Baty y Gaby son felices, a su tosca manera, si quieres, pero
lo son con una nobleza absoluta y un amor incondicional. Con las condiciones
que les impuso la naturaleza, si quieres, pero entregados como ninguna persona
podrá nunca estarlo, como sólo son capaces de serlo los perros. Baty y Gaby son
felices e irradian felicidad a su alrededor.
Baty es un galgo color crema, casi blanco, dueño de una
elegancia natural al que sus largas patas, su caminar pausado, su cuerpo de
sable, su cabeza erguida y su mirada curiosa acercan a lo que sería un modelo
de alta costura, si en el reino canino hubiera modelos de alta costura. Cuando
está sentado, ofrece el perfil majestuoso de la esfinge, cuando camina parece
levitar, cuando corre... Baty ya no corre; es un animal mayor, no especialmente
bien tratado en la primera mitad de su vida y, de aquellos polvos, estos lodos;
de aquellas carencias alimenticias, esta osteoporosis. No se le escapa un detalle, todo lo mira, lo
huele, lo lame, lo estudia y, una vez hecha la “ficha”, a otra cosa.
Gaby es la antítesis. Es una perrita de porte pequeño, no
mínimo pero sí pequeño, de color canela y blanco y actitud inquieta y
polvorilla; temerosa y asustadiza al principio y zalamera cuando ha cogido
confianza; es el complemento de Baty: posee el carácter que él no manifiesta,
movimientos eléctricos, vivacidad y la inteligencia práctica de quien ha pasado
mucho hambre. Porque Gaby pasó mucho hambre: en sus primeros años, su cruel
propietario la usaba para la caza menor aprovechando sus características
naturales y, el tiempo que no estaba cazando, la mantenida recluida en una
jaula sin apenas comida, hasta tal punto, que el animal perdió muchos dientes
mordiendo los barrotes.
Ambos, a su manera, creen en dios. No es el Dios
omnipresente, tronante o misericordioso de los humanos, ese dios que “premia a
los buenos y castiga a los malos”, que todo lo sabe y puede. No. Es mucho más
sencillo, es su dueña, que les rescató de una muerte segura, les cuida,
alimenta y ama. Si pudieran expresarlo con palabras, obtendríamos una
definición de deidad simple, única y definitiva; si pudieran pintarlo, veríamos
una versión daltónica del Pantocrator con rostro humano y sonriente y si
utilizaran la música, oiríamos la más dulce sinfonía jamás escrita.
Porque los perros son así: Osados y temerosos, curiosos e
indolentes, sencillos y complicados, pausados y nerviosos, tranquilos y feroces
pero siempre, siempre, entregados con nobleza absoluta y amor incondicional a
su dueño, su Dios.
1 comentario:
Precioso posteo lleno de sensibilidad. Y sí, `para esos seres maravillosos y amorosos que algunos (in)humanos tratan tan mal, sus dueños, su familia, sus papás o mamás -dice Desmond Morris que los cachorros que son criados por una persona siempre la ven como su madre independientemente de su sexo-son, somos, para ellos dioses. Benditos sean estos seres peludos llenos de amor, ternura, ausencia de rencor y una inconmensurable fidelidad.
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