miércoles, 4 de octubre de 2017

Yo también me quiero independizar


No es la primera vez que lo digo ni creo ser el primero que lo dice, pero no ser original no significa no tener razón:

Yo también me quiero independizar.

Me quiero independizar de un grupo de impresentables, ya veremos con el tiempo si también delincuentes, que han avalado con su acción u omisión desde el Gobierno una estafa de dimensiones cósmicas, a la sombra de la mal llamada crisis, que ha hecho desaparecer 300.000 millones de euros por el sumidero de la banca, entre rescates tácitos y explícitos, que no vamos a volver a ver. La gracia de volatilizar un 30% del PIB nos da un síntoma de la fortaleza de este país, que todavía no se ha hundido, y de la docilidad ovina de sus habitantes que, desconozco por qué oscuro sortilegio, siguen votando a esta gentuza y de la sumisión de la Justicia que ha sumado a su tradicional venda en los ojos, unos tapones para los oídos y una mordaza para la boca, no se sabe si por impericia (malo) o connivencia (peor).

La desaparición de ese dineral se ha llevado por delante como un huracán de fuerza 5, a todas las pequeñas y medianas empresas que trabajaban con la administración en cualquiera de sus escalas. Como un pez que se muerde la cola, el frenazo en seco de los créditos paralizó la financiación de la construcción, con millones de empleados con poca o nula formación que fueron a la calle y que se unieron a los despedidos por el cierre de empresas, dibujando un desolador panorama que se acercó a los 5 millones de desempleados en los años más duros.

El resto de países de nuestro entorno, con una banca menos cleptómana que la nuestra, también sufrió el revolcón de la crisis financiera pero, según tocaron fondo, se recuperaron con fuerza. España no, aquí la CEOE dictó al oído de Rajoy una reforma laboral (involución laboral) que liquidó innumerables derechos, consolidó la precariedad como modus operandi habitual de chantaje al trabajador que, o traga con la miseria que le ofrecen, o se queda parado de por vida, y tuvo la desfachatez de presumir de crear puestos de trabajo cuando, lo único que hizo, fue convertir cada empleo de calidad en 3 o 4 precarios por la mitad del salario.

Pagar sueldos de miseria tiene dos consecuencias palmarias: Tener trabajo no significa dejar de pasar hambre y, además, las cotizaciones a la seguridad social son ridículas, con lo que el sistema público de pensiones, muy deficitario por su estructura piramidal, queda al borde del colapso. El Gobierno, como es su costumbre, lejos de arbitrar medidas que corrijan el déficit gravando el sistema financiero con un minúsculo porcentaje por cada operación bancaria o bursátil, cierra el círculo de la infamia promocionando unos ruinosos planes privados de pensiones, que suponen otra inyección de dinero para quien causó el agujero por el que se despeñó nuestra economía: La Banca.

Ya de paso, como las cuentas del Estado están bajo mínimos, el sistema público de salud es sometido a una cura de adelgazamiento brutal, del tipo “las vacas flacas se declaran en huelga de hambre”, cómo no, favoreciendo la apuesta por las compañías privadas de servicios sanitarios, muy prestas a poner la mano para cobrar al usuario y a la administración y más rápidas aún para derivar a la pública cualquier patología que no se resuelva con una radiografía y un tratamiento médico al uso.

La enseñanza pública ha sido otra víctima de el expolio sufrido, con despidos multitudinarios de profesorado, que han propiciado ratios propias de los años 70, desinversión flagrante y, como contraposición, un aumento descarado del dinero de todos para la enseñanza privada y concertada con una importante parte del pastel en manos de una Iglesia Católica insaciable cuando se trata de devorar recursos públicos.

Buena parte de ese rico dinerito que voló, lo hizo hacia bolsillos de los propios gestores que debían velar por su buen uso, propiciando el mayor ejemplo de transversalidad que podamos conocer: Pillaron pasta de la obra pública, obra privada, empresarios, sanidad pública, sanidad privada, enseñanza pública, enseñanza privada, medios de comunicación, compañías energéticas, y, sobre todo, la Banca.

Pues de todas estas tropelías son de las que me quiero independizar. Presumir y sacar pecho de haber nacido en no sé qué país, región, provincia, ciudad, barrio, calle, número o piso tiene poco que ver con la racionalidad y mucho con las vísceras, da lo mismo si nos referimos al ansia de latrocinio perpetrado desde Madrid, Cataluña, Andalucía, Asturias, Baleares, Murcia o cualquier otro rincón donde habiten los aficionados a la rapiña.

No quiero independizarme de la buena gente, me da igual donde viva o que idioma hable; no quiero independizarme de quien se gana la vida honradamente porque las banderas no dan de comer. Quiero ser independiente de todos los chorizos que en este país pululan por cada rincón susceptible de llevarse algo entre las uñas, y no quiero hacerlo yéndome yo, lo que pretendo es echarles. Así, sin contemplaciones.

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