La periodista se acercó, micro en ristre, a una mujer que
marchaba a paso vivo por el arcén de una carretera -¿Por qué estas marchas?- Preguntó jadeante. -Por la dignidad del
pueblo, porque todo el mundo debe tener pan, techo y trabajo...- Respondió mientras redoblaba el paso para no
perder el ritmo del grupo. En pocas
palabras definió con precisión quirúrgica la motivación de millones de
ciudadanos para gritar alto y claro a un gobierno autista y déspota para con
sus administrados pero sumiso y complaciente con los poderes económicos
internacionales que dictan sentencias de pobreza, miseria y desprecio contra
los que solo somos piezas sin valor de la máquina de amasar dinero y poder.
Porque, atendiendo a las tres premisas básicas de la
dignidad de un pueblo: Pan, techo y trabajo, podemos afirmar que, quienes con
permiso o sin él, administran la vida y el futuro de millones de personas, han
privatizado la Dignidad.
Pan, porque cada día hay más gente que pasa hambre.
Literalmente. Porque los salarios de quienes aún pueden trabajar, van menguando
paulatinamente y, a fin de mes, se comprueba como la magra nómina se va
desangrando gota a gota, sin descanso.
Porque, después de toda una vida trabajando y contribuyendo al Sistema
Público de Pensiones, quienes han accedido a su merecida jubilación, ven como
ésta se reduce con el agravante de, en muchos casos, tener que volver a
alimentar a sus hijos y nietos en su desesperación por no encontrar un
empleo. Porque, sin ceder un milímetro
a la demagogia, hay niños que están pasando hambre y dependen de la solidaridad
de profesores, compañeros y vecinos para hacer una comida digna al día.
Techo, porque ese sistema bancario, gestionado por alimañas
sin escrúpulos, que incumplió su deber de ser depositario de los ahorros de sus
impositores y fue saqueado de manera vergonzante e impune, además de estafar a
sus clientes con métodos de trilero, ha sido rescatado de la ruina con nuestro
dinero, con los recursos que se han detraído de los servicios públicos que han
sido liquidados y, sin miramientos, vuelven a repartirse jugosos dividendos
olvidándose, con la complicidad de los que mandan, de devolver los cientos de
miles de millones recibidos. Estos
bancos, digo, que se ufanan en no devolver lo prestado, son los mismos que se
ensañan con los ciudadanos sin trabajo que no pueden hacer frente a sus
hipotecas, poniéndolos en la calle sin el menor rubor. Son los mismos que, teniendo un parque de
viviendas expoliadas a sus propietarios, las mantienen en reserva a la espera
de tiempos mejores, en vez de ponerlas a disposición de quien las
necesita. Son los mismos que no
conceden crédito a quien solicita una nueva hipoteca o a las pequeñas y
medianas empresas que moverían el mercado, creando trabajo y, como
consecuencia, facilitando el acceso a una vivienda digna que, vacía, espera
albergar dignamente una familia.
Trabajo, porque un país con más de la cuarta parte de su
fuerza productiva en situación de desempleo, no debería dedicarse a otra cosa
que no sea resolver este Problema con mayúsculas. Pero, lejos de ello ¡el Gobierno se jacta cuando el desempleo
crece poco! Los pocos puestos que se
crean son de una precariedad vergonzante y sueldos de miseria. Más de dos millones de jóvenes, sin un
horizonte vital, se han marchado al extranjero como en los años sesenta y, en
muchos casos, mandan dinero a sus familias para que puedan subsistir. Este es el panorama que presentan unos
gobernantes que, para encontrar solución, solo hacen invocaciones a la Virgen
del Rocío y a la CEOE, a cual más estúpidamente inútil para la creación de
empleo; la primera por razones obvia y la segunda, por aprovechar una coyuntura
(en parte provocada artificialmente por ellos) para cercenar los derechos
laborales que tanto sudor y lucha costó conseguir.
Hoy, 22M, las Marchas por la Dignidad, persiguen recuperar estos
y otros derechos que un Gobierno, constituido en Comisión Liquidadora de
Libertades, nos ha robado. ¡Todos a las
calles, ya es hora! ¡¡YO VOY!!
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