domingo, 16 de abril de 2017

Silencios


El ser humano en general, con honrosas excepciones, siente una aversión fatal a reconocer un error, pedir disculpas por ello, corregirlo y aprender de la experiencia.  Con frecuencia, y en estos tiempos de locuacidad cibernética a cada rato, se hace un derroche de energía descomunal para defender una opinión, propuesta, crítica o lapidación pública (que de todo hay) pero, cuando se demuestra que eso que hemos defendido con tanta pasión y ahínco, está equivocado, se produce un silencio de tal tamaño y densidad, que serviría para envolver el sol para regalo.

Cuando alguna vez, en la carretera, nos hemos cruzado con un vehículo que venía dando bandazos imprevisibles y peligrosísimos, nos hemos echado a un lado de la vía a la vez que hacíamos ostensibles llamadas de atención al otro conductor para que corrigiera su actitud. De acuerdo, lo único que diferencia a Trump al volante de EE.UU., de ese conductor, es que no podemos darle las luces. Cualquier habitante del planeta con una cifra mínima de neuronas útiles, comparte con nosotros una profunda preocupación por las consecuencias que pueda tener el irreversible proceso de enajenación mental que sufre el mandamás de los USA. Recuerdo con nitidez, como si fueran de ayer mismo, los apocalípticos mensajes que, los investidos de pureza, lanzaban para que, quienes podían, no votaran a Hillary Clinton (Killary, la llamaban) por su condición de asesina, cuando su elección, siendo repudiable, suponía claramente el mal menor.  No he visto, sin embargo, ni un solo mensaje de estas mentes preclaras, alertando del peligro cierto para la supervivencia de la humanidad, los seres vivos y el planeta en general, que supone tener a un orate con las claves del maletín nuclear.  Cri-cri, cri-cri, cri-cri,    Silencio.


Especial mosqueo me producen los “abrazagatitos” cuando se rasgan las vestiduras con pasión en cuanto alguien les nombra el intolerable crimen que nuestra “civilizada sociedad occidental” está cometiendo con los refugiados que, a la carrera, han debido dejar atrás toda su vida y abandonar Siria, Libia, Irak, …  Esos sensibles “abrazagatitos” son los mismos que se hincharon a hacerle el juego a la CIA, para desestabilizar países que eran potenciales polvorines, mediante aquella patraña tan estúpida que nos vendieron con el título de “Primaveras Árabes”.  Yo no deseo el mal a nadie pero, así les llamen a todos durante la siesta, el resto de su vida, para contratar un operador de telefonía, por ser tan torpes.  No he visto a nadie, sin embargo, entonar el mea culpa por haber apoyado, aunque haya sido testimonialmente, que pacíficas poblaciones en franca inferioridad, se levantaran en armas para convertir toda la ribera sur del Mediterráneo en un avispero, a mayor gloria de los fabricantes de armas y sus menguantes stocks.  Cri-cri, cri-cri, cri-cri, … Silencio.

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