La gran fiesta del cine español, que ha llegado a su XXIX
edición, ha ido ganando seguridad en sí misma con el paso de los años. Baste decir que, en las cinco primeras
ediciones, se llamaban “Premios Doña Gregoria” pero fueron cogiendo confianza
con el paso de los años hasta llegar a ese cercano y cómplice “Premios
Goya”. Así pasa, se empieza
colegueando con el nombre de la gala y se termina con el “¿te puedo tutear?
Hola Nacho…”.
Para comenzar, es de justicia conceder un Goya generalizado
a todos los asistentes a la gala; pero, sobre todo a las mujeres que fueron
llegando esclavizadas por su imagen, con menos gramos de ropa que temperatura
en la calle; por su magnífica interpretación al no tiritar ni una sola vez ni
caer en el dulce letargo de la congelación. ¡Chapeau!
Propongo que, para futuras ediciones, busquen un esponsor que fabrique
mantas, abrigos o prendas térmicas que hagan más llevadero el doloroso e
incomprensible trance de la alfombra ¿roja?.
El sentir generalizado del espectador coincide en criticar
la larga duración de la gala (¿por qué se llama gala si no es francesa?) pero
solo unos pocos elegidos conocemos que, a la duración original prevista, se le
añadió un 21 % del IVA (Impuesto sobre el Valor Alargado) para tener contento
al Ministro de Hacienda. ¿te puedo
tutear? Hola Cris.
Me descubro ante Dani Rovira, un tipo que demuestra que se
puede ser buen profesional sin dejar de ser llanote, simpático y, por momentos,
chispeante. Desde el arranque de
su actuación, un sutil “Zas, en toda la boca” a Hola Cris, con las cifras del
negocio cinematográfico en el ejercicio 2014, sus sorpresivos pero dignos pasos
de claqué, hasta la deseada finalización.
Lo hace bien hasta cuando se equivoca y eso es algo que muchos deberían
aprender. ¿Te puedo tutear? Ya sabes Mari.
Respecto a los galardones, pocas sorpresas: Triunfó “La Isla Mínima” en todas las
categorías que se lo propuso, en total 10, y dejó una aceptable película, “El
Niño” aceptando la Pedrea con resignación. En el capítulo de interpretaciones destacan, quizá, los tres
Goya para “Ocho Apellidos Vascos” a Karra Elejalde, por hacer de sí mismo; a mi
casi vecina, Carmen Machi, que es capaz de interpretar hasta los pensamientos
de Fátima Báñez (perdón, hola Fati) y a Dani Rovira por caer bien a todo el
mundo. En los demás, acertaron las
quinielas.
Con Antonio Banderas siempre he tenido un problema, no sé si
me gusta o no y no sé si me cae bien o no pero nos regaló un discurso muy
apreciable con una estructura concéntrica que fue in crescendo hasta su
apoteosis emotiva final, nada que objetar salvo la tutela, varios pasos detrás
, de Il capo di tutti le capi, Pedro Almodóvar, cuya presencia planeó por todo
el acto con miradas de aprobación o gestos de “eso no lo haría yo así” y que
empezó confinando en un “corralito” al ministro Wert (Ya, Nacho para todos), al
señalar que “esto no es para ti”.
En resumen, nunca había visto los Goya y ayer me atreví
atraído por la curiosidad de ver a Dani Rovira. No me decepcionó y, si bajan el IVA y con él la duración de
la gala, es probable que repita.
Un pueblo sin cultura solo es un vegetal que, cuando ha dado
su fruto, se corta y sustituye por otro.
Defiende la Cultura. ¿Vamos al cine?
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