Es muy común, abres los ojos en medio de una nebulosa de
vapores etílicos y notas que algo ha pasado, no sabes con seguridad qué, solo
que nada es igual que ayer. ¿Nada?
Ya se ha convertido en una dolorosa costumbre que el
ministro Luis de Guindos salude a los españoles, cada 1 de enero, desde los
micrófonos de la SER. De Guindos
es el típico cuñado amagado, que no puede probar el alcohol por el tratamiento
para la sífilis, que responde a cada sonrisa con una mirada recriminatoria y
que acostumbra a ponerle peros a todo lo que suceda. Ayer nos contó, básicamente, que la economía va como un
tiro, pero en la sien; que las elecciones son una demostración de madurez
democrática pero que no hay que repetirlas; que los ciudadanos ha votado a las
opciones que han considerado oportunas pero si no gobierna Rajoy nos iremos a
la mierda y que el tiempo de los recortes ha pasado pero los Reyes Magos le van
a traer unas tijeras nuevecitas y afiladas.
En tu resacosa ensoñación te ves desde fuera de la cama
chapoteando en un lodazal inmundo de champán, güisqui, chupitos de tequila,
chocolate, churros y Almax del que no puedes salir y, como las arenas movedizas
de las películas antiguas, cuanto más lo intentas más te hundes. Luego, en un breve flash de cordura,
recuerdas que no eres tú el de la imagen, son los cientos de miles de
refugiados que caminan con el barro hasta las rodillas, con nieve, lluvia y
viento, a temperaturas gélidas, abrazando muy fuerte a sus hijos pequeños para
transmitirles el poco calor humano que les queda, hacinados en modernos guethos
de lona en varios descampados de Centroeuropa. Los ojos duelen solo con mirar fugazmente la televisión pero
es un mal menor; si no hubiera guerras en Oriente Medio las tendríamos otra vez
en la vieja Europa porque los fabricantes de armas tienen que hacer caja para
renovar stock. Eso sí que es sagrado y
no la Navidad.
Una señal de alarma se desata en tus sentidos y,
tambaleante, vas haciendo inventario en forma de encontronazo, de todos los
muebles, puertas y paredes que separan tus arrugadas sábanas de la taza del
water, donde tratas de aproximarte con dudosa precisión para vomitar una
amalgama de cena a medio digerir, combinados de diferente pelaje, un puñado de
confetti y ¿un matasuegras? Al ver esa mezcolanza entre lágrimas, tus escasas
neuronas de guardia evocan las negociaciones para pactar gobierno o no. Es una mezcla de colores que no existen
en la naturaleza y que, combines como combines, siempre da como resultado un
tono pardusco y vulgar, maloliente y corrosivo. Te preguntas cómo hiciste para no darte cuenta que
introducías tu voto en una urna rellena de ácido de batería que, sin dificultad
y sin tregua, ha ido disolviendo cada papeleta y cada ilusión formando un
líquido que hay que manipular con guantes de seguridad. Todos hablan de pactos pero nadie
quiere pactar, todos hablan de buscar lo que les une desde el blindaje de sus
parapetos y todos marcan líneas rojas que no hacen sino colorear nuestra
vergüenza.
Vuelves a la cama a gatas y, según trepas hasta el colchón,
dudas en qué año hemos entrado, unos por unas cosas y otros por otras, se
distinguen en lo accesorio pero son iguales en el fondo. Son nada más que una excusa para seguir
viviendo… y nada menos.
¡Feliz Año Nuevo!
2 comentarios:
Acertado análisis por cierto a pesar de la niebla. FELIZ 2016
A lo mejor se colorea con gracia y todo
Para transitar por el nuevo, pero envejecido antes de tiempo, 2016, nos harán falta muchos recursos alcohólicos y madrugadas resacosas. Estamos en lo peor y seguimos empeorando.
Molts d'anys !!
Publicar un comentario