“Lo que las urnas no nos dieron se corrige con la
negociación”. Esperanza Aguirre
está que trina, toda la vida cazando talentos y se le escapó alguien capaz de
pergeñar un eufemismo que definiera fielmente y sin disgustos lo sucedido en la
Asamblea de Madrid el 10 de junio de 2003. La creatividad catalana siempre estuvo por encima de la
madrileña, quizá por eso fichó por una empresa de Barcelona.
El caso es que el pasado 27 de septiembre, las elecciones
“plebiscitarias” catalanas se saldaron con un 51% de los votos a formaciones
que no apostaban por la independencia y un 49% a quienes, de un modo u otro,
defendían seguir adelante con el “procés”. No es necesario repetir otra vez el reparto de escaños,
baste recordar que, para un total de 135, Junts pel Sí, la candidatura
constituida por CDC, ERC, otras formaciones e independientes, obtuvo 62
asientos en el Parlament. La Candidatura d’Unitat Popular (C.U.P.) consiguió 10
pero presentaba, sobre el papel, el handicap insalvable de negar su apoyo a
Artur Mas y en menor medida al representante clásico de la burguesía catalana
Convergencia Democrática de Catalunya.
Al menos eso parecían manifestar sus casi 340.000 votantes. Ahora resulta que no.
Echando cuentas, la mayoría absoluta (la mitad más uno de
los escaños) se sitúa en 68, es decir, JpS necesitaba 6 más para poder formar
“govern”, en teoría con Artur Mas a la cabeza. La CUP fue reacia, al menos de
puertas para afuera, a ponerle los diputados que le faltaban y se soltaron el
pelo con declaraciones tajantes que negaban fehacientemente esa posibilidad
mientras, en el orden interno, tuvieron que “empatar” a 1.515 votos para ganar
tiempo entre el sector pragmático que defendía continuar el “procés” da igual
de la mano de quién y quienes eran contrarios a traicionar a sus votantes
apoyando a CDC con la pinza en la nariz; al fin y al cabo el plebiscito se
había perdido. Tras un folletín de
innumerables asambleas y reuniones más o menos numerosas, se decidió no apoyar
a Mas y, si había que ir de nuevo a las urnas, se iba y punto (aunque aún
quedaba mucho margen de negociación siempre que Mas se quitara de en medio).
A otra escala, las elecciones generales del 20 de diciembre,
se habían saldado en Cataluña con una clara victoria de la “marca Podemos” (En
Comú) y un descalabro de la opción CUP, que no se presentaba pero presentó una proyección dispersa de su voto que no hacía presagiar nada bueno para
la repetición de los comicios, con el añadido de la defensa a ultranza de un
referéndum para Cataluña planteado como prioritario por Pablo Iglesias. Entre los dirigentes de la CUP empezó a
anidar un concepto: “de perduts, al riu…”, habían de encontrar una salida
airosa para apoyar a JpS y que pareciera un accidente.
Tras 5 meses de estruendosas contracciones, los montes,
ayer, por fin dieron a luz un… Puigdemont. La elección de Carles Puigdemont podrá gustar más o menos,
como en todo, depende de a quién le preguntes pero, entiendo, el foco hay que
ponerlo en la CUP y sus acciones inmediatas y a medio plazo: La decisión más importante, la que da la
presidencia, es la de “ceder” dos escaños a los 62 de JpS, que sumarían
64. Alguien pensará que eso no
resuelve nada porque la línea de la mayoría absoluta se sitúa en los 68. Error.
Sí que resuelve porque la “mare del ous” estriba en los 8 de la CUP restantes. Volvamos al acuerdo de
investidura: En un escenario
surrealista, la CUP reconoce haber agraviado a JpS y se compromete a reparar el
daño mediante las dimisiones que sean necesarias en su grupo
parlamentario. Llega el “momento
conjetura”: Si dimiten los 8 que quedan y no encuentran forma humana de
sustituirlos porque todos ha intervenido en las ofensas o, cosas que pasan, se
suceden una serie improbable de empates en el momento de decidir quién y, hasta
que esta situación no se resolviese, la mayoría absoluta quedaría
artificialmente situada en 64 escaños. ¡Voilà, apareció el conejo! Que los 18
meses previstos hasta las eleccions constituents pasan en un apasionante
suspiro.
No me considero nacionalista en ninguna de sus variables
pero sí firmemente demócrata y considero que esta fórmula pervierte, como el
tamayazo, la decisión expresada en las urnas. Nunca me cansaré de exigir respeto a lo que los catalanes
quieran para sí mismos pero el respeto empieza desde dentro. Solo deseo que se imponga la SENSATEZ
por parte de todos y desde la Generalitat y desde la Moncloa no se adopten
medidas que nos lleven a escenarios dolorosos e indeseados. Nada más y nada menos.
1 comentario:
Som molts els que pensem que és mala manera de començar un camí independent. Així no. Per això ens vam quedar a Espanya
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