Manténgase todo lo activa que pueda pero deje la puerta abierta por si, cuando lleguen, usted está también afectada. Sigo a su disposición a este lado del teléfono.
-Gracias ¿no hay nada que yo pueda hacer?
-Hasta que no se evalúen los casos no sabremos exactamente de qué grado de afectación se trata ni, como es lógico, la dosis ni el modo de administrar el tratamiento. Tenga un poquito de paciencia.
-No es tan fácil...
-Lo sé, usted inténtelo.
-Gracias, Sara
-Ánimo- Sonó un frío clic y volvió la soledad.

Entretuvo el tiempo de espera yendo del saloncito a la habitación, administrando, ya con más contención, las lágrimas artificiales, echando un fugaz vistazo por la ventana, tomando el pulso y poniendo el dorso de la mano en la frente de los ausentes para detectar cualquier incremento de temperatura y, tras otro vistazo en espera de la ambulancia, vuelta a empezar.

A los 15 minutos, más o menos, de la segunda llamada escuchó por fin la ansiada sirena, primero en un rumor lejano que fue ganando en intensidad y estridencia a medida que se iba acercando.  Inés salió al portal y abrió la puerta de la calle justo en el momento en que llegaba la ambulancia y... pasaba de largo sin siquiera frenar un poco. Sorprendida, tardó un par de segundos en reaccionar pero rápido salió a la calzada y empezó a hacer gestos ostensibles con los brazos para llamar la atención del conductor. El vehículo torció por la primera bocacalle a mano derecha y la mujer dedujo que, con las prisas, se habían pasado de largo pero darían la vuelta a la manzana y volverían otra vez.

Los sonidos se fueron alejando en la misma medida que se aproximaron; derrotada, desanimada, agotada e incapaz de hacer nada por remediarlo, se dejó caer en el escalón que daba entrada al portal, notó como las lágrimas, estas sí, auténticas, brotaron a borbotones de sus ojos y apoyó la cabeza en la loseta de imitación a mármol de la pared...

Una furgoneta blanca, aséptica y discreta, aparcó en la misma puerta sin hacer ruido. Se abrieron sus puertas y bajaron una mujer y un hombre jóvenes, ataviados con batas azules que, de un vistazo, identificaron a Inés como otra víctima afectada por el virus. La sentaron en una práctica silla plegable con ruedas y la introdujeron en la casa abierta donde esperaban los otros tres “durmientes”.  Colocaron a todos en el sofá, abrieron su funcional maletín negro, sacaron unos cables que enchufaron a una toma común conectada al puerto USB de un portátil de última generación. Cada uno de estos cables fue conectado, a modo de auriculares, a los oídos de los afectados y se pusieron a la tarea de pasar el antivirus.

El nuevo virus Wannasleep ya había infectado a mil millones de equipos humanos y subiendo...  ¡Malditos hackers!



domingo, 30 de julio de 2017

Hip, hip ¿Hurra?


Hip, …, hip, … hip, …

Si no fuera por este hipo ingobernable, tendría una digestión feliz. Más o menos como dicen que son los últimos días de embarazo: La tripa hinchada, sin un milímetro más de capacidad aprovechable, movimientos torpes a cámara lenta, imposibilidad de adoptar 9 de cada 10 posturas que permite el cuerpo humano y abotargamiento general… pero nadando en un mar de endorfinas que otorgan a la vida una sensación de placidez sin comparación. Vamos, que si ahora explotase una bomba nuclear, me daría gustito por la sensación de calidez que percibiría…

Hip, …, hip, … hip, …

Mi amigo Pedro, varado en el otro extremo del sofá, trata de encontrar hueco para un refrescante café con hielo pero no lo encuentra, con lo cabezota que es no descarto que termine esnifándoselo, porque si dice que se va a tomar algo, lo hace aun a riesgo de su vida y, si no, que le pregunten al camarero del garito de ayer, que se apostó la cuenta a que Pedro no se clavaba 20 gin tonics, de esos con ensalada y todo que sirven ahora y perdió estrepitosamente, 22 se metió para el cuerpo. Lo único que se le entendía al Pedro vegetaetílico que volvió tambaleándose conmigo al hotel fue: “No había comido tanto verde en mi vida…”

Hip, …, hip, …, hip, …

Estos cocineros tan buenos deberían estar prohibidos, cogen un puñado de alpiste para los pájaros, estopa de esa de los fontaneros y un despojo de carne que despreciaría un buitre hambriento y, ¡Tachán! Te sirven una delicia que terminas lamiendo el culo del plato por fuera. Y eso en los entrantes, el primer plato, el plato fuerte y, redoble de tambores, unos postres de morir de hiperglucemia gozosa. Así pasa, que mi mujer está mosqueada porque dice que con la humedad del mar encoge la ropa. Qué gracia tiene la jodía, que encoge la ropa. Lo único que encoge es la tarjeta de crédito, que cualquier día se me va a fundir en la mano como un tranchete.  Qué mala vida le estoy dando…

Hip, …, hip, …, hip, …

Dicen que el hipo se quita con un susto. Para nada; si no he palidecido de pavor al ver la cuenta, no lo haré en mi vida, pero, ¡qué coño! ya tengo once meses para andar mirando los precios, ahora voy a pulir hasta el último céntimo de los ahorros. Pensándolo bien, dicen que el hipo es una descompensación de ritmo entre los músculos que expanden y contraen la caja torácica para respirar y los movimientos del diafragma que los acompañan y complementan y que produce esa contracción incontrolada tan molesta y si se contrae es que algo de hueco me queda ¿no?. También dicen que el hipo se quita bebiéndose un vaso se agua sin respirar. No sé, un vaso de agua no me cabe pero probaré a beberme sin respirar un chupito de orujo de hierbas, a lo mejor…

Hip, …, hip, …, hip, …

Buenooo, ahora vienen los de Bilbao a buscarnos; parece ser que entre todas las bravuconadas de anoche, les desafiamos al mus con chulería, soberbia y el recochineo descarado con que se hacen esas cosas, recogieron el guante y llegan con ganas de cobrarse nuestras cabezas como trofeo. Les digo que me es imposible, que con este hipo cabrón no voy a poder hacer una seña en condiciones o, lo que es peor, va a parecer que estoy haciendo señas todo el rato y, ya sabes, en el mus puedes mentir todo lo que quieras con palabras pero hacer señas falsas está muy penado. Se han quedado pensándolo y asienten con la cabeza, saben que tengo razón.  Cuando estamos quedando para otro día, ya con más humildad, noto con alarma que se me ha pasado el hipo y, maldición, ellos también se han dado cuenta…