Ya estamos acostumbrados a que, los grandes almacenes por
antonomasia, se adelanten al tiempo natural y proclamen el advenimiento de las
estaciones con semanas de adelanto:
“Ya es primavera…”, “Disfruta el verano…,” etc. Nuestro Gobierno, siempre tan aplicado
en asuntos de marketing, se ha propuesto dejar obsoletas estas campañas
publicitarias y, como consecuencia, pasada la “tregua” navideña, arrancará el
año con la madre de todas las promociones: “Las elecciones ya están aquí”.
Sustituirán los empalagosos, crípticos o lujosos anuncios de
perfumes, juguetes, dulces, bebidas o ropa por otros donde nos mostrarán un
amplio catálogo de bondades y beneficios públicos en contraposición con las
deleznables, irrealizables o perniciosas propuestas de sus rivales en algunos
casos o enemigos en la mayoría.
Los servicios informativos de las diferentes televisiones,
uncidas al yugo de sus problemas económicos, seguirán una planificada
estrategia de difusión festiva de datos grandilocuentes (que sean reales o
ficticios carece de importancia), de modo que debemos prepararnos para conocer
los mayores descensos del desempleo que hayan visto los siglos, un aumento del
PIB que asombrará al mundo conocido e hipotéticas civilizaciones
extraterrestres, una bajada de impuestos que nos obligará a contratar gente que
nos ayude a acarrear sacos llenos de dinero y un disfrute de derechos y
libertades que terminen por anunciar que hemos alcanzado el Paraíso. Y todo eso sin más esfuerzo por nuestra
parte que el de haber depositado una papeleta en una urna, hace cuatro años.
El resto de contendientes, por su parte, carente de la
ventaja que otorga tener a favor todos los medios informativos, tratará de
hacerse visible mediante la contratación de anuncios a precio de sangre de
unicornio que dejará sus maltrechas cuentas convertidas en un tratado
enciclopédico de deudas, mendigarán entrevistas, no demasiado amables, para
desgranar sus propuestas y proyectos e inundarán nuestras calles y buzones,
físicos y virtuales, con programas electorales encabezados, inevitablemente,
por el rostro sugestivo de sus cabezas de lista. Nos contarán que el Gobierno ha sublimado todos los males
del mundo y, si les votamos a ellos (no a otros que no saben lo que hacen o,
peor, saben exactamente lo que hacen), aunque cueste mucho trabajo, saldremos
adelante con bien.
Solo nos quedará algo de aire fresco en los medios
independientes, casi todos en el ámbito digital, y en las redes sociales que
nos obligan a hacer un enorme esfuerzo para separar el escaso grano de la
abundante paja. No obstante, pese
a quien pese, somos un pueblo infinitamente más inteligente de lo que se nos
atribuye y daremos la cara como nunca para despojar de oropeles y fanfarrias a
lo que no es más que una ridícula caricatura de lo que debe ser la Política y
no recordamos ya cuándo dejó de serlo.
Ya hemos jugado esa arriesgada apuesta que consistía en NO
votar, con el resultado conocido por todos. Apostemos ahora por votar masivamente (cada quién la opción
que considere más válida), estoy convencido que peor no nos va a ir y eso
siempre significa mejorar.
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