sábado, 23 de julio de 2016

Psicología de las moscas


No recuerdo ahora mismo las probabilidades que hay de que pueda caerte un rayo pero seguro que son ínfimas. Si son pocas de que te caiga una vez, que te caigan dos sería prácticamente imposible ¿no? Falso, siendo muy pocas son exactamente las mismas porque, después del primer rayo, el contador de la suerte vuelve a partir de cero.

La mosca no conocía esta realidad y, posada plácidamente en la esquina que formaban los azulejos, lamía con fruición sus patitas aunque con todas las alarmas activadas, que los depredadores no avisan.  Porque las moscas son así, se mosquean con nada.

Gracias a eso o a su gran velocidad de reacción o a la privilegiada visión que le otorgaban sus ojos compuestos, o por todo a la vez, cuando la señora Antonia lanzó el trapo contra ella, en cuestión de milisegundos ya estaba volando lejos de su trayectoria.

Los insectos dípteros poseen una velocidad endiablada pero, para compensarlo, la naturaleza les negó cualquier atisbo de inteligencia. Se creen a pies juntillas lo primero que les cuentan, aunque sea descabellado, y eso nos salva, si no serían las dueñas del mundo.  El caso es que, para una mosca, un trapazo dirigido contra ella con intenciones asesinas se asemeja mucho a lo que para nosotros representa un rayo, un fenómeno natural que te puede costar la vida. En consecuencia, la simplona sicología de la mosca le dice, pósate con tranquilidad donde ha impactado el trapo, que estarás más segura que bajo una piedra.

La señora Antonia estaba enrabietada, odiaba las moscas y más aún en la cocina, su cocina. Después del primer trapazo de tanteo, siguió con la mirada las evoluciones de la maldita mosca mientras volvía a armar el brazo con el que sujetaba el trapo. El insecto hizo varias cabriolas y arabescos en vuelo antes de volver a posarse exactamente en el mismo lugar donde estaba. El rayo ya había caído allí y jamás volvería a hacerlo. La señora Antonia golpeo aún con más saña y, por un momento, el golpe fue seguido por infimitesimales fragmentos de mosca que se nebulizaron por la cocina.

La mosca, firmemente apoyada sobre sus seis patas, observó con curiosidad como se alzaba el trapo y caía pesadamente sobre ella, sin remisión y sin piedad. SI atribuyéramos a las moscas una brizna de pensamiento consciente, en este caso sería para quien formuló la teoría del rayo y su última evocación iría dirigida a los ancestros de quien le convenció de su veracidad.

Si los fabricantes de trapos de cocina fueran conscientes del poder que tienen, le disputarían la primacía a los fabricantes de armas.

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