domingo, 6 de septiembre de 2015

¿Una reflexión hipócrita?


Vivimos en un mundo tan hipócrita que hasta cuando vamos de frente, parece que fingimos.  Hace no demasiado tiempo, cuando opinabas sinceramente sobre algún asunto, hacías una afirmación o argumentabas tu apoyo o rechazo hacia algún tema, si alguien ponía en duda tu palabra reaccionabas legítimamente ofendido exigiendo una reparación.  Hoy no, para qué: si te han descubierto el “postureo” solo vas a agravar la situación y si, efectivamente, has sido sincero nadie lo va a creer. Lo peor es que es un mal infinitamente contagioso y no hay vacuna para prevenirlo.

Del mismo modo que una gripe suele ir acompañada de algunas molestias asociadas, la hipocresía tiene un fiel compañero de viaje: el cinismo.  Un ejemplo palmario: Son incontables los casos de gente que, en el ámbito político, critican con dureza descarnada los casos de corrupción para, en cuanto acceden a un cargo, buscar inmediatamente su propio beneficio bajo la implacable lógica del “por qué no voy a llevármelo si todos lo hacen”.  Y, aunque son significativas estas prácticas en “servidores públicos indignos”, en el círculo de la vida privada se da a todas horas y en casi todas las personas, hasta tal punto que, quien tiene un comportamiento vital transparente es calificado de “tonto” con total normalidad.

Vivimos una época trepidante y convulsa; todos los acontecimientos se suceden a velocidad de vértigo y nuestro limitado cerebro se ve sacudido por constantes sacudidas que lo transportan en un tobogán de sensaciones, a menudo desagradables, hacia el desconcierto y la inseguridad.  ¿Es la hipocresía una respuesta defensiva?  Quizá pero, sobre todo, es una respuesta cómoda:  Ante un suceso que nos perturba, a veces, tenemos una opinión favorable, otras ocasiones estamos claramente en contra y, en la mayoría de los casos, no tenemos información suficiente para adoptar una postura razonada ¿cómo reaccionamos? Asumiendo como propia la postura de nuestro círculo más afín; es lo más cómodo y, de una parte solemos coincidir y, de otra, si estamos en desacuerdo nos lo callamos no vaya a ser que nos señalen como el raro, el proscrito o, directamente, el traidor.  El pensamiento crítico ha quedado en manos de cuatro Gurús de la Opinión y el resto nos vamos agrupando a su alrededor con más o menos agrado.

El discrepante es señalado con el dedo, apartado del rebaño, y abandonado a merced de los depredadores sociales desde el mismo momento en que alza la mano, toma la palabra y expresa sus ideas diferentes.  Si el número de discrepantes es lo suficientemente alto, creará “tendencia” y, automáticamente, formará otro círculo regido por las mismas reglas que criticaba y con las mismas pautas de comportamiento gregario donde, así mismo, surgirán otras discrepancias (o las mismas) y vuelta a empezar.  Con frecuencia la decepción y el aburrimiento se disfrazan de hipocresía y defendemos lo que nos desagrada con la Fe del Converso.


Vivimos en una sociedad donde, hace pocos años, había personas que se hacían un tatuaje para distinguirse del adocenamiento de los “pieles limpias”, entonces mayoría.  Hoy, los pieles limpias nos hemos quedado en minoría y no tardará en producirse un movimiento que lo reivindique, encabezado por alguna mente preclara, al que nos sumaremos con ese orgullo que da saberse a la vez, único y auténtico, aunque seamos cientos de miles y la gente deje de tatuarse para unirse.  Qué hipocresía ¿verdad?

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