Poca gente conoce que, hoy, 25 de noviembre, es el Día
Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y eso no es
bueno, debería presidir el calendario junto con otras fechas fundamentales.
Este año cae en domingo y, así como determinados festivos se trasladan al lunes
siguiente, esta conmemoración debería también trasladarse a mañana, de ese modo
se trataría en colegios e institutos y, como todo lo que se aprende y asimila
en esas edades, la NO violencia contra la mujer sería un concepto que
acompañaría de por vida a estudiantes y también docentes.
Una sociedad igualitaria es el futuro que nos espera, aunque
debería ser el presente, pero luchar contra determinados atavismos machistas
vistos o aprendidos en la infancia es muy difícil por su arraigo sicológico, de
ahí la necesidad perentoria de imbuir su implantación y desarrollo natural
desee las primeras fases de la enseñanza y eso solo podemos hacerlo desde un
planteamiento vital de izquierdas. Porque las derechas, como en tantos otros asuntos,
dicen con la “boca pequeña” las cosas que creen que la gente quiere escuchar, o
que saben qué deben decir pero luego tienen el puñal fuertemente agarrado
con la mano que esconden tras la
espalda.
La enseñanza pública, una vez que se vaya recuperando de la
malintencionada sangría de medios a que fue sometida con la torpe excusa de la
crisis, por sí misma ya es un entorno igualitario en que niñas y niños se
mueven en igualdad de condiciones, estudian las mismas cosas, con el mismo
profesorado, en el mismo ambiente, practican los mismos deportes y van y
vuelven juntos; la privada es otra cosa. El 90% de la enseñanza privada en
España es concertada, es decir, financiada con fondos públicos y, como tal,
debería obedecer a unos parámetros innegociables; pues no, en un altísimo
porcentaje está adscrita a la confesión católica (o ultracatólica) y ya sabemos
el cariño que el catolicismo tradicional tiene a la mujer y sus derechos.
En pleno S XXI no podemos permitir que se utilicen fondos
públicos para financiar microregímenes totalitarios, donde se discrimina a los
estudiantes por sexo, se imparten las mismas asignaturas con diferente sesgo y
distinto profesorado y, sibilinamente, se va implantando en sus cerebros la
idea de la superioridad masculina y el deber de sumisión femenina, no tan
descarado y humillante como en los sonrojantes textos de posguerra pero con el
mismo espíritu.
Cuando las personas son educadas bajo el principio de
igualdad y de respeto a los demás, las reacciones violentas tienen mucho más
difícil aflorar ya que se encuentran con determinantes muros sicológicos que
las paran en seco o, en el caso de diferencias irreconciliables, las reconducen
a entornos de diálogo o ruptura pactada. Hasta ahora, los entornos educativos
han adolecido de un tratamiento intensivo en esta materia o, justo al
contrario, lo han demonizado y tratado en contra; trabajemos para invertir la
tendencia y las generaciones que ahora acceden al sistema educativo vean
normalidad en lo que, en realidad es normal, la igualdad plena del hombre y la
mujer en todas las facetas de la vida.
Solo así daremos un paso fundamental en minimizar la lacra,
la sangría de vidas, la vergüenza social y del vertedero de intenciones que
supone la violencia contra las mujeres o, expresado en términos reales, el
TERRORISMO MACHISTA y el 25 de noviembre podría ser una fecha que recordara a
todas esas víctimas del pasado. Hasta entonces, pongámonos a trabajar…
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