viernes, 31 de mayo de 2019

¿De Podemos a Pudimos?



No dudo de las buenas intenciones de Pablo Iglesias, soportadas en una sólida ideología y unos conceptos metodológicos modernos y cargados de pragmatismo. Hasta ahí, todo perfecto, de hecho, él y el completo equipo fundador de Podemos, fueron capaces de seducir a millones de personas de sesgo político similar que sabían que necesitaban algo, un cambio, pero no sabían qué, y cuando les vieron y oyeron allá por 2014, se dijeron para su interior: Por fin, esto era…

Las multicitas electorales que se sucedieron desde 2014: Europeas, Municipales y Autonómicas de 2015, más la doble convocatoria a Generales de 2015 y 2016, refrendaron esa confianza de una parte importante del electorado, una tasa sólida de crecimiento y unas expectativas que, ayudadas por el momento de debilidad del PSOE, llamaban al sorpasso en el voto de izquierda e hicieron saltar todas las alarmas del mundo en la derecha política, mediática y económica, valga la redundancia. Una locomotora morada avanzaba a toda velocidad, se iba implantando con firmeza en todo el territorio nacional y amenazaba con llevarse por delante cualquier obstáculo que encontrase. Eran los tiempos de “asaltar el cielo” y otras sentencias, más o menos afortunadas, por el estilo.

Ocurrió también, que se fueron sucediendo, uno tras otro, grandes aciertos en materia de fichajes, tanto de alcance mediático como intelectual y político: Carmena para Madrid, Colau en Barcelona, Kichi en Cádiz, Ribó en Valencia y otra larga serie de personas relevantes que, unidas al fenómeno Mareas, hacían de Podemos y sus aliados estratégicos, un constante dolor de cabeza para la derecha en cualquiera de sus facetas. Buenas ideas, magníficos nombres y respaldo popular eran los sólidos avales que lo sustentaban. ¿Qué ha podido suceder para su sorprendente e inesperada caída?

Como cualquier partido político, Podemos tiene una legión de seguidores fieles que lo defienden a capa y espada en cualquier foro donde se suscite alguna crítica, en algunas ocasiones con mucho acierto, en otras no tanto. También han permitido que su inicial pragmatismo vaya cediendo el paso a un sectarismo que ha generado recelos entre teóricos cercanos primero, y después abandonos de mayor o menor calado pero la sangría no se ha parado ahí. Es cierto que la Política es un parque temático de Egos donde unos sobreviven y otros perecen pero, si les añades otros ingredientes dañinos, como la soberbia, el rencor o la envidia; has convertido cualquier reunión de su Dirección en una potencial carnicería donde sabes cuántos entran pero no cuántos saldrán con vida.

Cómo, si no, pueden explicarse las espantadas de Carmena, Kichi, Bescansa, Errejón, Espinar o las Mareas, por citar solo algunos de los más mediáticos aunque la lista es kilométrica. ¿Todos son traidores? Quizá esa sea una explicación demasiado simplista para justificar de forma endogámica un proceso mucho más complejo del que la actual dirección no es, en absoluto, ajena y del que han tomado nota cientos de miles de votantes que han dejado de serlo. Cualquier país civilizado necesita un partido fuerte de centro izquierda y otro, también potente, situado más a su izquierda que se hagan mutuamente de contrapeso. Ese espacio más a la izquierda lo ocupó durante 30 años Izquierda Unida, antes el PCE, y durante el corto periodo reciente, Podemos. Si dejan de esparcir culpabilidades hacia afuera y detectan y corrigen sus fantasmas internos, tenemos Podemos para rato, si no, será Pudimos, con lo que todo eso conlleva.

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