martes, 16 de agosto de 2016

A vueltas con el burkini


Partimos de una base ya manoseada, la de la libertad religiosa. Si lo que se pretende es una sociedad laica en todas las instancias de lo público, las manifestaciones religiosas quedan reducidas al ámbito privado donde, cada quien, puede mostrar, ocultar, hacer, deshacer, gritar o silenciar cualquier acción siempre que no contravenga lo previsto por la ley; asesinar en privado, ya sea por motivos religiosos o laicos, tendrá graves consecuencias penales, igual que si se hace en público, por poner un ejemplo extremo.

Ahora bien, las manifestaciones de carácter religioso, de cualquier confesión, nos rodean por todas partes. Es cierto que eran los miembros de las órdenes religiosas prácticamente los únicos que tenían acceso a la cultura: Sabían leer y escribir, reunían el saber conocido en bibliotecas de imposible acceso para el vulgo y, a su vez, la creación artística estaba impregnada de esa espiritualidad que, con disciplina más rigurosa o más relajada, según la época y en todas las religiones, hacen que sea imposible separar la Cultura de la Religión más allá de mediados del siglo XVIII. Aspecto este, que aprovechan con saña los detractores de la laicidad para arrimar el ascua a su sardina en un ejercicio claramente ventajista.

También estamos contaminados por el virus de la hipocresía en esa materia, según lo cercanos o no que sean los casos de que se trate, el conocimiento o ignorancia que tengamos de esa confesión o los prejuicios que éstas despierten en nosotros. Así, ponemos el grito en el cielo si vemos una mujer, ataviada con un burka o simplemente el velo, caminando por nuestras aceras y no despierta ningún tipo de alarma ver una o varias monjas, con hábito y toca, codearse con nosotros o, incluso, hay quien pone en sus manos la educación de sus hijos. Reconozcamos que, como mínimo, se trata de un contraste llamativo.

La polémica ha saltado en Francia (y alguna zona española) por la presencia en algunas playas de mujeres enfundadas en un traje de baño que oculta toda la anatomía femenina salvo la cara y, como en toda polémica, goza de defensores y detractores. Primera cuestión ¿qué dice la ley al respecto? ¿la indumentaria que uno utiliza en una playa pertenece al ámbito de lo público o de lo privado (es espacio es público pero el cuerpo es privado)? ¿es bueno que las leyes desciendan a regular esta casuística tan detallada o deben dictar más bien preceptos generales? ¿sin los crueles y desaforados ataque que se han perpetrado en Francia y otros países se habría producido este debate tan encendido? ¿estamos dispuestos a despojar, por definición, lo público de cualquier vestigio religioso o sólo de los que nos convienen o no gustan?


A mi juicio, el uso o no de determinadas prendas de vestir no es el problema, no es nada más que una pequeña consecuencia, cercana a lo anecdótico, para tratar este asunto como merece y lograr objetivos racionales, hay que despojar de influencia religiosa todos los ámbitos de la vida fuera de la intimidad del hogar y, como se lucha contra miles de años de profunda impregnación cultural, proponerse objetivos de “desintoxicación” tangibles, realizables, cortos pero irrenunciables y, quizá, en 10 generaciones hayamos salvado esta polémica. Eso sí, el verano seguirá huérfano de noticias que llevar a primera página y eso tampoco es malo.

No hay comentarios: