De un tiempo a esta parte, cada vez que me veo en un espejo
tengo cara de gilipollas. Desde
que el verano de 2008, estalló la crisis de las “subprimes”, las economías
llamadas Occidentales cayeron (caímos) en una crisis brutal, cuyas mayores
víctimas fueron (fuimos) la parte de la sociedad que dependíamos de un salario
para vivir. Con el tiempo hemos
ido descubriendo que las célebres hipotecas basura no fueron la causa, solo un
potente detonante. El asombro
inicial ha ido creciendo exponencialmente con cada noticia que hemos ido
conociendo y, a su lado, una justificadísima indignación que aún no ha tocado
techo.
¿Qué ha sucedido?
Las ingentes cantidades de dinero, real o ficticio, que
fluían por todas partes, fueron un sabroso caldo de cultivo para el crecimiento
de delincuentes sin escrúpulos que robaron cientos de miles de millones de
euros para, de una parte, fortalecer organizaciones criminales que protegieran
sus tropelías y crear redes clientelares que garantizaran su desarrollo en la
impunidad y, de otra, engordar groseramente sus patrimonios personales, a costa
de la descapitalización del Estado, con un desprecio absoluto de quienes, con
su trabajo y sus impuestos, alimentaban la Caja Pública.
Robar, a la vieja usanza, ha quedado en una práctica
residual reservada a rateros, choricillos o gente desesperada. Es arriesgado, casi siempre media la
violencia y el resultado es magro.
¿Por qué atracar una sucursal bancaria cuando puedes vaciar, desde
dentro, la caja general sin mancharte las manos? ¿Por qué meter la mano en las cuentas públicas si puedes
privatizar servicios, a empresas previamente concertadas, a cambio de una
jugosa comisión? ¿Por qué hacer
una gestión austera y racional, que no da dinero, pudiendo gastar cifras
mareantes en construir infra o superestructuras monstruosas, innecesarias y
carísimas, con unos presupuestos ya hinchados de partida, que se van
incrementando cada día sin nadie que lo controle, a cambio de un
porcentaje? Por que tiene unos
descomunales beneficios a cambio de un riesgo ínfimo.
Desde lujosos despachos, con sucursales en monterías,
selectos clubes de alterne y paraísos fiscales, nos han llevado a la ruina con
consecuencias dramáticas: Millones
de personas han perdido su medio de subsistencia para su sufrimiento y el de
sus familias; cientos de miles de jóvenes, con una formación envidiable pero
sin un horizonte vital, se han visto obligados a emigrar en busca de futuro;
los más desfavorecidos han perdido lo poco que habían conseguido con su trabajo
y se han visto en la calle, echados sin contemplaciones de un hogar construido
con su esfuerzo; personas sin el bien más valioso, la salud, o grandes
dependientes se ven abandonadas a su suerte, llegándoles la muerte mientras
esperaban que el Estado atendiera mínimamente sus derechos o trabajadores de
todo tipo que ven, impotentes, como sus derechos laborales se esfuman mientras
su empresario obtiene groseros beneficios.
¿Qué sucederá?
Todos estos delincuentes que han surgido, se conocen cada
día y los que quedan por descubrirse deben desaparecer de nuestras vidas y, en
un último acto público, devolver hasta el último céntimo de lo robado. Cada uno, tras el juicio
correspondiente, será condenado a la pena que determine el Código Penal, laxo
para según que cosas, pero no abandonará la cárcel hasta que no reintegre el
dinero a las arcas de donde lo sustrajo.
Así de sencillo.
Además, no deben castigarse solo los delitos sino también
sus consecuencias que, en los casos mas graves, han tenido como resultado la
muerte de sus perjudicados e ir sumando años de pena hasta que todos quedemos
resarcidos.
Las estructuras creadas por ellos y que les han dado amparo,
deben disolverse y sus bienes pasarán a engrosar los del Estado, que decidirá
el mejor destino para ellos. Si es
un partido político o sindicato, se declara ilegal y se disuelve en el modo
previsto por la ley, si es una empresa, se liquida y se embarga y si es un
banco se nacionaliza.
Nuestra sociedad está necesitada de una catarsis que nos
devuelva la confianza en las instituciones y eso no se consigue con paños
calientes, palabras huecas, disculpas fariseas y regreso al punto de
partida. Ya no hay marcha
atrás. ¿Podremos hacerlo? Seguro y, por eso, GANAREMOS.
5 comentarios:
Querido Fermín: Podemos y Ganaremos
Amén Fermín estoy de acuerdo al 100% contigo y albergo tus mismas esperanzas
Se lo debemos a nuestros abuelos que lucharon en la guerra y a nuestros padres por la democracia
Impresionante artículo. Confío en la sociedad.Podemos,es justo y necesario.
Me ha emocionado muchísimo tu articulo. Gracias
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